/ domingo 19 de septiembre de 2021

Los inicios del cristianismo

El comienzo del cristianismo debemos situarlo en el momento en que Jesús de Nazaret comenzó su ministerio, en el siglo I de nuestra era, en una región llamada Palestina, sometida entonces al imperio romano. Este suceso tuvo lugar luego de ser bautizado por Juan en el río Jordán, donde también fue lleno del Espíritu Santo, mientras “subía del agua”.

Comenzó así la conquista de almas por medio de la predicación del evangelio, cuyo poder logra arrebatar prodigiosamente a las almas del mal camino. Mujeres y hombres de distintos estratos sociales se incorporaron desde entonces a la Iglesia de Cristo, donde conocieron una vida nueva, basada en la fe de Jesucristo.

Sin presiones de ninguna índole, el fundador de la Iglesia invitaba a las almas con las palabras de amor que convencían: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23).

Como se puede apreciar en la anterior cita bíblica, el Señor Jesucristo respetó en todo momento la voluntad de sus congéneres, empleando en la conversión de ellos métodos de amor, nunca de intolerancia religiosa. Los que resolvían ser discípulos de Cristo lo hacían porque sentían necesidad de ello, no porque mediara algún tipo de presión por parte del Señor Jesús o sus apóstoles.

La fuerza de atracción de Jesucristo generó sobresalto en los lideres religiosos de aquel tiempo. Todos ellos observaban con pánico cómo el mundo lo seguía, sin que su decadente doctrina pudiera evitarlo. La popularidad de Cristo crecía cada día, pero también el encono de las autoridades eclesiásticas de su tiempo, quienes se dieron a la tarea de desprestigiar su vida y misión, exhibiéndolo ante el pueblo como un personaje subversivo y peligroso, que alteraba el orden público. Nada más alejado de la realidad. La única verdad era esta: el evangelio de Cristo formaba buenos cristianos y personas útiles a la sociedad.

Mientras él cumplía la voluntad de Dios librando a las almas de lo dañino y perjudicial, los principales sacerdotes de Israel se confabulaban en su contra, buscando la forma de neutralizarlo. ¿Cómo reaccionó el Señor Jesús ante aquellas provocaciones intolerantes? En su primera epístola universal, el apóstol Pedro explica a los fieles de la Iglesia la manera en que Cristo afrontó tales agresiones: “cuando le maldecían, no respondía con maldición, cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23).

Con el ánimo de eliminar de raíz el naciente cristianismo, se constituyó en contra de Cristo una alianza entre las autoridades civiles y religiosas, muy a pesar de las diferencias religiosas y doctrinales que existían entre ellos. Fariseos y saduceos se confabularon para abrumar a Cristo y a sus seguidores, haciéndolos blanco de todo tipo de agresiones e insultos. Esta perversa coalición buscaba desprestigiar la imagen y trayectoria del Señor Jesús, recurriendo a la calumnia, un recurso vil que mancilla la honra más pura.

Ninguna de las maniobras intolerantes en su contra impidió que la Iglesia creciera y se consolidara. Y es que, como expresó recientemente el apóstol de Jesucristo Naasón Joaquín García, “ni el tiempo primitivo, ni en el actual ha funcionado la agresividad contra el pueblo de Dios”.

Los cuatro evangelios dan testimonio de un Jesús “despreciado y desechado entre los hombres”, que ejerció su ministerio contra viento y marea. Su doctrina de amor fue desdeñada por quienes veían afectados sus intereses en el ámbito religioso, repitiéndose la historia tras el ascenso de Cristo al cielo. Aquí los siguientes ejemplos: Esteban fue arrestado y lapidado; Pedro y Juan fueron encarcelados en la cárcel pública; Jacobo fue decapitado; Pablo encarcelado muchas veces, pero siempre que salía continuaba adelante con su sagrada misión, consistente en predicar el evangelio de Cristo.

A las nuevas ofertas religiosas que aparecían en Israel y que no armonizaban con las sectas tradicionales del judaísmo, se les colgaba la etiqueta de falsas y heréticas. Las personas que se incorporaban a estos grupos eran discriminadas de diversas formas por los dirigentes de las religiones dominantes, quienes tenían el equivocado concepto de que “el error no tiene derecho a existir”.

Fue así como los cristianos primitivos llevaron en su cuerpo por todas partes la muerte de Jesús. A ninguno de ellos le tomó por sorpresa el sufrimiento que sobrevino sobre ellos, ya que el Señor había anticipado a sus seguidores que serían perseguidos y aborrecidos causa de su Nombre. A pesar de esta intolerancia y discriminación, el Señor Jesucristo nunca aleccionó a sus seguidores a responder mal por mal, ni a embestir a quienes predicaban una doctrina diferente a la suya. En la historia de la Iglesia primitiva hubo numerosas víctimas de la intolerancia religiosa, pero ningún cristiano fue jamás intolerante, inflexible u opresivo.


