/ martes 6 de noviembre de 2018

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Una nueva evaluación


Para un docente, las evaluaciones nunca han sido nada del otro mundo. Especialistas en hacerlas, en revisarlas y naturalmente en ser examinados, los maestros y las maestras de México son la columna vertebral del sistema educativo, y prácticamente cada dos años tienen que actualizar de manera total su manera de enseñar, según las disposiciones estatales y federales.

Los maestros siempre han sido el elemento más incomprendido del sistema educativo nacional. El maestro definitivamente es un empleado del Gobierno, pero su trabajo es uno de los más gratificantes, riesgosos impredecibles y hermosos. Al maestro le toca experimentar a las niñas y niños de México, y no es solamente pararse 8 horas frente a un grupo, sino que la labor del maestro le obliga a una versatilidad impresionante.

Las maestras y maestros de México muchas veces tienen que suplir las deficiencias del hogar. Nada prepara a un maestro para experimentar con niños que les falta uno u otro papá, o niños que son víctimas de violencia, o cualquier otro escenario imposible. Apenas hace unos años, los maestros tuvieron que aprender hasta protocolos de protección civil y seguridad pública, ante la oleada del crimen que imperaba en nuestro país.

Todo eso, amigas y amigos, es imposible de entender y, mucho menos, de evaluar. No existe examen que pueda valorar cuanto cariño le tienen los maestros a sus niños, o si la reacción ante una situación de violencia escolar fue o no la correcta; los maestros no solo actúan como guardias de los niños, muchas veces actúan como auténticos tutores o inclusive, como sus amigos.

No es raro ver que los niños, años después, recuerdan con cariño a sus maestros y viceversa; durante un año, los maestros de educación básica se entregan de manera casi absoluta a sus niños. El maestro no busca terminar el año, busca que todas sus niñas y sus niños obtengan la calificación y los aprendizajes clave que les permitan salir adelante en el siguiente ciclo escolar. El maestro pasa un gran tiempo en el aula, pero pasa también mucho fuera de ella, ideando estrategias, desarrollando planes, revisando exámenes y capacitándose, para que sus niños sean cada vez mejores.

No existe evaluación en el mundo, que pueda dimensionar la importancia de lo que el maestro hace. No existe sueldo en el país que alcance a pagar la entrega de muchas y muchos maestros que dan todo por sus niñas y niños.

Hoy, ante la víspera del nuevo gobierno, se habla de desaparecer la Reforma Educativa. Una reforma que se planteó con buenas intenciones, pero que en su ejecución encontró su penitencia. Fue una reforma que por desgracia, como muchas otras, se hizo de arriba para abajo; se busco decirle al maestro que era lo que hacía mal, sin preguntarle si quiera al maestro sobre las áreas de oportunidad de la educación en México.

La Reforma Educativa, claro que trajo ventajas. Ventiló sin duda un sistema muy arcaico, y le permitió el acceso a plazas a jóvenes promesas de la educación, pero también, vulnero aún más al maestro, ese elemento tan importante e incomprendido de la educación en México.

Presidente electo, legisladoras y legisladores en funciones, mi único consejo ante este nuevo escenario es: escuchen a los maestros. Los maestros han dedicado su vida a enseñar y a escuchar. Son quienes han forjado a las actuales generaciones, por lo que toda gran reforma debe de nacer de ellos, de abajo para arriba, y no imponerse de arriba para abajo.

México hoy necesita una nueva evaluación, pero una que sea no solo del maestro, sino de todo el sistema: ¿Qué opinan los maestros de los libros de texto? ¿Qué opinan de las materias? ¿Qué retos tiene cada escuela y cada comunidad? ¿Qué necesitan para salir adelante tanto como profesionales como personas? Escuchemos a los maestros, no impongamos. Sin colores ni partidos, es lo justo.

La evaluación debe de ser para mejorar, no para castigar. Las decisiones deben de tomarse por el bien de todos. La educación forja el futuro, forjemos nosotros entonces, una educación digna del futuro.

