/ lunes 29 de abril de 2019

¿Una moral para todo México?

La moral de los mexicanos no es asunto de los gobernantes de nuestro país, más allá de que alguno de ellos esté convencido de que la moralización del pueblo de México representa la solución de los males sociales que de un tiempo a la fecha nos aquejan: corrupción política, impunidad, violencia perpetrada por el crimen organizado, etcétera.

La moral es asunto y decisión de las personas, cada una de las cuales crea sus propios preceptos éticos, todos ellos dignos de respeto en un país con diversidad moral y religiosa como lo es México, en donde no todos los grupos culturales comparten la misma moral; de ahí que resulte inadmisible el proyecto que tiene el propósito de crear una Constitución Moral.

La tesis de que existe una moral universal, que es igual para todos los seres humanos y para todas las culturas, ha sido objeto de acalorados debates a través de los tiempos, muy a pesar de las voces que se han levantado en diferentes momentos de la historia afirmando que existen principios universales.

Lo primero que debemos reconocer es que hoy como en el pasado existen ideas divergentes sobre este polémico tema, lo que convierte a la diversidad moral en un asunto complejo, es decir, de difícil comprensión o solución.

Significa entonces que las ideas divergentes sobre moral y ética no son propias del siglo XXI. Basta revisar la historia para darnos cuenta de que éstas han sido motivo de debate y discusión en diferentes lugares y momentos, y que, a la semejanza de la cuestión religiosa, las personas y grupos nunca se han puesto de acuerdo en la concepción de una moral única, ya que ésta varía según los pueblos, las circunstancias y las épocas.

Por principio de cuentas, ni siquiera existe una sola definición de lo que en realidad significa la moral, a la que el columnista Xavier Sáez-llorens considera “un valor cambiante en el tiempo y entre culturas disímiles”.

Algunos autores han señalado que “moral” es un término cuya etimología proviene del vocablo latino “mores”, el cual significa “costumbres”. Con base en la anterior definición, lo moral y lo inmoral depende de la calificación positiva o negativa que los hombres le den a las costumbres de su tiempo y de su entorno.

Lo único cierto es que muchas de las prácticas que hoy por hoy son valoradas como morales y, consecuentemente, vistas con buenos ojos, en el pasado no lo fueron. Un ejemplo de lo anterior es lo ocurrido en los primeros siglos de la presente era, cuando la práctica del cristianismo fue considerada como un delito que el Estado debía perseguir, todo con el fin de proteger a la antigua religión pagana de Roma, que fue la oficial en el imperio romano hasta que Constantino el Grande firmó el edicto de Milán en el año 313 d. C.

El edicto en cuestión autorizaba la libertad religiosa dentro del imperio, aunque su objetivo principal era favorecer a la Iglesia católica imperial; así las cosas, el privilegio de todo individuo a elegir y profesar su propia religión dentro del imperio pronto fue olvidado por Constantino, quien comenzó a perseguir y a oprimir a los grupos religiosos que discrepaban de la iglesia católica, refieren Edward Gibbon y Luis Alberto Romero, autores de la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano Tomo II.

A partir de entonces, muchas cosas que la antigua religión pagana de Roma consideraba morales se convirtieron en inmorales para el catolicismo, lo cual se entiende si tomamos en cuenta que de un grupo a otro y de una época a la otra la moral cambia.

Tomaré por último el caso de la Iglesia católica, quien considera criminal terminar con la vida del embrión en cualquier momento de su gestación, y sin ningún respeto al libre albedrío, exige que los códigos penales sancionen con dureza dicha práctica, lo que constituye un atentado contra el carácter laico del Estado, cuyas leyes deben estar desprovistas de contenido moral y religioso.

Aprovecho mi columna para externar mis más sinceras condolencias a María de los Ángeles Moreno, quien dejó de existir el pasado sábado 27 de abril. Envío desde esta columna mi más profundo reconocimiento a la labor de esta gran economista y política de excepción, comprometida con las mejores causas de México, entre ellas la defensa del Estado laico y las libertades que de ella emanan.

