/ domingo 16 de junio de 2019

Los olvidados

Cuando no queda más que esperar

Torreón, Coahuila. - Con la mirada perdida, sumergido en sus recuerdos y con una sonrisa apenas esbozada en su rostro encontremos a Elías en una de las salas de descanso de su último hogar. Es evidente que tiene su pensamiento puesto en un lejano pasado, con su mente en regresión que lo ubican en los tiempos de su feliz vida como padre de familia, en aquellos años difíciles, de mucho trabajo y sacrificio, pero también colmados por el cariño de su esposa y sus dos hijos, quienes fueron sus compañeros de vida durante largos años, y a los que el destino cruel le arrebató.

Elías García Aguirre, es uno de los muchos moradores de la Casa del Anciano Doctor Samuel Silva que pasarán un Día del Padre más sin él amoroso abrazo de sus hijos, con ausencias dolorosas que no alcanzará a llenarse con la solidaria y generosa celebración que la institución y sus bienhechores voluntarios les obsequian cada tercer domingo de junio, pero que siempre agradecen con el alma.

Aunque su memoria ya algo borrascosa le impide recordar algunos detalles, tiene muy presentes los nombres de sus hijos Polo y Diana Margarita, y se apresura a pronunciarlos como respuesta cuando se le pregunta qué significó para él la paternidad, algo que refiere como la experiencia más bonita que le ha tocado vivir, pero que desafortunadamente un día terminó. “Ellos fallecieron”, comenta sin querer entrar en detalles acerca de cuándo y cómo fue que los perdió, y asegura que los recuerda siempre, resignado a que nunca más volverá a recibir el abrazo de sincero amor y respeto que en ocasión del Día del Padre, sólo los hijos pueden dar a quien los engendró y guió por el camino de la vida.

Te recomendamos:

Originario de Aguascalientes, pero radicado en Torreón desde la edad de 7 años, Don Elías recuerda haber llevado el sustento a su hogar con el esfuerzo de su trabajo como albañil, oficio que aprendió desde muy joven de su padre.

Aunque la paternidad es para él cosa del pasado, no deja de entusiasmarse cada año cuando se aproxima la celebración del Día del Padre, que nunca pasa desapercibida en la Casa del Anciano, donde en esta fecha siempre hay música, baile, un comida especial y hasta algunos obsequios que acostumbran llevar quienes de manera voluntaria suelen acudir cada domingo y más en ocasiones tan especiales como esta, a regalar su compañía a todos los adultos mayores que encontraron en esta institución su último hogar, donde en la actualidad se brinda auspicio a 41 varones y 59 mujeres. “De verdad se pone muy bonito para nosotros, vivimos momentos de alegría y también nos llenamos de muchos recuerdos” comenta García Aguirre.

HASTA EL FINAL

Como Elías, en realidad la mayoría de los moradores del asilo fundado hace 64 años por el doctor Samuel Silva permanecen en el olvido, y es que por lo menos siete de cada 10 no tienen fuera de la institución a nadie que vea por ellos.

Son ancianos que sufrieron la desdicha de perder a sus familias y terminaron de pronto sin saber nada de los allegados y amistades que les quedaban, tal vez porque llegó el momento en que ya nadie quiso ver por ellos, y terminaron así en el abandono. Por fortuna, el destino les dio la oportunidad de llegar a un lugar en el que además de contar con un techo, alimento, vestido y atención médica, encontraron a personas que como ellos estaban solos en el mundo, y con los que ahora pueden compartir vivencias y la compañía de aquellos que son ahora sus últimos amigos, con los que comparten la recta final de su existencia, ahí donde no queda más que esperar, donde todos se tienen que esforzar por vivir un día a la vez como si fuera el último, hasta que suceda lo inevitable: el fin.

20 AÑOS DE AUSENCIA

La espera de José Antonio Torres Valdez, de 70 años de edad, fue muy larga, y es que tuvieron que transcurrir nada menos que dos décadas antes de que pudiera volver a ver a su única hija, María Cristina Torres Romero, de quien se distanció por problemas y diferencias que prefiere no recordar y que por fortuna son ya cosa de un pasado superado, y de un dolor sanado por el perdón mutuo.

José Antonio recuerda que en tiempos en los que llegó a trabajar como como empleado bancario y vendedor de seguridad en la Ciudad de México, se casó por primera vez, pero al poco tiempo su matrimonio fracasó, para luego unirse a una mujer que ya tenía dos hijos a que cuidó como su fueron propios y a los que a la postre se sumó su querida María Cristina.

