/ lunes 28 de diciembre de 2020

Ya vendrán tiempos mejores

Son muchos los que este año han partido al más allá; comenzaron el 2020 con nosotros y lo terminamos sin ellos.

Al verlos aún en la lista de amigos de Messenger y Facebook, los imagino vivos y en línea, incluso con el punto verde y tan participativos como lo eran en vida, pero sé que ya no están en este mundo, que se han ido, como un día nos iremos también nosotros, porque esta vida, aunque hermosa, es efímera: hoy somos, mañana ya no somos.

La partida de esta vida es inevitable, y es lo único seguro que tenemos, por algo se ha escrito en las Sagradas Escrituras que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de estos el juicio”. Nacimos para vivir por un breve tiempo, no para ser eternos sobre la faz de la tierra. La eternidad con Dios es promesa para el alma, una entidad espiritual que, llegado el momento, se desprenderá del cuerpo y se desplazará más allá de la esfera terrenal.

El Covid-19 ha venido a enseñarnos que el mundo como lo conocemos puede cambiar de la noche a la mañana, y que todas nuestras seguridades humanas pueden desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos. Nos ha enseñado que “la vida es flor que en la mañana amanece, y al caer la tarde llega a perecer”; nos ha enseñado cuán vulnerables somos, más allá de nuestros vanos orgullos, y que nada en la vida es seguro, excepto Dios.

El mortal virus nos ha dejado a todos una gran lección: la importancia de vivir y disfrutar cada una de las cosas pequeñas y sencillas de todos los días, la importancia de abrazar con amor, en tiempos favorables, a nuestros seres queridos. Hoy quisiéramos estrecharlos así, pero ya no podemos, ni siquiera cuando estuvieron en el lecho del dolor, tampoco cuando dejaron de existir, pues ingresamos al hospital un cuerpo enfermo, pero con vida, y tristemente nos devolvieron cenizas en una urna funeraria.

El año 2020 y su pandemia nos han enseñado lo más importante de todo: el valor de vivir cerca de Dios, sin el cual nada podemos hacer. Sólo de la mano de ese Dios Todopoderoso podemos superar nuestros miedos al contagio, al confinamiento, a no ver más a nuestros seres queridos, a perder un empleo bien o no tan bien remunerado.

Durante el transcurso de la pandemia pudimos corroborar que, en circunstancias difíciles, la fe es capaz de abrirse senderos para estar cerca de Dios, más aún si cuenta con el auxilio apostólico, quien nos proporciona alternativas válidas para orar y adorar a Dios, así como para escuchar su palabra.

En el contexto de esta crisis sanitaria hemos aprendido a ejercitar la paciencia para esperar con calma la cura del coronavirus, así como la importancia de la educación a la distancia, y a valorar es su justa medida la presencialidad.

En la recta final de 2020, cuando extrañamos a muchos hermanos, amigos y familiares que ya no están con nosotros, es obligado agradecer humildemente a Dios su infinita bondad, gracias a la cual hemos aprendido a afrontar la prolongada crisis sanitaria, económica y social derivada de la pandemia, así como a superar la incertidumbre, la inseguridad y el miedo.

Lo importante es aprender a contar nuestros días y traer al corazón sabiduría; aprender a comparar lo que fuimos en el pasado sin Covid-19 con lo que somos ahora, a fin de que podamos proyectar lo que hemos de ser y hacer en el futuro, acorde con los tiempos que vienen, que seguramente serán tiempos mejores.

A pesar de que ya llegó un lote de 3 mil vacunas a México, lo cierto es que falta aún mucho tiempo para inmunizar a toda la población mexicana, que es lo único que nos pondrá fuera de peligro. Se trata, pues, de seguir esperando pacientemente, imitando el ejemplo de aquellas personas que han esperado más que nosotros y en circunstancias todavía más difíciles, como Elsa Soslowska, abuelita sobreviviente del Holocausto, que tuvo que pasar tres años escondida en un pozo bajo tierra para que no la mataran, más otros dos años en el gueto, sin poder bañarse y prácticamente sin comida.

Al comienzo de la pandemia, allá por el mes de marzo del agónico 2020, esta abuelita de 96 años reprendió a quienes protestaban enérgicamente por las dos semanas de cuarentena ordenadas en varios países del mundo (Milenio, 20/03/2020).

En lugar de desesperar, recordemos las palabras del presidente Andrés Manuel López Obrador, "Esperemos, ya vamos a salir. Además, ya viene la vacuna”.