La moral de los mexicanos no es asunto de los gobernantes de nuestro país, más allá de que alguno de ellos esté convencido de que la moralización del pueblo de México representa la solución de los males sociales que de un tiempo a la fecha nos aquejan: corrupción política, impunidad, violencia perpetrada por el crimen organizado, etcétera.

La moral es asunto y decisión de las personas, cada una de las cuales crea sus propios preceptos éticos, todos ellos dignos de respeto en un país con diversidad moral y religiosa como lo es México, en donde no todos los grupos culturales comparten la misma moral; de ahí que resulte inadmisible el proyecto que tiene el propósito de crear una Constitución Moral.

La tesis de que existe una moral universal, que es igual para todos los seres humanos y para todas las culturas, ha sido objeto de acalorados debates a través de los tiempos, muy a pesar de las voces que se han levantado en diferentes momentos de la historia afirmando que existen principios universales.

Lo primero que debemos reconocer es que hoy como en el pasado existen ideas divergentes sobre este polémico tema, lo que convierte a la diversidad moral en un asunto complejo, es decir, de difícil comprensión o solución.

Significa entonces que las ideas divergentes sobre moral y ética no son propias del siglo XXI. Basta revisar la historia para darnos cuenta de que éstas han sido motivo de debate y discusión en diferentes lugares y momentos, y que, a la semejanza de la cuestión religiosa, las personas y grupos nunca se han puesto de acuerdo en la concepción de una moral única, ya que ésta varía según los pueblos, las circunstancias y las épocas.

Por principio de cuentas, ni siquiera existe una sola definición de lo que en realidad significa la moral, a la que el columnista Xavier Sáez-llorens considera “un valor cambiante en el tiempo y entre culturas disímiles”.

Algunos autores han señalado que “moral” es un término cuya etimología proviene del vocablo latino “mores”, el cual significa “costumbres”. Con base en la anterior definición, lo moral y lo inmoral depende de la calificación positiva o negativa que los hombres le den a las costumbres de su tiempo y de su entorno.

Lo único cierto es que muchas de las prácticas que hoy por hoy son valoradas como morales y, consecuentemente, vistas con buenos ojos, en el pasado no lo fueron. Un ejemplo de lo anterior es lo ocurrido en los primeros siglos de la presente era, cuando la práctica del cristianismo fue considerada como un delito que el Estado debía perseguir, todo con el fin de proteger a la antigua religión pagana de Roma, que fue la oficial en el imperio romano hasta que Constantino el Grande firmó el edicto de Milán en el año 313 d. C.

El edicto en cuestión autorizaba la libertad religiosa dentro del imperio, aunque su objetivo principal era favorecer a la Iglesia católica imperial; así las cosas, el privilegio de todo individuo a elegir y profesar su propia religión dentro del imperio pronto fue olvidado por Constantino, quien comenzó a perseguir y a oprimir a los grupos religiosos que discrepaban de la iglesia católica, refieren Edward Gibbon y Luis Alberto Romero, autores de la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano Tomo II.

A partir de entonces, muchas cosas que la antigua religión pagana de Roma consideraba morales se convirtieron en inmorales para el catolicismo, lo cual se entiende si tomamos en cuenta que de un grupo a otro y de una época a la otra la moral cambia.

Tomaré por último el caso de la Iglesia católica, quien considera criminal terminar con la vida del embrión en cualquier momento de su gestación, y sin ningún respeto al libre albedrío, exige que los códigos penales sancionen con dureza dicha práctica, lo que constituye un atentado contra el carácter laico del Estado, cuyas leyes deben estar desprovistas de contenido moral y religioso.

Aprovecho mi columna para externar mis más sinceras condolencias a María de los Ángeles Moreno, quien dejó de existir el pasado sábado 27 de abril. Envío desde esta columna mi más profundo reconocimiento a la labor de esta gran economista y política de excepción, comprometida con las mejores causas de México, entre ellas la defensa del Estado laico y las libertades que de ella emanan.