José Antonio Torres Valdez tuvo que esperar 20 años para volver a ver a su única hija / Antonio Meléndez

Tras la partida de su esposa la familia se disgrega y es entonces que se decide venir a Torreón a casa de su madre, junto con uno de sus hijastros, quien mucho tiempo después se casa y toma su propio camino en la vida. La peor etapa para él vino cuando, ya desempleado, su mamá muere y deja la propiedad de su hogar envuelta en problemas legales, por lo que termina desalojado y sin tener a dónde ir se ve viviendo en la calle, de donde después de mucho tiempo es rescatado para ir a albergarse a la Casa del Anciano, donde lleva ya cinco años.

Es ahí donde su hijastro y la esposa de éste logran contactarlo de nuevo y comienzan a visitarlo periódicamente. A ellos les debe el haber vuelto a encontrar a su hija, a la que identificaron y ubicaron a través de las redes sociales, y lograron que hace unos meses viniera desde Lázaro Cárdenas Michoacán a visitar a José Antonio, en un reencuentro que ahora siempre recuerda con lágrimas de alegría y que espera pueda repetirse pronto.

UNA VISITA AL AÑO

El caso de Sergio Muñoz Benavides, corresponde a otra de las muchas historias de padres cobijados por la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Santa Teresa de Jornet, la orden de religiosas que tiene a su cargo la institución creada por Samuel Silva.

A diferencia de la mayoría de sus compañeros en el asilo, Sergio sí cuenta fuera de ahí con familiares, concretamente cuatro hijos y tres nietos, algunos de los cuales, según comenta, acuden a visitarlo una vez al año.

Sergio Muñoz Benavides recibe la visita de sus familiares una vez al año en la Casa del Anciano Doctor Samuel Silva / Antonio Meléndez

Actualmente de 73 años de edad, recuerda con entusiasmo sus experiencias como trabajador de la Comisión Federal de Electricidad, y tiene muy presentes los tiempos en los que se esforzó por dar un buen ejemplo a sus hijos, a quienes siempre procuró ayudar para que cumplieran sus metas y proyectos de vida.

No esconde su entusiasmo cuando se le pregunta si ya está preparado para la celebración del Día del Padre, pues asegura que se trata de un acontecimiento muy esperado por él y sus compañeros, en especial los que gustan de la música, el baile, una buena comida y sobre todo de la fraterna convivencia que no se pueden desaprovechar ahí, donde no queda más que esperar, sólo el final.

Torreón, Coahuila. - Con la mirada perdida, sumergido en sus recuerdos y con una sonrisa apenas esbozada en su rostro encontremos a Elías en una de las salas de descanso de su último hogar. Es evidente que tiene su pensamiento puesto en un lejano pasado, con su mente en regresión que lo ubican en los tiempos de su feliz vida como padre de familia, en aquellos años difíciles, de mucho trabajo y sacrificio, pero también colmados por el cariño de su esposa y sus dos hijos, quienes fueron sus compañeros de vida durante largos años, y a los que el destino cruel le arrebató.

Elías García Aguirre, es uno de los muchos moradores de la Casa del Anciano Doctor Samuel Silva que pasarán un Día del Padre más sin él amoroso abrazo de sus hijos, con ausencias dolorosas que no alcanzará a llenarse con la solidaria y generosa celebración que la institución y sus bienhechores voluntarios les obsequian cada tercer domingo de junio, pero que siempre agradecen con el alma.

Aunque su memoria ya algo borrascosa le impide recordar algunos detalles, tiene muy presentes los nombres de sus hijos Polo y Diana Margarita, y se apresura a pronunciarlos como respuesta cuando se le pregunta qué significó para él la paternidad, algo que refiere como la experiencia más bonita que le ha tocado vivir, pero que desafortunadamente un día terminó. “Ellos fallecieron”, comenta sin querer entrar en detalles acerca de cuándo y cómo fue que los perdió, y asegura que los recuerda siempre, resignado a que nunca más volverá a recibir el abrazo de sincero amor y respeto que en ocasión del Día del Padre, sólo los hijos pueden dar a quien los engendró y guió por el camino de la vida.

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Aunque la paternidad es para él cosa del pasado, no deja de entusiasmarse cada año cuando se aproxima la celebración del Día del Padre, que nunca pasa desapercibida en la Casa del Anciano, donde en esta fecha siempre hay música, baile, un comida especial y hasta algunos obsequios que acostumbran llevar quienes de manera voluntaria suelen acudir cada domingo y más en ocasiones tan especiales como esta, a regalar su compañía a todos los adultos mayores que encontraron en esta institución su último hogar, donde en la actualidad se brinda auspicio a 41 varones y 59 mujeres. “De verdad se pone muy bonito para nosotros, vivimos momentos de alegría y también nos llenamos de muchos recuerdos” comenta García Aguirre.

