La compañía de Don Andrés Ramos Estrada fue siempre el refugio seguro de una plática prudente e interesante. Todo rondando casi a diario en una mesa de café en el restaurante Posada del Río con sus mejores amigos, quienes aún no comprenden su partida porque hoy el arquitecto, el "gobernador" de las reuniones como solían llamarlo con respeto, ya descansa en paz. Viajó el miércoles 16 de marzo en la tarde para encontrarse con el Creador.
Solo recuerdos quedan de una excelente amistad y claro que se le seguirá extrañando por su don de gente, su capacidad y disciplina para dirigir una plática; era quien le ponía el toque inteligente y el sabor para hablar de política, del trajinar diario, de los cambios sociales, económicos y... de sus proyectos arquitectónicos esos que se quedaron en el tintero.
Era un gran tipo, una persona que se hacía notar y que imponía... al fin arquitecto, profesionista reconocido al igual que su grupo de amigos, algunos expresidentes municipales, exalumnos, otros empresarios y comerciantes, todos reunidos y unidos en torno de una mesa y un taza de humeante café y entrelazados bajo la charla animada e interesante.
Así se distinguió don Andrés porque supo influir en la manera de ser y pensar de quienes lo conocieron, ahí, descubrí el valor que le daba a los demás y quizá esto fue definitivo en la vida de muchos. Hoy, es un amigo entrañable. Deja recuerdos plasmados en una mesa de café. Hoy el rincón que ocupaba como líder del grupo como se autonombraba entre risas y son de broma, ha quedado vacío, sólo lo llena su ausencia.
Don Andrés nos inspiró un gran afecto de amigo. Ya no está con nosotros, pero deja otros grandes compañeros como Octaviano Rendón, Ezequiel Carrillo, Sergio Muleiro, Nazario López, Héctor Klerian, Rodrigo Armando Cruz, Juan Manuel Beteta, Alejandro Tapia, José Luis Alcaine, Rafael Padilla, Leo Roel, Carlos Baca, Luis Higar, Alberto Muñoz, José Rubén Robles, César Partida, José Luis Martínez, entre otros, esos que lo acompañaron en el café hasta el final.
La amistad, dicen por ahí, no es un atributo, sino una expresión de nuestro propio ser y así lo demostró el arquitecto en sus horas de café.
Fue admirado por su experiencia y por la lucha tenaz de sus ideales, por lo que amó, por lo que hizo y dejó de hacer. Hoy, sus proyectos, se van al baúl, porque sólo eran de él y de nadie más.
Supo tender la mano sin pedir nada y transmitir una energía que revitalizaba.
Se queda en nuestros corazones y con el compromiso de no tomarnos una copa de vino en su honor o para recordarlo, sino una humeante taza de café. ¡Descanse en paz!
