/ domingo 4 de octubre de 2020

No se olvida

Hay aniversarios que duelen; el de la masacre de Tlatelolco, ocurrida el miércoles 2 de octubre de 1968, es uno de ellos. El pasado viernes, a pesar de las circunstancias actuales con motivo de la pandemia de Covid-19, volvió a resonar con la fuerza de cada año la icónica frase “2 de octubre no se olvida”.

Mal haríamos si se echara al olvido la masacre que tuvo lugar hace 52 años en la Plaza de las Tres Culturas, ubicada en el Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco, al norte del Centro Histórico de la Ciudad de México.

No, ese día aciago no debe olvidarse, a pesar de que el poder político haya procurado en diferentes momentos el olvido y la deformación de la historia de los acontecimientos, buscando volverla irreconocible.

Sin embargo, no se trata sólo de recordar y condenar la forma en que, después de que un helicóptero que sobrevolaba la plaza soltara bengalas de color verde y rojo iluminando el cielo de Tlatelolco, militares, policías e integrantes del Batallón Olimpia dispararan a sangre fría contra los jóvenes manifestantes, la mayoría de ellos estudiantes, dejando un saldo de 325 muertos y cientos de heridos y desaparecidos. Las cifras oficiales del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz señalan que en la matanza hubo entre 20 y 30 muertos.

No podemos olvidar la masacre porque el olvido propicia la repetición de la misma. Así lo indica la frase célebre de Napoleón Bonaparte: "Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla". Tampoco podemos olvidar por la trascendencia del caso, y porque después de éste nada ha sido igual. Hoy podemos mencionar algunos cambios que detonó el movimiento estudiantil: más democracia, menos autoritarismo y represión.

Cuando la matanza del 68 ocurrió, la democracia en México sólo existía en el discurso del partido hegemónico de la época. Era ilusión de muchos, búsqueda de pocos, realidad de nadie. En síntesis, era un sofisma.

Lo que sí existía era un régimen represivo, que se negaba a escuchar, y que era enemigo acérrimo de las libertades fundamentales y de los derechos de manifestación, de asociación y de libre expresión.

Previo a la matanza, los estudiantes señalados como agitadores, respondían así al gobierno de Díaz Ordaz mediante una manta: “Estos son los agitadores: ignorancia, hambre y miseria”.

La escritora Elena Poniatowska plasmó en su libro, La noche de Tlatelolco (Era, 1971), las voces de estudiantes, obreros, padres y madres de familia, profesores, empleados, soldados y hombres de Estado”, quienes “aportan su modo de ver, sentir y considerar los acontecimientos”.

Uno de estos testimonios se atribuye al escritor Luis González de Alba, quien fue aprehendido en el mitin de Tlatelolco y recluido dos años en la cárcel de Lecumberri. Esto dijo el extinto líder del movimiento estudiantil de 1968 sobre una de las manifestaciones previas a la matanza:

“Al finalizar el mitin cantamos el himno nacional y emprendimos el regreso por una ciudad desconocida: una ciudad nuestra. A pesar de que estamos siendo juzgados por todo lo que sucedió durante los meses de julio a octubre: teléfonos rotos, camiones quemados, tranvías volteados, etcétera, ningún parte policiaco menciona destrozos, robos o cualquier tipo de excesos cometidos después de una manifestación. Trescientos mil manifestantes nos dispersamos por todas las calles y avenidas del centro de la ciudad sin que se presentara queja alguna, hasta ahora, por parte de los comerciantes. El único disturbio a la vida normal de la ciudad se provocaba en el tráfico, pues si la marcha se realizaba por una ruta definida, no sucedía lo mismo durante el regreso. No sé con qué objeto apagaban el alumbrado público; pero el caso es que, después de esta manifestación y de las siguientes, siempre nos encontramos las calles a oscuras; y se trataba, precisamente, del centro de la ciudad. Era un espectáculo como de un sueño".

Sobre estos lamentables acontecimientos, González de Alba escribió el libro Los días y los años (Era, 1971), el cual provocó un conflicto entre él y la escritora Poniatowska, por haber tergiversado ésta, en La noche de Tlatelolco, varias frases que, de acuerdo con un texto periodístico publicado en El Universal, “alteraban su propio libro, situación que lo enemistó con la escritora hasta el fin de sus días”.

Por decisión judicial, a solicitud de González de Alba, Poniatowska tuvo que corregir su libro, publicado meses después de Los días y los años. Como resultado de tal polémica, el autor fue expulsado del diario La Jornada, donde escribió por más de diez años la columna “La ciencia en la calle”.

Fue en ese diario donde el escritor potosino escribió: “no estoy acusando a Elena de plagio ni de fraude […] Le estoy solicitando, única y exclusivamente, que atribuya a cada narrador sus palabras y no ponga en boca de Gilberto [Guevara] posiciones políticas que no sólo le eran ajenas, sino que las combatió abiertamente.”