Una nueva evaluación


Para un docente, las evaluaciones nunca han sido nada del otro mundo. Especialistas en hacerlas, en revisarlas y naturalmente en ser examinados, los maestros y las maestras de México son la columna vertebral del sistema educativo, y prácticamente cada dos años tienen que actualizar de manera total su manera de enseñar, según las disposiciones estatales y federales.

Los maestros siempre han sido el elemento más incomprendido del sistema educativo nacional. El maestro definitivamente es un empleado del Gobierno, pero su trabajo es uno de los más gratificantes, riesgosos impredecibles y hermosos. Al maestro le toca experimentar a las niñas y niños de México, y no es solamente pararse 8 horas frente a un grupo, sino que la labor del maestro le obliga a una versatilidad impresionante.

Las maestras y maestros de México muchas veces tienen que suplir las deficiencias del hogar. Nada prepara a un maestro para experimentar con niños que les falta uno u otro papá, o niños que son víctimas de violencia, o cualquier otro escenario imposible. Apenas hace unos años, los maestros tuvieron que aprender hasta protocolos de protección civil y seguridad pública, ante la oleada del crimen que imperaba en nuestro país.

Todo eso, amigas y amigos, es imposible de entender y, mucho menos, de evaluar. No existe examen que pueda valorar cuanto cariño le tienen los maestros a sus niños, o si la reacción ante una situación de violencia escolar fue o no la correcta; los maestros no solo actúan como guardias de los niños, muchas veces actúan como auténticos tutores o inclusive, como sus amigos.

No es raro ver que los niños, años después, recuerdan con cariño a sus maestros y viceversa; durante un año, los maestros de educación básica se entregan de manera casi absoluta a sus niños. El maestro no busca terminar el año, busca que todas sus niñas y sus niños obtengan la calificación y los aprendizajes clave que les permitan salir adelante en el siguiente ciclo escolar. El maestro pasa un gran tiempo en el aula, pero pasa también mucho fuera de ella, ideando estrategias, desarrollando planes, revisando exámenes y capacitándose, para que sus niños sean cada vez mejores.

No existe evaluación en el mundo, que pueda dimensionar la importancia de lo que el maestro hace. No existe sueldo en el país que alcance a pagar la entrega de muchas y muchos maestros que dan todo por sus niñas y niños.

Hoy, ante la víspera del nuevo gobierno, se habla de desaparecer la Reforma Educativa. Una reforma que se planteó con buenas intenciones, pero que en su ejecución encontró su penitencia. Fue una reforma que por desgracia, como muchas otras, se hizo de arriba para abajo; se busco decirle al maestro que era lo que hacía mal, sin preguntarle si quiera al maestro sobre las áreas de oportunidad de la educación en México.

La Reforma Educativa, claro que trajo ventajas. Ventiló sin duda un sistema muy arcaico, y le permitió el acceso a plazas a jóvenes promesas de la educación, pero también, vulnero aún más al maestro, ese elemento tan importante e incomprendido de la educación en México.

Presidente electo, legisladoras y legisladores en funciones, mi único consejo ante este nuevo escenario es: escuchen a los maestros. Los maestros han dedicado su vida a enseñar y a escuchar. Son quienes han forjado a las actuales generaciones, por lo que toda gran reforma debe de nacer de ellos, de abajo para arriba, y no imponerse de arriba para abajo.

México hoy necesita una nueva evaluación, pero una que sea no solo del maestro, sino de todo el sistema: ¿Qué opinan los maestros de los libros de texto? ¿Qué opinan de las materias? ¿Qué retos tiene cada escuela y cada comunidad? ¿Qué necesitan para salir adelante tanto como profesionales como personas? Escuchemos a los maestros, no impongamos. Sin colores ni partidos, es lo justo.

La evaluación debe de ser para mejorar, no para castigar. Las decisiones deben de tomarse por el bien de todos. La educación forja el futuro, forjemos nosotros entonces, una educación digna del futuro.