/ lunes 3 de agosto de 2020

Proclama de júbilo universal

El pasado sábado 1 de agosto, la Iglesia La Luz del Mundo celebró en 60 países de los cinco continentes el inicio de su año nuevo espiritual. Lo hizo mediante un evento simultáneo que anuncia la proximidad de la solemnidad que cada año se lleva a cabo en memoria del sacrificio redentor de Jesucristo.

Participó en esta celebración universal la totalidad de los fieles que pertenecen a La Luz del Mundo, hombres y mujeres de todas las razas, lenguas, culturas y edades, unidos por los sentimientos de una misma fe, por una misma doctrina y por un mismo modo de pensar, actuar y sentir.

Es cierto que los participantes no convivieron en un mismo espacio físico de reunión, y que todos estuvieron distantes los unos de los otros; sin embargo, todos ellos estuvieron hermanados por vínculos de fraternidad mucho más fuertes que la identidad nacional, la raza, el idioma y el nacionalismo lingüístico.

A los fieles de La Luz del Mundo tampoco los unió el primero de agosto el Internet ni los revolucionarios avances tecnológicos que hicieron posible que cada hogar cristiano recibiera la transmisión que posibilitó que millones de fieles en el mundo escucharan el mensaje apostólico. Los unió la fe que reposa en sus corazones, esa virtud poderosa que Dios ha establecido en cada corazón por el oír de su palabra, que tiene la capacidad de superar de manera grandiosa toda prueba y conflicto, incluso aquello que los seres humanos suelen llamar crisis, que no es otra cosa que una “situación grave y decisiva que pone en peligro el desarrollo de un asunto o un proceso” (Definición del DRAE).

La inédita reunión espiritual del pasado sábado tuvo el noble propósito, por parte de los fieles de la Iglesia, de unirse en espíritu a la oración del apóstol de Jesucristo Naasón Joaquín García, esperada por un sinnúmero de creyentes que han dispuesto su corazón para la magna celebración que recuerda con piedad y devoción la máxima expresión de amor divino en favor de la humanidad: la muerte de Cristo Jesús.

Me refiero, evidentemente, al más grande y eficaz de los sacrificios, diferente a aquellos que se ofrecían conforme a lo estipulado en la ley de Moisés, los cuales eran incapaces de perfeccionar, en cuanto a la conciencia, al que practicaba dicho culto (Hebreos 9:9).

El sacrificio de Cristo se efectuó una sola vez y para siempre en Gólgota, un sitio ubicado geográficamente cerca del exterior de las murallas de Jerusalén. La ofrenda expiatoria del Hijo de Dios no necesitó efectuarse varias veces, como ocurría en Israel con las ofrendas del Antiguo Pacto. Una sola vez fue suficiente para consumar con perfección la redención de los humanos pecadores a un alto precio: la sangre de Cristo, derramada para que las almas obtuvieran plena libertad de entrar al lugar santísimo, es decir, al cielo mismo.

Esa prueba indiscutible de amor divino es lo que conmemorarán la tarde del 14 de agosto los fieles de La Luz del Mundo. Este año, el formato de la conmemoración será diferente al de las ediciones anteriores, debido al cuidado que la comunidad ha mostrado para evitar la propagación del Covid-19; sin embargo, la finalidad de la fiesta más grande y solemne de la Iglesia es exactamente la misma: anunciar al mundo la muerte de Cristo, y proclamar a todos los seres humanos que la ofrenda de su cuerpo se efectuó para salvación de quienes han sido abarcados en esta gracia.

La oración apostólica se ha elevado eficazmente al tercer cielo, diciéndole a Dios: “Señor, han sido santificados cientos de miles de hogares y convertidos en casas de oración, en las que ahora estás Tú derramando bendición y vida (Carta Apostólica, 09/06/2020).

Desde el mediodía del pasado sábado, resuena con potencia la proclama de júbilo universal en 60 naciones de África, América, Asia, Europa y Oceanía, expresando con júbilo ardiente e inefable: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Apocalipsis 19:7).