Twitter: @armayacastro

Son muchos los que este año han partido al más allá; comenzaron el 2020 con nosotros y lo terminamos sin ellos.

Al verlos aún en la lista de amigos de Messenger y Facebook, los imagino vivos y en línea, incluso con el punto verde y tan participativos como lo eran en vida, pero sé que ya no están en este mundo, que se han ido, como un día nos iremos también nosotros, porque esta vida, aunque hermosa, es efímera: hoy somos, mañana ya no somos.

La partida de esta vida es inevitable, y es lo único seguro que tenemos, por algo se ha escrito en las Sagradas Escrituras que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de estos el juicio”. Nacimos para vivir por un breve tiempo, no para ser eternos sobre la faz de la tierra. La eternidad con Dios es promesa para el alma, una entidad espiritual que, llegado el momento, se desprenderá del cuerpo y se desplazará más allá de la esfera terrenal.

El Covid-19 ha venido a enseñarnos que el mundo como lo conocemos puede cambiar de la noche a la mañana, y que todas nuestras seguridades humanas pueden desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos. Nos ha enseñado que “la vida es flor que en la mañana amanece, y al caer la tarde llega a perecer”; nos ha enseñado cuán vulnerables somos, más allá de nuestros vanos orgullos, y que nada en la vida es seguro, excepto Dios.

El mortal virus nos ha dejado a todos una gran lección: la importancia de vivir y disfrutar cada una de las cosas pequeñas y sencillas de todos los días, la importancia de abrazar con amor, en tiempos favorables, a nuestros seres queridos. Hoy quisiéramos estrecharlos así, pero ya no podemos, ni siquiera cuando estuvieron en el lecho del dolor, tampoco cuando dejaron de existir, pues ingresamos al hospital un cuerpo enfermo, pero con vida, y tristemente nos devolvieron cenizas en una urna funeraria.

El año 2020 y su pandemia nos han enseñado lo más importante de todo: el valor de vivir cerca de Dios, sin el cual nada podemos hacer. Sólo de la mano de ese Dios Todopoderoso podemos superar nuestros miedos al contagio, al confinamiento, a no ver más a nuestros seres queridos, a perder un empleo bien o no tan bien remunerado.

Durante el transcurso de la pandemia pudimos corroborar que, en circunstancias difíciles, la fe es capaz de abrirse senderos para estar cerca de Dios, más aún si cuenta con el auxilio apostólico, quien nos proporciona alternativas válidas para orar y adorar a Dios, así como para escuchar su palabra.

En el contexto de esta crisis sanitaria hemos aprendido a ejercitar la paciencia para esperar con calma la cura del coronavirus, así como la importancia de la educación a la distancia, y a valorar es su justa medida la presencialidad.

En la recta final de 2020, cuando extrañamos a muchos hermanos, amigos y familiares que ya no están con nosotros, es obligado agradecer humildemente a Dios su infinita bondad, gracias a la cual hemos aprendido a afrontar la prolongada crisis sanitaria, económica y social derivada de la pandemia, así como a superar la incertidumbre, la inseguridad y el miedo.

Lo importante es aprender a contar nuestros días y traer al corazón sabiduría; aprender a comparar lo que fuimos en el pasado sin Covid-19 con lo que somos ahora, a fin de que podamos proyectar lo que hemos de ser y hacer en el futuro, acorde con los tiempos que vienen, que seguramente serán tiempos mejores.

A pesar de que ya llegó un lote de 3 mil vacunas a México, lo cierto es que falta aún mucho tiempo para inmunizar a toda la población mexicana, que es lo único que nos pondrá fuera de peligro. Se trata, pues, de seguir esperando pacientemente, imitando el ejemplo de aquellas personas que han esperado más que nosotros y en circunstancias todavía más difíciles, como Elsa Soslowska, abuelita sobreviviente del Holocausto, que tuvo que pasar tres años escondida en un pozo bajo tierra para que no la mataran, más otros dos años en el gueto, sin poder bañarse y prácticamente sin comida.

Al comienzo de la pandemia, allá por el mes de marzo del agónico 2020, esta abuelita de 96 años reprendió a quienes protestaban enérgicamente por las dos semanas de cuarentena ordenadas en varios países del mundo (Milenio, 20/03/2020).

En lugar de desesperar, recordemos las palabras del presidente Andrés Manuel López Obrador, "Esperemos, ya vamos a salir. Además, ya viene la vacuna”.

Twitter: @armayacastro