Twitter: @armayacastro

Hay aniversarios que duelen; el de la masacre de Tlatelolco, ocurrida el miércoles 2 de octubre de 1968, es uno de ellos. El pasado viernes, a pesar de las circunstancias actuales con motivo de la pandemia de Covid-19, volvió a resonar con la fuerza de cada año la icónica frase “2 de octubre no se olvida”.

Mal haríamos si se echara al olvido la masacre que tuvo lugar hace 52 años en la Plaza de las Tres Culturas, ubicada en el Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco, al norte del Centro Histórico de la Ciudad de México.

No, ese día aciago no debe olvidarse, a pesar de que el poder político haya procurado en diferentes momentos el olvido y la deformación de la historia de los acontecimientos, buscando volverla irreconocible.

Sin embargo, no se trata sólo de recordar y condenar la forma en que, después de que un helicóptero que sobrevolaba la plaza soltara bengalas de color verde y rojo iluminando el cielo de Tlatelolco, militares, policías e integrantes del Batallón Olimpia dispararan a sangre fría contra los jóvenes manifestantes, la mayoría de ellos estudiantes, dejando un saldo de 325 muertos y cientos de heridos y desaparecidos. Las cifras oficiales del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz señalan que en la matanza hubo entre 20 y 30 muertos.

No podemos olvidar la masacre porque el olvido propicia la repetición de la misma. Así lo indica la frase célebre de Napoleón Bonaparte: "Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla". Tampoco podemos olvidar por la trascendencia del caso, y porque después de éste nada ha sido igual. Hoy podemos mencionar algunos cambios que detonó el movimiento estudiantil: más democracia, menos autoritarismo y represión.

Cuando la matanza del 68 ocurrió, la democracia en México sólo existía en el discurso del partido hegemónico de la época. Era ilusión de muchos, búsqueda de pocos, realidad de nadie. En síntesis, era un sofisma.

Lo que sí existía era un régimen represivo, que se negaba a escuchar, y que era enemigo acérrimo de las libertades fundamentales y de los derechos de manifestación, de asociación y de libre expresión.

Previo a la matanza, los estudiantes señalados como agitadores, respondían así al gobierno de Díaz Ordaz mediante una manta: “Estos son los agitadores: ignorancia, hambre y miseria”.

La escritora Elena Poniatowska plasmó en su libro, La noche de Tlatelolco (Era, 1971), las voces de estudiantes, obreros, padres y madres de familia, profesores, empleados, soldados y hombres de Estado”, quienes “aportan su modo de ver, sentir y considerar los acontecimientos”.

Uno de estos testimonios se atribuye al escritor Luis González de Alba, quien fue aprehendido en el mitin de Tlatelolco y recluido dos años en la cárcel de Lecumberri. Esto dijo el extinto líder del movimiento estudiantil de 1968 sobre una de las manifestaciones previas a la matanza:

“Al finalizar el mitin cantamos el himno nacional y emprendimos el regreso por una ciudad desconocida: una ciudad nuestra. A pesar de que estamos siendo juzgados por todo lo que sucedió durante los meses de julio a octubre: teléfonos rotos, camiones quemados, tranvías volteados, etcétera, ningún parte policiaco menciona destrozos, robos o cualquier tipo de excesos cometidos después de una manifestación. Trescientos mil manifestantes nos dispersamos por todas las calles y avenidas del centro de la ciudad sin que se presentara queja alguna, hasta ahora, por parte de los comerciantes. El único disturbio a la vida normal de la ciudad se provocaba en el tráfico, pues si la marcha se realizaba por una ruta definida, no sucedía lo mismo durante el regreso. No sé con qué objeto apagaban el alumbrado público; pero el caso es que, después de esta manifestación y de las siguientes, siempre nos encontramos las calles a oscuras; y se trataba, precisamente, del centro de la ciudad. Era un espectáculo como de un sueño".

Sobre estos lamentables acontecimientos, González de Alba escribió el libro Los días y los años (Era, 1971), el cual provocó un conflicto entre él y la escritora Poniatowska, por haber tergiversado ésta, en La noche de Tlatelolco, varias frases que, de acuerdo con un texto periodístico publicado en El Universal, “alteraban su propio libro, situación que lo enemistó con la escritora hasta el fin de sus días”.

Por decisión judicial, a solicitud de González de Alba, Poniatowska tuvo que corregir su libro, publicado meses después de Los días y los años. Como resultado de tal polémica, el autor fue expulsado del diario La Jornada, donde escribió por más de diez años la columna “La ciencia en la calle”.

Fue en ese diario donde el escritor potosino escribió: “no estoy acusando a Elena de plagio ni de fraude […] Le estoy solicitando, única y exclusivamente, que atribuya a cada narrador sus palabras y no ponga en boca de Gilberto [Guevara] posiciones políticas que no sólo le eran ajenas, sino que las combatió abiertamente.”

Twitter: @armayacastro