/ martes 21 de enero de 2020

¿Qué es la educación para la paz?

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Amigas y amigos, en continuación a la columna de la semana pasada “Educando para la paz”, es importante entender que el objetivo de la educación, si bien es naturalmente el desarrollo de competencias, no puede hacer menoscabo de la importancia de las interacciones humanas. Educar debe de ser la herramienta con la que una persona puede mejorar su calidad de vida, pero también, donde una comunidad puede mejorar la manera en que sus integrantes se conducen y superan juntos sus problemas.

Educar para la paz es una noción instaurada por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (la UNICEF), definida como “el proceso de promoción del conocimiento, las capacidades, las actitudes y los valores necesarios para producir cambios de comportamiento que permitan a los niños, jóvenes y adultos prevenir los conflictos y la violencia tanto la violencia evidente como la estructural; resolver conflictos de manera pacífica; y crear condiciones que conduzcan a la paz tanto a escala interpersonal, como intergrupal, nacional o internacional”.

Bajo ese espíritu, la UNICEF sostiene que la educación de calidad, inspirada en la paz, debe producir alumnos bien alfabetizados, conocimientos aritméticos, pensamiento crítico, toma de decisiones, así como competencias de relaciones personales, tales como la comunicación, la negociación, la resolución de conflictos, y la actitud personal a contextos diversos, como la construcción de la paz, prevención de violencia, promoción de la higiene y saneamiento, prácticas saludables y protección medioambiental.

La educación para la paz es, además, la adquisición de valores éticos y sociales, así como actividades que contribuyan a crear entornos de aprendizaje de calidad, que inspiren a los niños, niñas y jóvenes a participar en la construcción de un cambio más propositivo para la sociedad, desde su escala local hasta inclusive un entorno mundial.

Recordemos, amigas y amigos, que la construcción de la paz implica la prevención de la violencia, pero esa visión simplista nos puede llevar a escenarios adversos: algunos especialistas, han considerado que existen 3 tipos de “paz”, la paz negativa, la paz positiva y la paz neutra:

a) La paz negativa, que pareciera ser la más sencilla de todas, consiste en hacer énfasis en la inexistencia de conflictos como resultado, pero obtenida a través de un aparato de seguridad fuerte y amenazante que disuada a cualquier perpetrador.

b) La paz positiva, que asume la existencia de violencia, pero un espíritu fuerte de justicia en la sociedad promueve su eliminación.

c) Por último, la paz neutra, que se construye con valores de aprendizaje que lleven a una auténtica cultura de paz, donde la violencia no exista por ser absolutamente innecesaria para las correlaciones humanas.

Naturalmente, estimados lectores, llegar al último tipo de paz, si bien es un objetivo deseable, es también altamente utópico. ¿Cómo podríamos llegar a un punto en el que las relaciones humanas se vean exentas de todo tipo de violencia? En esta realidad, tener una respuesta concreta se antoja imposible, pero es por eso que la educación para la paz debe de consolidarse cada vez más como una obligación sistemática: La labor de cada generación es legarle al futuro mejores condiciones de vida y, en contrasentido, la obligación de quienes vendrán es superar lo hecho en las pasadas generaciones.

¿Cómo podemos cambiar la educación en México para hacerla una auténtica educación para la paz? Dialoguemos en cuanto espacio y círculo tengamos a nuestro alcance, pues ésta es una respuesta que no está en manos de una sola persona; solo juntos, como sociedad, podremos construir el proceso formativo que nuestros niños y niñas merecen.

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Amigas y amigos, en continuación a la columna de la semana pasada “Educando para la paz”, es importante entender que el objetivo de la educación, si bien es naturalmente el desarrollo de competencias, no puede hacer menoscabo de la importancia de las interacciones humanas. Educar debe de ser la herramienta con la que una persona puede mejorar su calidad de vida, pero también, donde una comunidad puede mejorar la manera en que sus integrantes se conducen y superan juntos sus problemas.

Educar para la paz es una noción instaurada por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (la UNICEF), definida como “el proceso de promoción del conocimiento, las capacidades, las actitudes y los valores necesarios para producir cambios de comportamiento que permitan a los niños, jóvenes y adultos prevenir los conflictos y la violencia tanto la violencia evidente como la estructural; resolver conflictos de manera pacífica; y crear condiciones que conduzcan a la paz tanto a escala interpersonal, como intergrupal, nacional o internacional”.

Bajo ese espíritu, la UNICEF sostiene que la educación de calidad, inspirada en la paz, debe producir alumnos bien alfabetizados, conocimientos aritméticos, pensamiento crítico, toma de decisiones, así como competencias de relaciones personales, tales como la comunicación, la negociación, la resolución de conflictos, y la actitud personal a contextos diversos, como la construcción de la paz, prevención de violencia, promoción de la higiene y saneamiento, prácticas saludables y protección medioambiental.

La educación para la paz es, además, la adquisición de valores éticos y sociales, así como actividades que contribuyan a crear entornos de aprendizaje de calidad, que inspiren a los niños, niñas y jóvenes a participar en la construcción de un cambio más propositivo para la sociedad, desde su escala local hasta inclusive un entorno mundial.

Recordemos, amigas y amigos, que la construcción de la paz implica la prevención de la violencia, pero esa visión simplista nos puede llevar a escenarios adversos: algunos especialistas, han considerado que existen 3 tipos de “paz”, la paz negativa, la paz positiva y la paz neutra:

a) La paz negativa, que pareciera ser la más sencilla de todas, consiste en hacer énfasis en la inexistencia de conflictos como resultado, pero obtenida a través de un aparato de seguridad fuerte y amenazante que disuada a cualquier perpetrador.

b) La paz positiva, que asume la existencia de violencia, pero un espíritu fuerte de justicia en la sociedad promueve su eliminación.

c) Por último, la paz neutra, que se construye con valores de aprendizaje que lleven a una auténtica cultura de paz, donde la violencia no exista por ser absolutamente innecesaria para las correlaciones humanas.

Naturalmente, estimados lectores, llegar al último tipo de paz, si bien es un objetivo deseable, es también altamente utópico. ¿Cómo podríamos llegar a un punto en el que las relaciones humanas se vean exentas de todo tipo de violencia? En esta realidad, tener una respuesta concreta se antoja imposible, pero es por eso que la educación para la paz debe de consolidarse cada vez más como una obligación sistemática: La labor de cada generación es legarle al futuro mejores condiciones de vida y, en contrasentido, la obligación de quienes vendrán es superar lo hecho en las pasadas generaciones.

¿Cómo podemos cambiar la educación en México para hacerla una auténtica educación para la paz? Dialoguemos en cuanto espacio y círculo tengamos a nuestro alcance, pues ésta es una respuesta que no está en manos de una sola persona; solo juntos, como sociedad, podremos construir el proceso formativo que nuestros niños y niñas merecen.