/ martes 7 de diciembre de 2021

¿Cuál es el origen de las danzas?

En cada lugar que pasan acaparan las miradas de propios y extraños

En la Laguna cada invierno, y por encima del frío, hay una cosa que nunca falta: las danzas. Con la llegada de la época decembrina se puede ver y escuchar la celebración de la ‘madre de México’ en el centro de la ciudad. Cientos de personas se reúnen los distintos días para hacer la tradicional peregrinación hacia la parroquia de Guadalupe.

En un país, más guadalupano que democrático, agradecer a la Virgen parece una tradición que no excluye entre clases sociales, año con año se puede ver al rio de gente caminando la calle Juárez, saliendo desde la Alameda Zaragoza y llegando a la Parroquia de Guadalupe. Estas procesiones están llenas de color, alegría, cantos, rezos y, por supuesto, una danza. Las cuales inundan el ambiente de la ciudad con sus ritmos y pasos, por cada lugar que pasan acaparan las miradas de propios y extraños, que guardan silencio y solo miran, disfrutan y siguen un ritual que data desde hace cientos de años.

Para comprender la relación y el origen de la danza con la religión, hay que remontarnos hasta la época de la conquista. Según el historiador y musicólogo José Antonio Robles Cahero, en el texto Un paseo por la música y el baile populares de la Nueva España, el baile fue uno de los géneros populares más practicados por diversos grupos sociales y étnicos de la Nueva España.

Cahero, junto a otros autores, coinciden en que la cultura surgida luego de la conquista era un grupo heterogéneo sin muchas cosas en común, pero que uno de los pocos denominadores era que, ante la menor provocación hombres y mujeres, bailaban en sus casas y en la calle.

Y este denominador, el baile o la danza, fue utilizado como parte de la estrategia para atraer o involucrar a los nuevos fieles en la religión. Los evangelizadores promovieron una nueva cultura y religión, a lo cual los nativos se negaron en primera instancia.

En 1528, Fray Pedro de Gante, decidió hacer una celebración en el Convento de San Francisco, donde invitó a los ‘principales’ indios y comunidades del Valle de México. En esta fiesta se les permitió, a los indios, bailar, cantar y usar las prendas que acostumbraban antes de la conquista.

Gracias a esta fiesta ‘evangelizadora’ los indios comenzaron a participar más, con la supervisión de los franciscanos, en los eventos y celebraciones cristianas, además de permitir que sus hijos fueran educados en los monasterios. De esta manera, celebraciones de los indios, como los cantos y bailes a Tonantzin, fueron sustituidas por tradiciones cristianas.

Las celebraciones combinaban la música y danza de ambos mundos, español e indígena, en una “nueva religiosidad”. El surgimiento de grupos o cofradías enfocadas a la danza hizo que esta se desarrollara, nombrando incluso generales de la danza que debía peregrinar hacia templos cristianos para recibir su nombramiento. El desarrollo fue tal, que las cofradías se independizaron del clero y siguieron como organismos autónomos.

Pero no todo fue miel sobre hojuelas. Según Maya Ramos Smith, en su artículo La censura a las festividades religiosas, cuando se instauró la festividad de Corpus Christi en la Nueva España comenzaron las prohibiciones. Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la colonia, escribió al respecto de la danza en la fiesta del cuerpo de Cristo describiéndolo como un gran desacato y desvergüenza ya que los nativos iban con máscaras, hábitos de mujeres, danzando y saltando con meneos deshonestos y lascivos.

Luego de la muerte de Zumarraga, la prohibición se mantuvo como una constante en la iglesia, pero las autoridades civiles decidieron permitir estas prácticas. Un siglo después, Fray Juan de Palafox, obispo de Puebla, logró que, por lo menos, se impusiera una multa económica para quienes bailaran en estas celebraciones.

Pero ni todas estas prohibiciones pudieron con el ánimo festivo de los indígenas, ya que no reparaban en gastos para bailar ya que llegaban a empeñar cosas o contraer deudas para tener accesorios o ropas lujosas. ¿La razón? En ese entonces, quienes interpretaban a un emperador malévolo o de Santo Mártir solía tener mucho éxito con las mujeres.

Maya Ramos platica que un sí un fraile intentaba suspender la ejecución de una danza-teatro, bien podía recibir respuestas del tipo “Aunque le pese, vamos a danzar”.

Con el tiempo, las danzas fueron evolucionando, manteniendo conceptos de la época prehispánica como el vestuario o que el ritmo fuera hecho con percusiones como un tambor. Actualmente, la vestimenta varía según los grupos, pero casi siempre consta de un faldellín, rodilleras, muñequeras, pectoral y un penacho de plumas reales o artificiales, estas pueden ser de faisán, pavorreal, gallo o avestruz.

A lo largo de todo el país uno puede ver una gran variedad de danzas, cada una con elementos distintos, tal vez una de las más conocidas será la danza ‘azteca’ presente en muchas partes del país. En el norte de la república la más tradicional sería la de los ‘matachines’ o ‘matlachines’.

Los matachines datan desde antes de la llegada de los españoles a América, donde ya eran parte de las celebraciones para honrar a los dioses con bailes y disfraces típicos.

En la actualidad las danzas son parte del folklore religioso, peregrinaciones, rosarios o reliquias suelen tener un espacio para una danza, las cuales no han dejado de ser coloridas e impulsadas por una fe.

