/ miércoles 18 de mayo de 2022

Reflejos | Los cuidados invisibles

Apagar las luces, revisar puertas, ventanas y llaves de los espacios de la casa. Revisar fechas de vencimiento de recibos, inventariar la despensa… la lista pareciera interminable. Es la carga, que produce tensión, por las desigualdades que hay entre las labores diarias de una mujer y un hombre.

Estos pendientes mentales se suman al quehacer diario que implica el trabajo doméstico, ese que nunca termina y que recae en la mayoría de las mujeres del mundo.

En el libro “La carga mental femenina: O por qué las mujeres continúan al mando del hogar a coste cero”, su autora, la periodista Samanta Villar, explica que los altos índices de ansiedad y depresión en mujeres se deben entre otras, cosas a una sobrecarga donde la conciliación de las tareas del hogar y la vida profesional resulta desbordante.

"Llegas a casa y tienes una doble jornada de trabajo, o inclusive triple, si nos ponemos a contar las horas de ejecución, todavía asumimos muchas más horas que ellos", argumenta la autora.

La carga mental -estar pendiente de todo lo que compete a la organización del hogar y de sus integrantes- puede ser un término erradicado si se da una cooperación no sólo en el seno de la pareja, sino también en el resto de los entornos como el trabajo y los círculos sociales.

"El problema de la natalidad es importante, y es político. Necesitamos priorizar la crianza y hacer compatible el desarrollo de la empresa con la familia", considera la escritora, quien además considera la implicación del hombre como fundamental para lograr mejoras.

El primer punto sobre la mesa para vislumbrar un camino hacia el equilibrio, sugiere Villar, es poner límites a nuestras propias parejas, negociar y comunicarse para establecer una agenda individual y en conjunto.

La autoexigencia y la búsqueda de perfección repercute en un estrés añadido, solo nos lleva a la trampa de la “super woman”: la mujer que puede con la triple jornada, con el trabajo, con la maternidad.

Definitivamente no es sano, las tareas de la casa deben ser equitativas y nadie ayuda a nadie, quien cohabita el espacio tiene la obligación de contribuir a limpiar y sostener la casa. Es una carga que se puede repartir, la corresponsabilidad de entender que el descanso no es algo que tengamos que merecer o ganar, tenemos el derecho a no hacer nada, a priorizar nuestro autocuidado delegando las tareas del hogar con nuestras parejas, hijas e hijos.

Apagar las luces, revisar puertas, ventanas y llaves de los espacios de la casa. Revisar fechas de vencimiento de recibos, inventariar la despensa… la lista pareciera interminable. Es la carga, que produce tensión, por las desigualdades que hay entre las labores diarias de una mujer y un hombre.

Estos pendientes mentales se suman al quehacer diario que implica el trabajo doméstico, ese que nunca termina y que recae en la mayoría de las mujeres del mundo.

En el libro “La carga mental femenina: O por qué las mujeres continúan al mando del hogar a coste cero”, su autora, la periodista Samanta Villar, explica que los altos índices de ansiedad y depresión en mujeres se deben entre otras, cosas a una sobrecarga donde la conciliación de las tareas del hogar y la vida profesional resulta desbordante.

"Llegas a casa y tienes una doble jornada de trabajo, o inclusive triple, si nos ponemos a contar las horas de ejecución, todavía asumimos muchas más horas que ellos", argumenta la autora.

La carga mental -estar pendiente de todo lo que compete a la organización del hogar y de sus integrantes- puede ser un término erradicado si se da una cooperación no sólo en el seno de la pareja, sino también en el resto de los entornos como el trabajo y los círculos sociales.

"El problema de la natalidad es importante, y es político. Necesitamos priorizar la crianza y hacer compatible el desarrollo de la empresa con la familia", considera la escritora, quien además considera la implicación del hombre como fundamental para lograr mejoras.

El primer punto sobre la mesa para vislumbrar un camino hacia el equilibrio, sugiere Villar, es poner límites a nuestras propias parejas, negociar y comunicarse para establecer una agenda individual y en conjunto.

La autoexigencia y la búsqueda de perfección repercute en un estrés añadido, solo nos lleva a la trampa de la “super woman”: la mujer que puede con la triple jornada, con el trabajo, con la maternidad.

Definitivamente no es sano, las tareas de la casa deben ser equitativas y nadie ayuda a nadie, quien cohabita el espacio tiene la obligación de contribuir a limpiar y sostener la casa. Es una carga que se puede repartir, la corresponsabilidad de entender que el descanso no es algo que tengamos que merecer o ganar, tenemos el derecho a no hacer nada, a priorizar nuestro autocuidado delegando las tareas del hogar con nuestras parejas, hijas e hijos.