Twitter: @armayacastro

El pasado sábado 1 de agosto, la Iglesia La Luz del Mundo celebró en 60 países de los cinco continentes el inicio de su año nuevo espiritual. Lo hizo mediante un evento simultáneo que anuncia la proximidad de la solemnidad que cada año se lleva a cabo en memoria del sacrificio redentor de Jesucristo.

Participó en esta celebración universal la totalidad de los fieles que pertenecen a La Luz del Mundo, hombres y mujeres de todas las razas, lenguas, culturas y edades, unidos por los sentimientos de una misma fe, por una misma doctrina y por un mismo modo de pensar, actuar y sentir.

Es cierto que los participantes no convivieron en un mismo espacio físico de reunión, y que todos estuvieron distantes los unos de los otros; sin embargo, todos ellos estuvieron hermanados por vínculos de fraternidad mucho más fuertes que la identidad nacional, la raza, el idioma y el nacionalismo lingüístico.

A los fieles de La Luz del Mundo tampoco los unió el primero de agosto el Internet ni los revolucionarios avances tecnológicos que hicieron posible que cada hogar cristiano recibiera la transmisión que posibilitó que millones de fieles en el mundo escucharan el mensaje apostólico. Los unió la fe que reposa en sus corazones, esa virtud poderosa que Dios ha establecido en cada corazón por el oír de su palabra, que tiene la capacidad de superar de manera grandiosa toda prueba y conflicto, incluso aquello que los seres humanos suelen llamar crisis, que no es otra cosa que una “situación grave y decisiva que pone en peligro el desarrollo de un asunto o un proceso” (Definición del DRAE).

La inédita reunión espiritual del pasado sábado tuvo el noble propósito, por parte de los fieles de la Iglesia, de unirse en espíritu a la oración del apóstol de Jesucristo Naasón Joaquín García, esperada por un sinnúmero de creyentes que han dispuesto su corazón para la magna celebración que recuerda con piedad y devoción la máxima expresión de amor divino en favor de la humanidad: la muerte de Cristo Jesús.

Me refiero, evidentemente, al más grande y eficaz de los sacrificios, diferente a aquellos que se ofrecían conforme a lo estipulado en la ley de Moisés, los cuales eran incapaces de perfeccionar, en cuanto a la conciencia, al que practicaba dicho culto (Hebreos 9:9).

El sacrificio de Cristo se efectuó una sola vez y para siempre en Gólgota, un sitio ubicado geográficamente cerca del exterior de las murallas de Jerusalén. La ofrenda expiatoria del Hijo de Dios no necesitó efectuarse varias veces, como ocurría en Israel con las ofrendas del Antiguo Pacto. Una sola vez fue suficiente para consumar con perfección la redención de los humanos pecadores a un alto precio: la sangre de Cristo, derramada para que las almas obtuvieran plena libertad de entrar al lugar santísimo, es decir, al cielo mismo.

Esa prueba indiscutible de amor divino es lo que conmemorarán la tarde del 14 de agosto los fieles de La Luz del Mundo. Este año, el formato de la conmemoración será diferente al de las ediciones anteriores, debido al cuidado que la comunidad ha mostrado para evitar la propagación del Covid-19; sin embargo, la finalidad de la fiesta más grande y solemne de la Iglesia es exactamente la misma: anunciar al mundo la muerte de Cristo, y proclamar a todos los seres humanos que la ofrenda de su cuerpo se efectuó para salvación de quienes han sido abarcados en esta gracia.

La oración apostólica se ha elevado eficazmente al tercer cielo, diciéndole a Dios: “Señor, han sido santificados cientos de miles de hogares y convertidos en casas de oración, en las que ahora estás Tú derramando bendición y vida (Carta Apostólica, 09/06/2020).

Desde el mediodía del pasado sábado, resuena con potencia la proclama de júbilo universal en 60 naciones de África, América, Asia, Europa y Oceanía, expresando con júbilo ardiente e inefable: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Apocalipsis 19:7).

Twitter: @armayacastro