/ viernes 30 de octubre de 2020

Isabel I, soberana de Inglaterra de rígida moral e intransigente 

De una rígida moral e intransigencia, la reina Isabel I de Inglaterra, fue una soberana que quiso ser recordada como la “Reina Virgen”, pues se dice que siempre sintió aversión por la vida matrimonial, si bien dentro de sus múltiples virtudes la virginidad le es aún cuestionada.

Lo que sí tiene fundamento es que ella sentó las bases de la grandeza de Gran Bretaña en la época de su reinado, estableciendo la llamada “Era Isabelina”.

Fue una reina que tuvo una vida muy complicada desde su tierna edad, por ser la hija ilegítima de Enrique VIII, pues fue producto de una relación con Ana Bolena, quien primero fue su amante, para después desposarla, no obstante que el soberano estaba casado con Catalina de Aragón, hija de los “Reyes Católicos” de España, mujer muy religiosa que tuvo seis embarazos, cuyos productos nacían muertos, excepto una niña que siempre estuvo enferma, llamada María.

Enrique VIII esperaba con júbilo que Ana Bolena le diera un hijo varón y sin embargo tuvo una niña sana, que fue bautizada como Isabel, pero la Iglesia Católica no reconoció el nuevo matrimonio del rey y por lo tanto esta hija fue considerada como ilegítima.

Dada la negativa de Roma para reconocer el matrimonio de Enrique VIII, éste rompió definitivamente con la autoridad papal y reconoció a la Iglesia Anglicana. Ana Bolena, dos años después, tuvo un hijo que nació sin vida y con ello su destino quedó marcado, pues fue acusada de adulterio y condenada a morir decapitada.

Isabel fue declarada hija bastarda, quedando en igual situación en que su hermanastra María, 17 años mayor que aquella, pues ambas fueron desposeídas de sus derechos hereditarios al trono, al menos por un tiempo, pues el rey se casó con Juana Seymour, quien le dio un hijo varón, quien a la postre fue coronado como Eduardo VI.

Sin embargo, la reina consorte murió poco después y el rey se casó sin conocer a una mujer alemana poco agraciada, Ana de Claves; unión que sólo duró seis meses, pues al igual que la primera fue repudiada para luego contraer matrimonio con una mujer atractiva, Catalina Howard, corriendo igual suerte que la segunda, pues fue sentenciada a muerte acusada de adulterio.

Señalamos todo lo anterior, para entender que Isabel pertenecía a una familia turbulenta, pues Enrique VIII ya muy entrado en años desposó finalmente a la dos veces viuda, Catalina Parr, quien protegió a las dos hijas del rey, y por su intersección los decretos de bastardía que pesaban sobre ellas, fueron revocados y llamadas a la corte.

Isabel tenía 10 años cuando regresó al palacio real. Era una hermosa niña pelirroja, despierta y esbelta como su madre, Ana Bolena. Había recibido educación esmerada de sus mentores cercanos al protestantismo y poseedora de una sólida formación humanística. Leía griego y latín, dominando varias lenguas europeas de su época, tales como el francés, italiano y castellano, aparte de su idioma natal.

Catalina Parr fue para Isabel como una madre hasta la muerte del rey Enrique VIII, quien antes de fallecer dispuso el orden sucesorio del trono de manera oficial: primero Eduardo, su heredero varón; después María, la hija de Catalina de Aragón, y por último Isabel, hija de su segunda esposa pero que no reconoció la Iglesia Católica.

Sin embargo, la viuda del soberano cometió la imprudencia de unirse en matrimonio con Thomas Seymour, quien ambicionaba con ser rey, y para llevar a cabo sus planes se casó en 1543 con Catalina Parr, amén de que Eduardo como María eran de condición enfermiza, proponiéndose además seducir a la joven Isabel.

Sin embargo, la reina consorte sorprendió a su Seymour abrazando a Isabel; por ello, la princesa fue confinada en un palacio al norte de Londres, en tanto que Catalina Parr falleció inopinadamente en 1548. Los cortesanos ingleses se dieron a la tarea de rumorar que el esposo tuvo que ver con la muerte de la reina consorte, así como ser acusado de mantener relaciones con la hija menor de Enrique VIII, para tener la posibilidad de sucederle en el trono.

En síntesis, después de un proceso de casi un año, Thomas Seymour fue sentenciado a ser decapitado. Ascendió al trono Enrique, quien murió en 1553, y en seguida se propuso para sucederle a Juana Grey, bisnieta de Enrique VIII, en tanto que la princesa Isabel apoyó a su hermana María, la que tuvo un reinado poco afortunado, pues ordenó la persecución de todos los protestantes, lo que le valió ser conocida como “María la Sanguinarea”, restableció relaciones con España y condujo a Inglaterra a una desastrosa guerra con Francia, lo que indignó a la mayoría de los ingleses. María dejó de existir en 1558 sin dejar descendencia y de acuerdo al testamento de su padre, debía sucederla su hermana menor, Isabel.

