/ viernes 13 de marzo de 2020

Doña Socorro Espinoza Ramírez, cumplió 104 años de edad

Sus hijos, bisnietos y tataranietos la festejan en grande

Cuencamé, Durango.- Doña Coco cumplió 104 años de edad. A diferencia de hace dos años, en vez de Gómez Palacio, la fiesta fue en Cuencamé, donde su familia compartió el pan y la sal degustando los platillos que a ella más le gustan, asado rojo, rajas con queso, ensalada de pollo, frijoles y discada.

Gran parte de sus familiares la festejaron en Cuencamé, con una comida muy al estilo de la tierra de generales, donde ella nació. Sigue mostrando la misma alegría, pues agradece a Dios un año más de vida.

Le acompañaron los hijos que aún le sobreviven, ahora tiene 49 nietos, 108 bisnietos y 88 tataranietos.

María del Socorro Espinoza Ramírez nació el 06 de marzo de 1916, en la ciudad de Durango, pero bautizada en Cuencamé, la ‘tierra de Generales’. La azarosa llegada de la señora Socorro a esta vida marcó un sello especial en ella, fue hija del teniente coronel Manuel Espinosa y la mayor de sus hermanos y hermanas, con 9 hijos, cinco hombres y cuatro mujeres. Se casó a los 16 años, en 1932; tuvo su primer hijo a los 17 años. Después emigró a la ciudad de Torreón buscado educación para sus hijos con su esposo Manuel Rivas Flores, peluquero de profesión.

Sus hijos, 5 hombres y 4 mujeres fueron un orgullo desde su nacimiento, pero especialmente el mayor, de quien dijo, “De ser pueblerino, donde no había agua, excepto cuando bajaba la creciente, su ilusión fue ser marino”.

Se escapó para irse a Veracruz cuando estudiaba en Torreón en la Escuela de Contabilidad Treviño. “Primero se fue a la ciudad de México, luego al Puerto de Veracruz donde logró el grado de Capitán de Corbeta. En Cuencamé es el único marino; en Durango era el único que cobraba en el banco del ejército”.

Recordó que cuando se jubiló prometió volver y así lo hizo, regresó. “Murió años más tarde y los sepultaron en Cuencamé”.

Actualmente vive con la hija menor. Se levanta a las 9:00 de la mañana y realiza lo que siempre le ha gustado hacer, cocinar. Le gusta preparar el desayuno de su hija y un nieto que vive con ellas. “De repente mi hija me quiere regañar porque hago de desayunar, pero no me gusta estar de ociosa, no me gusta que me sirvan. Yo todos los días tiendo mi cama y lavo los trastes porque nadie saber lavar los trastes como yo. Aunque me da trabajo me gusta hacerlo. Cuando lavan ayudo a tender la ropa y cuando amanezco media mal, soy muy clara y le digo, me siento medio mala, hoy no cuentes conmigo”.

Le gusta cocinar chile con carne, asado, puchero, caldo de pollo. De las gorditas, asegura, “Esos son burros nuevos, eso no se usaba antes, no había luz, ni agua entubada. Yo no sé de dónde sacaron tanta enfermedad tan fea como el cáncer y la diabetes, el agua antes era fuente de vida, aún y que solo era una acequia donde lavábamos ropa en una piedra. Llenábamos tinajas hace 85 años, o baldes de lámina para regar y limpiar la casa”.

Acostumbra acostarme temprano, a las 9:00 de la noche. Dice que en diez décadas de vida ha visto todo tipo de horrores de la vida que nunca pensó que algún día viviría; “En mis tiempos la gente era tranquila y de respeto. Ahora México está secuestrado. A veces nos tenemos que encerrar porque están muy feas las calles”.

Es sin duda, una testigo fiel del crecimiento de La Laguna de los años ponderosos del algodón y la uva. Hablar de la señora Socorro es hablar de la gente que impulso esta tierra y sus alrededores.

Hoy la señora con plena salud, excepto por un ojo que no ve, es un libro abierto y un banco de historias que hacen reflexionar el papel preponderante que fueron son y serán la mujeres mexicanas.

Con sus anécdotas se puede escribir un libro entero, como por ejemplo cómo su padre hacia coñac, oporto y vino de mesa en Cuencamé, dato que muy pocos saben de la fabricación de estos vinos en este lugar famoso por sus generales, asaderos y gorditas.