Twitter: @armayacastro

El comienzo del cristianismo debemos situarlo en el momento en que Jesús de Nazaret comenzó su ministerio, en el siglo I de nuestra era, en una región llamada Palestina, sometida entonces al imperio romano. Este suceso tuvo lugar luego de ser bautizado por Juan en el río Jordán, donde también fue lleno del Espíritu Santo, mientras “subía del agua”.

Comenzó así la conquista de almas por medio de la predicación del evangelio, cuyo poder logra arrebatar prodigiosamente a las almas del mal camino. Mujeres y hombres de distintos estratos sociales se incorporaron desde entonces a la Iglesia de Cristo, donde conocieron una vida nueva, basada en la fe de Jesucristo.

Sin presiones de ninguna índole, el fundador de la Iglesia invitaba a las almas con las palabras de amor que convencían: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23).

Como se puede apreciar en la anterior cita bíblica, el Señor Jesucristo respetó en todo momento la voluntad de sus congéneres, empleando en la conversión de ellos métodos de amor, nunca de intolerancia religiosa. Los que resolvían ser discípulos de Cristo lo hacían porque sentían necesidad de ello, no porque mediara algún tipo de presión por parte del Señor Jesús o sus apóstoles.

La fuerza de atracción de Jesucristo generó sobresalto en los lideres religiosos de aquel tiempo. Todos ellos observaban con pánico cómo el mundo lo seguía, sin que su decadente doctrina pudiera evitarlo. La popularidad de Cristo crecía cada día, pero también el encono de las autoridades eclesiásticas de su tiempo, quienes se dieron a la tarea de desprestigiar su vida y misión, exhibiéndolo ante el pueblo como un personaje subversivo y peligroso, que alteraba el orden público. Nada más alejado de la realidad. La única verdad era esta: el evangelio de Cristo formaba buenos cristianos y personas útiles a la sociedad.

Mientras él cumplía la voluntad de Dios librando a las almas de lo dañino y perjudicial, los principales sacerdotes de Israel se confabulaban en su contra, buscando la forma de neutralizarlo. ¿Cómo reaccionó el Señor Jesús ante aquellas provocaciones intolerantes? En su primera epístola universal, el apóstol Pedro explica a los fieles de la Iglesia la manera en que Cristo afrontó tales agresiones: “cuando le maldecían, no respondía con maldición, cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23).

Con el ánimo de eliminar de raíz el naciente cristianismo, se constituyó en contra de Cristo una alianza entre las autoridades civiles y religiosas, muy a pesar de las diferencias religiosas y doctrinales que existían entre ellos. Fariseos y saduceos se confabularon para abrumar a Cristo y a sus seguidores, haciéndolos blanco de todo tipo de agresiones e insultos. Esta perversa coalición buscaba desprestigiar la imagen y trayectoria del Señor Jesús, recurriendo a la calumnia, un recurso vil que mancilla la honra más pura.

Ninguna de las maniobras intolerantes en su contra impidió que la Iglesia creciera y se consolidara. Y es que, como expresó recientemente el apóstol de Jesucristo Naasón Joaquín García, “ni el tiempo primitivo, ni en el actual ha funcionado la agresividad contra el pueblo de Dios”.

Los cuatro evangelios dan testimonio de un Jesús “despreciado y desechado entre los hombres”, que ejerció su ministerio contra viento y marea. Su doctrina de amor fue desdeñada por quienes veían afectados sus intereses en el ámbito religioso, repitiéndose la historia tras el ascenso de Cristo al cielo. Aquí los siguientes ejemplos: Esteban fue arrestado y lapidado; Pedro y Juan fueron encarcelados en la cárcel pública; Jacobo fue decapitado; Pablo encarcelado muchas veces, pero siempre que salía continuaba adelante con su sagrada misión, consistente en predicar el evangelio de Cristo.

A las nuevas ofertas religiosas que aparecían en Israel y que no armonizaban con las sectas tradicionales del judaísmo, se les colgaba la etiqueta de falsas y heréticas. Las personas que se incorporaban a estos grupos eran discriminadas de diversas formas por los dirigentes de las religiones dominantes, quienes tenían el equivocado concepto de que “el error no tiene derecho a existir”.

Fue así como los cristianos primitivos llevaron en su cuerpo por todas partes la muerte de Jesús. A ninguno de ellos le tomó por sorpresa el sufrimiento que sobrevino sobre ellos, ya que el Señor había anticipado a sus seguidores que serían perseguidos y aborrecidos causa de su Nombre. A pesar de esta intolerancia y discriminación, el Señor Jesucristo nunca aleccionó a sus seguidores a responder mal por mal, ni a embestir a quienes predicaban una doctrina diferente a la suya. En la historia de la Iglesia primitiva hubo numerosas víctimas de la intolerancia religiosa, pero ningún cristiano fue jamás intolerante, inflexible u opresivo.


Twitter: @armayacastro