Fue entonces el inicio de la “Era Isabelina”, contando ella con tan solo 25 años de edad, siendo hija y hermana de reyes, acostumbrada a las adversidades y estando alejada de las conjuras palaciegas. Sin embargo, sería a partir de entonces una reina intransigente con todo lo relacionado con los derechos de la corona, pero mostrándose prudente, calculadora y tolerante con todo lo demás, sin otro interés que preservar sus propios intereses y los de la sociedad inglesa en general, así como estando en plena ebullición religiosa, intelectual y económica.

En el terreno religioso, Isabel I restableció el anglicismo, y lo situó en un término medio entre la reforma protestante y la tradición católica. En lo político, la amenaza más importante procedía de Escocia, donde María I de Estuardo, católica y admiradora de los franceses, proclamaba su derecho al trono de Inglaterra, pero en un choque con los calvinistas se refugió en Inglaterra, lo que aprovechó Isabel para detenerla y llevarla a prisión.

También tuvo que enfrentar a una inevitable guerra con España, cuyo rey, Felipe II, esperaba poder ganarle a Gran Bretaña con un desembarco de marinos españoles de sus numerosos navíos, los que hacía identificar como la “Armada Invencible”, quienes resultaron derrotados con la ayuda de una tormenta marítima y teniendo al frente a un mal estratega, en 1588.

Los últimos años de Isabel I sobresalen el haber puesto en orden sus débiles finanzas públicas, sofocar una rebelión irlandesa y ver crecer la religión protestante de su país. Nunca contrajo matrimonio y por lo tanto no dejó descendencia. Tuvo sus favoritos, entre ellos su fiel escudero, lord Robert Dudley, sir Walter Raleigh y hasta el conde Robert Devereux, joven 20 años menor que la reina, quien pagó con su vida el haber cometido un grave error sentimental, pues la reina era de una rígida moral.

Apoyó las manifestaciones de artistas y literatos, siendo uno de ellos el inmortal William Schakespeare. El crecimiento de la actividad comercial y la rivalidad con España, redundaron en un importante desarrollo naval.

Para 1598, Isabel estaba sumamente avejentada y por ello se le daba la expresión de ser “una momia descarnada y cubierta de joyas”, pues era calva, marchita y grotesca, pero pretendía ser aún para sus súbditos la encarnación de la virtud, la justicia y la belleza. Falleció el 24 de marzo de 1603, después de designar como su sucesor a Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, hijo de María Estuardo, con lo que se inició la unificación de los dos reinos.

¡Hasta la próxima!

De una rígida moral e intransigencia, la reina Isabel I de Inglaterra, fue una soberana que quiso ser recordada como la “Reina Virgen”, pues se dice que siempre sintió aversión por la vida matrimonial, si bien dentro de sus múltiples virtudes la virginidad le es aún cuestionada.

Lo que sí tiene fundamento es que ella sentó las bases de la grandeza de Gran Bretaña en la época de su reinado, estableciendo la llamada “Era Isabelina”.

Fue una reina que tuvo una vida muy complicada desde su tierna edad, por ser la hija ilegítima de Enrique VIII, pues fue producto de una relación con Ana Bolena, quien primero fue su amante, para después desposarla, no obstante que el soberano estaba casado con Catalina de Aragón, hija de los “Reyes Católicos” de España, mujer muy religiosa que tuvo seis embarazos, cuyos productos nacían muertos, excepto una niña que siempre estuvo enferma, llamada María.

Enrique VIII esperaba con júbilo que Ana Bolena le diera un hijo varón y sin embargo tuvo una niña sana, que fue bautizada como Isabel, pero la Iglesia Católica no reconoció el nuevo matrimonio del rey y por lo tanto esta hija fue considerada como ilegítima.

Dada la negativa de Roma para reconocer el matrimonio de Enrique VIII, éste rompió definitivamente con la autoridad papal y reconoció a la Iglesia Anglicana. Ana Bolena, dos años después, tuvo un hijo que nació sin vida y con ello su destino quedó marcado, pues fue acusada de adulterio y condenada a morir decapitada.

Isabel fue declarada hija bastarda, quedando en igual situación en que su hermanastra María, 17 años mayor que aquella, pues ambas fueron desposeídas de sus derechos hereditarios al trono, al menos por un tiempo, pues el rey se casó con Juana Seymour, quien le dio un hijo varón, quien a la postre fue coronado como Eduardo VI.

Sin embargo, la reina consorte murió poco después y el rey se casó sin conocer a una mujer alemana poco agraciada, Ana de Claves; unión que sólo duró seis meses, pues al igual que la primera fue repudiada para luego contraer matrimonio con una mujer atractiva, Catalina Howard, corriendo igual suerte que la segunda, pues fue sentenciada a muerte acusada de adulterio.