HASTA EL FINAL

Como Elías, en realidad la mayoría de los moradores del asilo fundado hace 64 años por el doctor Samuel Silva permanecen en el olvido, y es que por lo menos siete de cada 10 no tienen fuera de la institución a nadie que vea por ellos.

Son ancianos que sufrieron la desdicha de perder a sus familias y terminaron de pronto sin saber nada de los allegados y amistades que les quedaban, tal vez porque llegó el momento en que ya nadie quiso ver por ellos, y terminaron así en el abandono. Por fortuna, el destino les dio la oportunidad de llegar a un lugar en el que además de contar con un techo, alimento, vestido y atención médica, encontraron a personas que como ellos estaban solos en el mundo, y con los que ahora pueden compartir vivencias y la compañía de aquellos que son ahora sus últimos amigos, con los que comparten la recta final de su existencia, ahí donde no queda más que esperar, donde todos se tienen que esforzar por vivir un día a la vez como si fuera el último, hasta que suceda lo inevitable: el fin.

20 AÑOS DE AUSENCIA

La espera de José Antonio Torres Valdez, de 70 años de edad, fue muy larga, y es que tuvieron que transcurrir nada menos que dos décadas antes de que pudiera volver a ver a su única hija, María Cristina Torres Romero, de quien se distanció por problemas y diferencias que prefiere no recordar y que por fortuna son ya cosa de un pasado superado, y de un dolor sanado por el perdón mutuo.

José Antonio recuerda que en tiempos en los que llegó a trabajar como como empleado bancario y vendedor de seguridad en la Ciudad de México, se casó por primera vez, pero al poco tiempo su matrimonio fracasó, para luego unirse a una mujer que ya tenía dos hijos a que cuidó como su fueron propios y a los que a la postre se sumó su querida María Cristina.

José Antonio Torres Valdez tuvo que esperar 20 años para volver a ver a su única hija / Antonio Meléndez

Tras la partida de su esposa la familia se disgrega y es entonces que se decide venir a Torreón a casa de su madre, junto con uno de sus hijastros, quien mucho tiempo después se casa y toma su propio camino en la vida. La peor etapa para él vino cuando, ya desempleado, su mamá muere y deja la propiedad de su hogar envuelta en problemas legales, por lo que termina desalojado y sin tener a dónde ir se ve viviendo en la calle, de donde después de mucho tiempo es rescatado para ir a albergarse a la Casa del Anciano, donde lleva ya cinco años.

Es ahí donde su hijastro y la esposa de éste logran contactarlo de nuevo y comienzan a visitarlo periódicamente. A ellos les debe el haber vuelto a encontrar a su hija, a la que identificaron y ubicaron a través de las redes sociales, y lograron que hace unos meses viniera desde Lázaro Cárdenas Michoacán a visitar a José Antonio, en un reencuentro que ahora siempre recuerda con lágrimas de alegría y que espera pueda repetirse pronto.

UNA VISITA AL AÑO

El caso de Sergio Muñoz Benavides, corresponde a otra de las muchas historias de padres cobijados por la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Santa Teresa de Jornet, la orden de religiosas que tiene a su cargo la institución creada por Samuel Silva.

A diferencia de la mayoría de sus compañeros en el asilo, Sergio sí cuenta fuera de ahí con familiares, concretamente cuatro hijos y tres nietos, algunos de los cuales, según comenta, acuden a visitarlo una vez al año.

Sergio Muñoz Benavides recibe la visita de sus familiares una vez al año en la Casa del Anciano Doctor Samuel Silva / Antonio Meléndez

Actualmente de 73 años de edad, recuerda con entusiasmo sus experiencias como trabajador de la Comisión Federal de Electricidad, y tiene muy presentes los tiempos en los que se esforzó por dar un buen ejemplo a sus hijos, a quienes siempre procuró ayudar para que cumplieran sus metas y proyectos de vida.

No esconde su entusiasmo cuando se le pregunta si ya está preparado para la celebración del Día del Padre, pues asegura que se trata de un acontecimiento muy esperado por él y sus compañeros, en especial los que gustan de la música, el baile, una buena comida y sobre todo de la fraterna convivencia que no se pueden desaprovechar ahí, donde no queda más que esperar, sólo el final.

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