/ viernes 31 de julio de 2020

Rodrigo Díaz de Vivar, o “El Cid Campeador”

Hace diez siglos existió una figura histórica en la Península Ibérica, Rodrigo Díaz de Vivar, mejor conocido como Cid Campeador, héroe de la reconquista española en poder de musulmanes y símbolo de la hidalguía castellana, dando lugar a un extenso poema épico en castellano medieval.

Díaz de Vivar nació en el solar de Vivar, en Burgos, en el año de 1043, siendo armado caballero muy joven por el rey Fernando I de Castilla, al que sirvió hasta su muerte, y posteriormente a sus hijos, don Sancho II y Alfonso VI, durante las guerras que sostuvo la corona de Castilla contra Navarra.

Al fallecer Fernando I, se suscitaron pugnas entre sus herederos, pero particularmente entre Sancho y Alfonso. Sin embargo, el primero de ellos murió asesinado en Zamora, reconociendo los castellanos a Alfonso como su nuevo rey, si bien le guardaban recelo por la sospecha de haber asesinado a su hermano.

Rodrigo Díaz de Vivar condujo entonces al rey Alfonso a la iglesia de Santa Gadea, en Burgos, donde lo hizo jurar que nada tenía que ver en el crimen de su hermano, y después de lo cual se declaró su vasallo.

Sin embargo, y no obstante la fidelidad demostrada por Díaz de Vivar, el rey no podía tolerar la arrogancia del caballero guerrero, por lo que lo condeno a vivir en el destierro en 1081.

Rodrigo reunió fuera del reino a un buen número de hombres y se dedicó hacer la guerra a los moros por cuenta propia, y gracias a su valor y destreza ganó muchas batallas. De ese modo obtuvo que su nombre pasara a la historia.

Impuso gran respeto a los árabes que ocupaban territorio ibérico, e incluso fueron ellos los que le dieron el título de Cid, cuyo significado en su lengua es la de “señor”, mientras que Campeador equivale a experto en el campo de batalla.

Díaz de Vivar regresó a su patria y fue aceptado por el rey Alfonso VI, al cual prestó sus servicios nuevamente, pero volvió a ser desterrado y hasta se le confiscaron sus bienes, por lo que aquel volvió nuevamente a los combates de manera independiente.

Sus encuentros bélicos estuvieron entre alianzas y desencuentros con léridas y barceloneses, pero en un momento dado estos se unieron contra el Cid, cuyas tropas en menor número derrotaron a sus oponentes, al grado de capturar al rey de Barcelona, Berengeuer Ramón II.

En el año de 1094 ataca Rodrigo la ciudad de Valencia con algunos aliados moros y se apodera de ella, donde reside sus últimos años, si bien siguió llevando a cabo varias conquistas hasta su muerte natural en 1099 (tenía poco menos de 56 años de edad), pero su esposa, doña Jimena, logró conservar la plaza hasta el año 1102.

En este último año, doña Jimena emigra a Burgos con los restos de su esposo, contando con la ayuda de Alfonso VI. Los despojos de Rodrigo fueron inhumados en el monasterio de San Pedro de Cerdeña, donde permanecen junto a los de su esposa.

Durante mucho tiempo, la figura del Cid se consideró un personaje estrictamente literario, pero las investigaciones históricas han dejado fuera de dudas que fue un hombre real, pues había quienes aseguraban que fue un ser mítico.

A la fecha es considerado como el prototipo del honor castellano; exaltado en el poema épico “Cantar del Mío Cid”, de autor desconocido que relata las hazañas bélicas del caballero castellano, y es reconocida la obra narrativa de más alto valor dentro de la literatura española en lengua romance y concretamente en castellano medieval.

También existió otro personaje histórico de su tiempo, Álvar Fáñez (Álvaro Háñez en castellano moderno), mejor conocido como Minaya, y cuya traducción de dicho nombre sería “mi hermano”, quien en cierto momento pronunciara la frase “Mío Cid Campeador, que en buena hora ciño la espada”.

Hubo quien quisiera emparentar a esos dos guerreros medievales, sin tener bases sólidas para ello, si bien uno y otro se hayan conocido, pero sin ir más allá.