Señalamos todo lo anterior, para entender que Isabel pertenecía a una familia turbulenta, pues Enrique VIII ya muy entrado en años desposó finalmente a la dos veces viuda, Catalina Parr, quien protegió a las dos hijas del rey, y por su intersección los decretos de bastardía que pesaban sobre ellas, fueron revocados y llamadas a la corte.

Isabel tenía 10 años cuando regresó al palacio real. Era una hermosa niña pelirroja, despierta y esbelta como su madre, Ana Bolena. Había recibido educación esmerada de sus mentores cercanos al protestantismo y poseedora de una sólida formación humanística. Leía griego y latín, dominando varias lenguas europeas de su época, tales como el francés, italiano y castellano, aparte de su idioma natal.

Catalina Parr fue para Isabel como una madre hasta la muerte del rey Enrique VIII, quien antes de fallecer dispuso el orden sucesorio del trono de manera oficial: primero Eduardo, su heredero varón; después María, la hija de Catalina de Aragón, y por último Isabel, hija de su segunda esposa pero que no reconoció la Iglesia Católica.

Sin embargo, la viuda del soberano cometió la imprudencia de unirse en matrimonio con Thomas Seymour, quien ambicionaba con ser rey, y para llevar a cabo sus planes se casó en 1543 con Catalina Parr, amén de que Eduardo como María eran de condición enfermiza, proponiéndose además seducir a la joven Isabel.

Sin embargo, la reina consorte sorprendió a su Seymour abrazando a Isabel; por ello, la princesa fue confinada en un palacio al norte de Londres, en tanto que Catalina Parr falleció inopinadamente en 1548. Los cortesanos ingleses se dieron a la tarea de rumorar que el esposo tuvo que ver con la muerte de la reina consorte, así como ser acusado de mantener relaciones con la hija menor de Enrique VIII, para tener la posibilidad de sucederle en el trono.

En síntesis, después de un proceso de casi un año, Thomas Seymour fue sentenciado a ser decapitado. Ascendió al trono Enrique, quien murió en 1553, y en seguida se propuso para sucederle a Juana Grey, bisnieta de Enrique VIII, en tanto que la princesa Isabel apoyó a su hermana María, la que tuvo un reinado poco afortunado, pues ordenó la persecución de todos los protestantes, lo que le valió ser conocida como “María la Sanguinarea”, restableció relaciones con España y condujo a Inglaterra a una desastrosa guerra con Francia, lo que indignó a la mayoría de los ingleses. María dejó de existir en 1558 sin dejar descendencia y de acuerdo al testamento de su padre, debía sucederla su hermana menor, Isabel.

Fue entonces el inicio de la “Era Isabelina”, contando ella con tan solo 25 años de edad, siendo hija y hermana de reyes, acostumbrada a las adversidades y estando alejada de las conjuras palaciegas. Sin embargo, sería a partir de entonces una reina intransigente con todo lo relacionado con los derechos de la corona, pero mostrándose prudente, calculadora y tolerante con todo lo demás, sin otro interés que preservar sus propios intereses y los de la sociedad inglesa en general, así como estando en plena ebullición religiosa, intelectual y económica.

En el terreno religioso, Isabel I restableció el anglicismo, y lo situó en un término medio entre la reforma protestante y la tradición católica. En lo político, la amenaza más importante procedía de Escocia, donde María I de Estuardo, católica y admiradora de los franceses, proclamaba su derecho al trono de Inglaterra, pero en un choque con los calvinistas se refugió en Inglaterra, lo que aprovechó Isabel para detenerla y llevarla a prisión.

También tuvo que enfrentar a una inevitable guerra con España, cuyo rey, Felipe II, esperaba poder ganarle a Gran Bretaña con un desembarco de marinos españoles de sus numerosos navíos, los que hacía identificar como la “Armada Invencible”, quienes resultaron derrotados con la ayuda de una tormenta marítima y teniendo al frente a un mal estratega, en 1588.

Los últimos años de Isabel I sobresalen el haber puesto en orden sus débiles finanzas públicas, sofocar una rebelión irlandesa y ver crecer la religión protestante de su país. Nunca contrajo matrimonio y por lo tanto no dejó descendencia. Tuvo sus favoritos, entre ellos su fiel escudero, lord Robert Dudley, sir Walter Raleigh y hasta el conde Robert Devereux, joven 20 años menor que la reina, quien pagó con su vida el haber cometido un grave error sentimental, pues la reina era de una rígida moral.

Apoyó las manifestaciones de artistas y literatos, siendo uno de ellos el inmortal William Schakespeare. El crecimiento de la actividad comercial y la rivalidad con España, redundaron en un importante desarrollo naval.

Para 1598, Isabel estaba sumamente avejentada y por ello se le daba la expresión de ser “una momia descarnada y cubierta de joyas”, pues era calva, marchita y grotesca, pero pretendía ser aún para sus súbditos la encarnación de la virtud, la justicia y la belleza. Falleció el 24 de marzo de 1603, después de designar como su sucesor a Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, hijo de María Estuardo, con lo que se inició la unificación de los dos reinos.

¡Hasta la próxima!