/ lunes 24 de junio de 2019

Libertad de expresión y el término secta

La libertad de expresión es un derecho humano fundamental, la piedra angular de toda democracia. Sin la garantía de este derecho inalienable, que comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo, no puede existir una verdadera democracia.

Sobre esta libertad, el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, establece: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

Esta libertad está contenida también en el artículo 19.2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el cual consagra el derecho a la libertad de expresión, que consiste en la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole…”.

En México, esta libertad se encuentra garantizada por el artículo 6° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que a la letra dice: “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público; el derecho a la información será garantizado por el Estado”.

Los periodistas de México y de cualquier país del mundo tienen derechos y obligaciones. Por la delicada tarea que cumplen en su quehacer informativo, tiene el derecho a garantías y facilidades para el cumplimiento de su función, pero tienen también la obligación de escribir con veracidad y exactitud, evitando la deformación y tergiversación de los acontecimientos. Están obligados, asimismo, a conocer, cumplir y respetar los deberes establecidos en sus propios códigos de ética.

Lamentablemente, algunos periodistas van por la vida exigiendo derechos en la realización de su trabajo periodístico, pero sin que ellos cumplan con sus deberes éticos. Se les observa “trabajar” sin tomar conciencia que se deben fundamentalmente al pueblo, quien tiene el derecho a ser informado veraz, oportuna e integralmente. Exigen garantías para ellos y está bien, pero en nombre de la utilidad que otorgan el sensacionalismo, el escándalo, la adulteración de acontecimientos o la incalificable violación de la intimidad de las personas, traicionan sus responsabilidades éticas.

Me referiré a continuación a esos medios de información que tienen códigos de ética que, penosamente, no siempre respetan. Algunos de estos medios de comunicación, que han proclamado defender las libertades fundamentales y los derechos humanos, han lanzado recientemente una ofensiva mediática contra una minoría religiosa establecida en México, la cual se ha distinguido por la predicación constante del evangelio.

Al hacerlo, algunos resucitaron el discurso discriminante que hasta hace unos años empleaba la jerarquía católica para referirse a las minorías religiosas, un discurso de odio que alcanzó su cenit durante la nunciatura de Girolamo Prigione. Recordemos que este jerarca católico de origen italiano, fallecido el 27 de mayo de 2016, declaró a medios de comunicación que “las sectas son moscas que hay que matar a periodicazos”.

Jurídicamente, hoy no se puede hablar de sectas; se podía hasta el año 1991, ya que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, dándole a las minorías religiosas un trato diferente, se refería a ellas como sectas. Hoy nuestra Carta Magna se ha perfeccionado en ese sentido y sólo habla de Iglesias, el término secta fue erradicado del texto constitucional por ser discriminante y por incitar al linchamiento físico y moral de las personas que pertenecen a las minorías.

Sociológicamente, secta es un grupo que se enclaustra, y éste no es el caso de La Luz del Mundo, una Iglesia cuyo principal objetivo es expandirse, como lo demuestra la activa labor evangelizadora que realiza en México y en los 58 países donde tiene presencia.

Ahora bien, si la pretensión es hablar de grupos enclaustrados, ahí están las órdenes monásticas del catolicismo: dominicos, franciscanos, agustinos, etcétera. Y las menciono porque todos sabemos muy bien que, para estas órdenes, el claustro es el centro de la vida monástica. Sin embargo, ningún medio de comunicación llama sectas a los dominicos, franciscanos y agustinos, ¿será porque son parte de la Iglesia católica?

Históricamente, secta es un grupo minoritario que se separa de la comunión de otro más grande a partir de una confrontación. Bajo esta definición, es importante señalar que, en sus más de 93 años de historia, la Iglesia La Luz del Mundo jamás se ha separado de ningún grupo, ni grande ni pequeño.

Sin tomar en cuenta los anteriores puntos de vista, es decir el jurídico, el sociológico y el histórico, varios medios de información insisten en calificar como secta a La Luz del Mundo y a otros determinados grupos religiosos, una adjetivación que es completamente ajena al quehacer periodístico, el cual se distingue por presentar la información al margen de adjetivos y de una editorialización tendenciosa que incite al linchamiento moral y físico de los miembros de determinadas confesiones religiosas.