¡Hasta la próxima!

Hace diez siglos existió una figura histórica en la Península Ibérica, Rodrigo Díaz de Vivar, mejor conocido como Cid Campeador, héroe de la reconquista española en poder de musulmanes y símbolo de la hidalguía castellana, dando lugar a un extenso poema épico en castellano medieval.

Díaz de Vivar nació en el solar de Vivar, en Burgos, en el año de 1043, siendo armado caballero muy joven por el rey Fernando I de Castilla, al que sirvió hasta su muerte, y posteriormente a sus hijos, don Sancho II y Alfonso VI, durante las guerras que sostuvo la corona de Castilla contra Navarra.

Al fallecer Fernando I, se suscitaron pugnas entre sus herederos, pero particularmente entre Sancho y Alfonso. Sin embargo, el primero de ellos murió asesinado en Zamora, reconociendo los castellanos a Alfonso como su nuevo rey, si bien le guardaban recelo por la sospecha de haber asesinado a su hermano.

Rodrigo Díaz de Vivar condujo entonces al rey Alfonso a la iglesia de Santa Gadea, en Burgos, donde lo hizo jurar que nada tenía que ver en el crimen de su hermano, y después de lo cual se declaró su vasallo.

Sin embargo, y no obstante la fidelidad demostrada por Díaz de Vivar, el rey no podía tolerar la arrogancia del caballero guerrero, por lo que lo condeno a vivir en el destierro en 1081.

Rodrigo reunió fuera del reino a un buen número de hombres y se dedicó hacer la guerra a los moros por cuenta propia, y gracias a su valor y destreza ganó muchas batallas. De ese modo obtuvo que su nombre pasara a la historia.

Impuso gran respeto a los árabes que ocupaban territorio ibérico, e incluso fueron ellos los que le dieron el título de Cid, cuyo significado en su lengua es la de “señor”, mientras que Campeador equivale a experto en el campo de batalla.

Díaz de Vivar regresó a su patria y fue aceptado por el rey Alfonso VI, al cual prestó sus servicios nuevamente, pero volvió a ser desterrado y hasta se le confiscaron sus bienes, por lo que aquel volvió nuevamente a los combates de manera independiente.

Sus encuentros bélicos estuvieron entre alianzas y desencuentros con léridas y barceloneses, pero en un momento dado estos se unieron contra el Cid, cuyas tropas en menor número derrotaron a sus oponentes, al grado de capturar al rey de Barcelona, Berengeuer Ramón II.

En el año de 1094 ataca Rodrigo la ciudad de Valencia con algunos aliados moros y se apodera de ella, donde reside sus últimos años, si bien siguió llevando a cabo varias conquistas hasta su muerte natural en 1099 (tenía poco menos de 56 años de edad), pero su esposa, doña Jimena, logró conservar la plaza hasta el año 1102.

En este último año, doña Jimena emigra a Burgos con los restos de su esposo, contando con la ayuda de Alfonso VI. Los despojos de Rodrigo fueron inhumados en el monasterio de San Pedro de Cerdeña, donde permanecen junto a los de su esposa.

Durante mucho tiempo, la figura del Cid se consideró un personaje estrictamente literario, pero las investigaciones históricas han dejado fuera de dudas que fue un hombre real, pues había quienes aseguraban que fue un ser mítico.

A la fecha es considerado como el prototipo del honor castellano; exaltado en el poema épico “Cantar del Mío Cid”, de autor desconocido que relata las hazañas bélicas del caballero castellano, y es reconocida la obra narrativa de más alto valor dentro de la literatura española en lengua romance y concretamente en castellano medieval.

También existió otro personaje histórico de su tiempo, Álvar Fáñez (Álvaro Háñez en castellano moderno), mejor conocido como Minaya, y cuya traducción de dicho nombre sería “mi hermano”, quien en cierto momento pronunciara la frase “Mío Cid Campeador, que en buena hora ciño la espada”.

Hubo quien quisiera emparentar a esos dos guerreros medievales, sin tener bases sólidas para ello, si bien uno y otro se hayan conocido, pero sin ir más allá.

¡Hasta la próxima!