En la Laguna cada invierno, y por encima del frío, hay una cosa que nunca falta: las danzas. Con la llegada de la época decembrina se puede ver y escuchar la celebración de la ‘madre de México’ en el centro de la ciudad. Cientos de personas se reúnen los distintos días para hacer la tradicional peregrinación hacia la parroquia de Guadalupe.

En un país, más guadalupano que democrático, agradecer a la Virgen parece una tradición que no excluye entre clases sociales, año con año se puede ver al rio de gente caminando la calle Juárez, saliendo desde la Alameda Zaragoza y llegando a la Parroquia de Guadalupe. Estas procesiones están llenas de color, alegría, cantos, rezos y, por supuesto, una danza. Las cuales inundan el ambiente de la ciudad con sus ritmos y pasos, por cada lugar que pasan acaparan las miradas de propios y extraños, que guardan silencio y solo miran, disfrutan y siguen un ritual que data desde hace cientos de años.

Para comprender la relación y el origen de la danza con la religión, hay que remontarnos hasta la época de la conquista. Según el historiador y musicólogo José Antonio Robles Cahero, en el texto Un paseo por la música y el baile populares de la Nueva España, el baile fue uno de los géneros populares más practicados por diversos grupos sociales y étnicos de la Nueva España.

Cahero, junto a otros autores, coinciden en que la cultura surgida luego de la conquista era un grupo heterogéneo sin muchas cosas en común, pero que uno de los pocos denominadores era que, ante la menor provocación hombres y mujeres, bailaban en sus casas y en la calle.

Y este denominador, el baile o la danza, fue utilizado como parte de la estrategia para atraer o involucrar a los nuevos fieles en la religión. Los evangelizadores promovieron una nueva cultura y religión, a lo cual los nativos se negaron en primera instancia.

En 1528, Fray Pedro de Gante, decidió hacer una celebración en el Convento de San Francisco, donde invitó a los ‘principales’ indios y comunidades del Valle de México. En esta fiesta se les permitió, a los indios, bailar, cantar y usar las prendas que acostumbraban antes de la conquista.

Gracias a esta fiesta ‘evangelizadora’ los indios comenzaron a participar más, con la supervisión de los franciscanos, en los eventos y celebraciones cristianas, además de permitir que sus hijos fueran educados en los monasterios. De esta manera, celebraciones de los indios, como los cantos y bailes a Tonantzin, fueron sustituidas por tradiciones cristianas.

Las celebraciones combinaban la música y danza de ambos mundos, español e indígena, en una “nueva religiosidad”. El surgimiento de grupos o cofradías enfocadas a la danza hizo que esta se desarrollara, nombrando incluso generales de la danza que debía peregrinar hacia templos cristianos para recibir su nombramiento. El desarrollo fue tal, que las cofradías se independizaron del clero y siguieron como organismos autónomos.

Pero no todo fue miel sobre hojuelas. Según Maya Ramos Smith, en su artículo La censura a las festividades religiosas, cuando se instauró la festividad de Corpus Christi en la Nueva España comenzaron las prohibiciones. Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la colonia, escribió al respecto de la danza en la fiesta del cuerpo de Cristo describiéndolo como un gran desacato y desvergüenza ya que los nativos iban con máscaras, hábitos de mujeres, danzando y saltando con meneos deshonestos y lascivos.

Luego de la muerte de Zumarraga, la prohibición se mantuvo como una constante en la iglesia, pero las autoridades civiles decidieron permitir estas prácticas. Un siglo después, Fray Juan de Palafox, obispo de Puebla, logró que, por lo menos, se impusiera una multa económica para quienes bailaran en estas celebraciones.

Pero ni todas estas prohibiciones pudieron con el ánimo festivo de los indígenas, ya que no reparaban en gastos para bailar ya que llegaban a empeñar cosas o contraer deudas para tener accesorios o ropas lujosas. ¿La razón? En ese entonces, quienes interpretaban a un emperador malévolo o de Santo Mártir solía tener mucho éxito con las mujeres.

Maya Ramos platica que un sí un fraile intentaba suspender la ejecución de una danza-teatro, bien podía recibir respuestas del tipo “Aunque le pese, vamos a danzar”.

Con el tiempo, las danzas fueron evolucionando, manteniendo conceptos de la época prehispánica como el vestuario o que el ritmo fuera hecho con percusiones como un tambor. Actualmente, la vestimenta varía según los grupos, pero casi siempre consta de un faldellín, rodilleras, muñequeras, pectoral y un penacho de plumas reales o artificiales, estas pueden ser de faisán, pavorreal, gallo o avestruz.

A lo largo de todo el país uno puede ver una gran variedad de danzas, cada una con elementos distintos, tal vez una de las más conocidas será la danza ‘azteca’ presente en muchas partes del país. En el norte de la república la más tradicional sería la de los ‘matachines’ o ‘matlachines’.

Los matachines datan desde antes de la llegada de los españoles a América, donde ya eran parte de las celebraciones para honrar a los dioses con bailes y disfraces típicos.

En la actualidad las danzas son parte del folklore religioso, peregrinaciones, rosarios o reliquias suelen tener un espacio para una danza, las cuales no han dejado de ser coloridas e impulsadas por una fe.

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