La libertad de expresión es un derecho humano fundamental, la piedra angular de toda democracia. Sin la garantía de este derecho inalienable, que comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo, no puede existir una verdadera democracia.

Sobre esta libertad, el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, establece: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

Esta libertad está contenida también en el artículo 19.2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el cual consagra el derecho a la libertad de expresión, que consiste en la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole…”.

En México, esta libertad se encuentra garantizada por el artículo 6° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que a la letra dice: “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público; el derecho a la información será garantizado por el Estado”.

Los periodistas de México y de cualquier país del mundo tienen derechos y obligaciones. Por la delicada tarea que cumplen en su quehacer informativo, tiene el derecho a garantías y facilidades para el cumplimiento de su función, pero tienen también la obligación de escribir con veracidad y exactitud, evitando la deformación y tergiversación de los acontecimientos. Están obligados, asimismo, a conocer, cumplir y respetar los deberes establecidos en sus propios códigos de ética.

Lamentablemente, algunos periodistas van por la vida exigiendo derechos en la realización de su trabajo periodístico, pero sin que ellos cumplan con sus deberes éticos. Se les observa “trabajar” sin tomar conciencia que se deben fundamentalmente al pueblo, quien tiene el derecho a ser informado veraz, oportuna e integralmente. Exigen garantías para ellos y está bien, pero en nombre de la utilidad que otorgan el sensacionalismo, el escándalo, la adulteración de acontecimientos o la incalificable violación de la intimidad de las personas, traicionan sus responsabilidades éticas.

Me referiré a continuación a esos medios de información que tienen códigos de ética que, penosamente, no siempre respetan. Algunos de estos medios de comunicación, que han proclamado defender las libertades fundamentales y los derechos humanos, han lanzado recientemente una ofensiva mediática contra una minoría religiosa establecida en México, la cual se ha distinguido por la predicación constante del evangelio.

Al hacerlo, algunos resucitaron el discurso discriminante que hasta hace unos años empleaba la jerarquía católica para referirse a las minorías religiosas, un discurso de odio que alcanzó su cenit durante la nunciatura de Girolamo Prigione. Recordemos que este jerarca católico de origen italiano, fallecido el 27 de mayo de 2016, declaró a medios de comunicación que “las sectas son moscas que hay que matar a periodicazos”.

Jurídicamente, hoy no se puede hablar de sectas; se podía hasta el año 1991, ya que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, dándole a las minorías religiosas un trato diferente, se refería a ellas como sectas. Hoy nuestra Carta Magna se ha perfeccionado en ese sentido y sólo habla de Iglesias, el término secta fue erradicado del texto constitucional por ser discriminante y por incitar al linchamiento físico y moral de las personas que pertenecen a las minorías.

Sociológicamente, secta es un grupo que se enclaustra, y éste no es el caso de La Luz del Mundo, una Iglesia cuyo principal objetivo es expandirse, como lo demuestra la activa labor evangelizadora que realiza en México y en los 58 países donde tiene presencia.

Ahora bien, si la pretensión es hablar de grupos enclaustrados, ahí están las órdenes monásticas del catolicismo: dominicos, franciscanos, agustinos, etcétera. Y las menciono porque todos sabemos muy bien que, para estas órdenes, el claustro es el centro de la vida monástica. Sin embargo, ningún medio de comunicación llama sectas a los dominicos, franciscanos y agustinos, ¿será porque son parte de la Iglesia católica?

Históricamente, secta es un grupo minoritario que se separa de la comunión de otro más grande a partir de una confrontación. Bajo esta definición, es importante señalar que, en sus más de 93 años de historia, la Iglesia La Luz del Mundo jamás se ha separado de ningún grupo, ni grande ni pequeño.

Sin tomar en cuenta los anteriores puntos de vista, es decir el jurídico, el sociológico y el histórico, varios medios de información insisten en calificar como secta a La Luz del Mundo y a otros determinados grupos religiosos, una adjetivación que es completamente ajena al quehacer periodístico, el cual se distingue por presentar la información al margen de adjetivos y de una editorialización tendenciosa que incite al linchamiento moral y físico de los miembros de determinadas confesiones religiosas.