En un cuerpo de agua copioso en sedimentos, cuando Coahuila era una región tropical, similar a una planicie costera, hace 72 o 73 millones de años, se dieron las condiciones precisas para que una especie hadrosaurio muriera y sus restos se fosilizaran para ser descubiertos por un grupo de investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Fue en 2013, de acuerdo con la publicación científica al respecto, que inició el proyecto de recuperación de una cola articulada de dinosaurio herbívoro en el ejido Guadalupe Alamitos del municipio de General Cepeda, Coahuila, pero los expertos, al seguir con la excavación empezaron a encontrar otros huesos como el fémur y la escápula.
De pronto, según narra Ángel Ramírez, doctorante en el Instituto de Geología de la UNAM y coparticipante de la investigación, en el artículo publicado por el INAH, se halló un hueso que en primera instancia se creyó era la pelvis, mas otro de los participantes, José López Espinoza, aseguró se trataba de la cabeza del animal.
No fue sino hasta la recolección, limpieza y análisis total de los 34 fragmentos óseos que las piezas embonaron y, efectivamente, se pudo determinar que ese hueso alargado en forma de gota era parte de la cresta de 1.32 metros de largo del dinosaurio.
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Las excepcionales condiciones del cráneo, que se preserva en un 80 por ciento como se menciona en el artículo del INAH, permitieron la comparación del mismo con otras especies de hadrosaurios conocidos en la región, como el Velafrons coahuilensis y el Parasaurolophus, que habitó Nuevo México y Utah en Estados Unidos, así como Alberta, Canadá.
Sin embargo, las diferencias identificadas en el examen correspondiente arrojaron que se trataba de una especie nueva de hadrosaurio con una cresta y una nariz diferentes a todos los antes vistos, lo que permitió a los participantes de la investigación escoger un nombre para el primer parasaurolofino de México: Tlatolophus galorum.
Ángel Ramírez y Felisa Aguilar, investigadora del Centro INAH Coahuila, precisaron que Tlatolophus deriva de la voz nahua tlahtolli (palabra) y el griego lophus (cresta), por lo que su traducción sería: cresta palabra, con lo que buscan hacer referencia a la forma de vírgula (símbolo usado por los pueblos mesoamericanos para representar en códices la acción comunicativa y el saber en sí mismo) de la cresta, la cual podría tener una función comunicativa en todos los lambeosaurinos al poder ser empleada como trompeta, con la cual buscaban quizá espantar a los carnívoros o con atraerse entre sí con fines reproductivos.
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En tanto, respecto al nombre galorum, según se explicó, es un homenaje a dos actores: por un lado ga, por el filántropo Jesús Garza Arocha, enlace entre los investigadores del INAH y la UNAM, y por el otro lado lorum, para reconocer el apoyo de la familia López, que coadyuvó a los paleontólogos con hospedaje, alimentación y otras facilidades durante las temporadas de campo.
La investigación fue validada por expertos ajenos al proyecto ratificándose así el hallazgo, el cual ha sido ya publicado en diversas revistas especializadas como Cretaceous Research y Science Direct con ilustraciones.