El principal consejo que da a los padres de familia es que eduquen con firmeza a los hijos para apartarlos de los vicios y el secreto para vivir muchos años es: no tomar vino y no fumar.

Cuencamé, Durango.- Doña Coco cumplió 104 años de edad. A diferencia de hace dos años, en vez de Gómez Palacio, la fiesta fue en Cuencamé, donde su familia compartió el pan y la sal degustando los platillos que a ella más le gustan, asado rojo, rajas con queso, ensalada de pollo, frijoles y discada.

Gran parte de sus familiares la festejaron en Cuencamé, con una comida muy al estilo de la tierra de generales, donde ella nació. Sigue mostrando la misma alegría, pues agradece a Dios un año más de vida.

Le acompañaron los hijos que aún le sobreviven, ahora tiene 49 nietos, 108 bisnietos y 88 tataranietos.

María del Socorro Espinoza Ramírez nació el 06 de marzo de 1916, en la ciudad de Durango, pero bautizada en Cuencamé, la ‘tierra de Generales’. La azarosa llegada de la señora Socorro a esta vida marcó un sello especial en ella, fue hija del teniente coronel Manuel Espinosa y la mayor de sus hermanos y hermanas, con 9 hijos, cinco hombres y cuatro mujeres. Se casó a los 16 años, en 1932; tuvo su primer hijo a los 17 años. Después emigró a la ciudad de Torreón buscado educación para sus hijos con su esposo Manuel Rivas Flores, peluquero de profesión.

Sus hijos, 5 hombres y 4 mujeres fueron un orgullo desde su nacimiento, pero especialmente el mayor, de quien dijo, “De ser pueblerino, donde no había agua, excepto cuando bajaba la creciente, su ilusión fue ser marino”.

Se escapó para irse a Veracruz cuando estudiaba en Torreón en la Escuela de Contabilidad Treviño. “Primero se fue a la ciudad de México, luego al Puerto de Veracruz donde logró el grado de Capitán de Corbeta. En Cuencamé es el único marino; en Durango era el único que cobraba en el banco del ejército”.

Recordó que cuando se jubiló prometió volver y así lo hizo, regresó. “Murió años más tarde y los sepultaron en Cuencamé”.

Actualmente vive con la hija menor. Se levanta a las 9:00 de la mañana y realiza lo que siempre le ha gustado hacer, cocinar. Le gusta preparar el desayuno de su hija y un nieto que vive con ellas. “De repente mi hija me quiere regañar porque hago de desayunar, pero no me gusta estar de ociosa, no me gusta que me sirvan. Yo todos los días tiendo mi cama y lavo los trastes porque nadie saber lavar los trastes como yo. Aunque me da trabajo me gusta hacerlo. Cuando lavan ayudo a tender la ropa y cuando amanezco media mal, soy muy clara y le digo, me siento medio mala, hoy no cuentes conmigo”.

Le gusta cocinar chile con carne, asado, puchero, caldo de pollo. De las gorditas, asegura, “Esos son burros nuevos, eso no se usaba antes, no había luz, ni agua entubada. Yo no sé de dónde sacaron tanta enfermedad tan fea como el cáncer y la diabetes, el agua antes era fuente de vida, aún y que solo era una acequia donde lavábamos ropa en una piedra. Llenábamos tinajas hace 85 años, o baldes de lámina para regar y limpiar la casa”.

Acostumbra acostarme temprano, a las 9:00 de la noche. Dice que en diez décadas de vida ha visto todo tipo de horrores de la vida que nunca pensó que algún día viviría; “En mis tiempos la gente era tranquila y de respeto. Ahora México está secuestrado. A veces nos tenemos que encerrar porque están muy feas las calles”.

Es sin duda, una testigo fiel del crecimiento de La Laguna de los años ponderosos del algodón y la uva. Hablar de la señora Socorro es hablar de la gente que impulso esta tierra y sus alrededores.

Hoy la señora con plena salud, excepto por un ojo que no ve, es un libro abierto y un banco de historias que hacen reflexionar el papel preponderante que fueron son y serán la mujeres mexicanas.

Con sus anécdotas se puede escribir un libro entero, como por ejemplo cómo su padre hacia coñac, oporto y vino de mesa en Cuencamé, dato que muy pocos saben de la fabricación de estos vinos en este lugar famoso por sus generales, asaderos y gorditas.

El principal consejo que da a los padres de familia es que eduquen con firmeza a los hijos para apartarlos de los vicios y el secreto para vivir muchos años es: no tomar vino y no fumar.

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