/ domingo 29 de septiembre de 2019

Intolerancia religiosa, una asignatura pendiente

La intolerancia religiosa es una práctica de nuestro tiempo y de todos los tiempos; de nuestro país y de todos los países del mundo. Es un mal que tiene sus orígenes en el dogmatismo intolerante y autoritario, así como en el fundamentalismo fanático, llámese islámico, católico o de cualquier religión que lo practique.

Sobre el caso específico de México se ha dicho y se sigue diciendo que somos un país de libertades para todos, incluso para las personas que profesan una fe distinta a la mayoritaria, así como para aquellas que no practican ningún credo.

La Constitución General de la República, la norma de mayor jerarquía en nuestro país, establece en su artículo 24 que “toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado”.

Por su parte, la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, reglamentaria de las disposiciones constitucionales en materia de asociaciones, agrupaciones religiosas, iglesias y culto público, establece que el Estado Mexicano garantiza en favor del individuo, el siguiente derecho: “Tener o adoptar la creencia religiosa que más le agrade y practicar, en forma individual o colectiva, los actos de culto o ritos de su preferencia”.

A pesar de la contundencia de estos ordenamientos jurídicos, y de aquellos que han sido creados para combatir la discriminación en cualquiera de sus formas, en México prevalece aún la “cultura” de la intolerancia sobre la libertad de creencias y culto. Prueba de

ello son los actos de prejuicio, exclusión y discriminación en contra de niños, niñas y adolescentes de La Luz del Mundo, por lo que la CNDH “determina que se adopten medidas cautelares”, afirma una nota reciente de Animal Político.

Este tipo de acoso se ha venido dando en contra de los miembros de esta comunidad desde que su máximo líder espiritual, el apóstol Naasón Joaquín García, fue detenido por imputaciones que aún no han sido probadas.

Lamentablemente, para los autores de estos atropellos, la legislación nacional e internacional que salvaguarda los derechos del hombre es sólo letra muerta. Con base en lo anterior me atrevo a asegurar que no existe una libertad religiosa plena, pues, si la hubiera, podríamos profesar cualquier religión sin temor de ser perseguidos por los que consideran que en nuestro país sólo debería existir la Iglesia que, a partir de 1519, impuso por la fuerza el catolicismo en México, esa religión que predominó en los tres siglos del virreinato y en el México post independiente.

Me queda claro que el propósito de la intolerancia, enemiga ancestral de la libertad de religión, ha sido siempre el mismo: suscitar el acoso irracional que busca evitar el crecimiento de las minorías religiosas, a las que las personas y grupos intransigentes consideran indignas de existir, de crecer y de ser reconocidas como iguales ante la ley.

El problema es que, hoy como en el pasado, la violencia contra los grupos religiosos minoritarios, por su forma de ser, de pensar y de creer, se observa en México como algo de poca gravedad, tanto así que algunas autoridades de gobierno minimizan o ignoran las denuncias de las minorías religiosas, a las que no les queda otra alternativa que sufrir silenciosamente, o huir de sus comunidades a otros lugares donde a veces encuentran expresiones de intolerancia religiosa de mayor gravedad.

Afortunadamente existe la CNDH, que en el caso específico de la Iglesia La Luz del Mundo ha pedido que la medidas cautelares se hagan lo más pronto posible. Considero que este tipo de medidas va a contribuir de manera significativa a disminuir los irracionales casos de intolerancia y discriminación religiosa.

Ojalá que el resto de las autoridades e instituciones públicas apoyen en esta lucha a los organismos y personas que realizan esfuerzos notorios para disminuir este lamentable mal.

Tengo claro que lo ideal sería la supresión definitiva de toda expresión de intolerancia religiosa; sin embargo, los esfuerzos se deben centrar primeramente en debilitar las indeseables prácticas de intolerancia religiosa, para posteriormente buscar la erradicación de este ancestral y penoso mal. Para conseguirlo es imperioso que la sociedad esté atenta y no se deje envolver por los medios sensacionalistas, amantes de causar sufrimiento a las minorías que han sido estigmatizadas por textos periodísticos anti éticos, que buscan vender en vez de informar a una sociedad que sigue siendo afectada por la desinformación.

En mis diversos espacios de opinión he señalado una y otra vez que el único valor que puede suprimir la intolerancia religiosa es el respeto.

Lamentablemente, muchos de los que combaten la discriminación por motivos religiosos han construido un discurso que pondera la tolerancia, olvidando que la solución a este tipo de males está en el respeto absoluto, el único valor que puede ayudarnos a construir una sociedad libre de discriminación y capaz de convivir armónicamente sin conflictos de ningún tipo.

La intolerancia religiosa es una práctica de nuestro tiempo y de todos los tiempos; de nuestro país y de todos los países del mundo. Es un mal que tiene sus orígenes en el dogmatismo intolerante y autoritario, así como en el fundamentalismo fanático, llámese islámico, católico o de cualquier religión que lo practique.

Sobre el caso específico de México se ha dicho y se sigue diciendo que somos un país de libertades para todos, incluso para las personas que profesan una fe distinta a la mayoritaria, así como para aquellas que no practican ningún credo.

La Constitución General de la República, la norma de mayor jerarquía en nuestro país, establece en su artículo 24 que “toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado”.

Por su parte, la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, reglamentaria de las disposiciones constitucionales en materia de asociaciones, agrupaciones religiosas, iglesias y culto público, establece que el Estado Mexicano garantiza en favor del individuo, el siguiente derecho: “Tener o adoptar la creencia religiosa que más le agrade y practicar, en forma individual o colectiva, los actos de culto o ritos de su preferencia”.

A pesar de la contundencia de estos ordenamientos jurídicos, y de aquellos que han sido creados para combatir la discriminación en cualquiera de sus formas, en México prevalece aún la “cultura” de la intolerancia sobre la libertad de creencias y culto. Prueba de

ello son los actos de prejuicio, exclusión y discriminación en contra de niños, niñas y adolescentes de La Luz del Mundo, por lo que la CNDH “determina que se adopten medidas cautelares”, afirma una nota reciente de Animal Político.

Este tipo de acoso se ha venido dando en contra de los miembros de esta comunidad desde que su máximo líder espiritual, el apóstol Naasón Joaquín García, fue detenido por imputaciones que aún no han sido probadas.

Lamentablemente, para los autores de estos atropellos, la legislación nacional e internacional que salvaguarda los derechos del hombre es sólo letra muerta. Con base en lo anterior me atrevo a asegurar que no existe una libertad religiosa plena, pues, si la hubiera, podríamos profesar cualquier religión sin temor de ser perseguidos por los que consideran que en nuestro país sólo debería existir la Iglesia que, a partir de 1519, impuso por la fuerza el catolicismo en México, esa religión que predominó en los tres siglos del virreinato y en el México post independiente.

Me queda claro que el propósito de la intolerancia, enemiga ancestral de la libertad de religión, ha sido siempre el mismo: suscitar el acoso irracional que busca evitar el crecimiento de las minorías religiosas, a las que las personas y grupos intransigentes consideran indignas de existir, de crecer y de ser reconocidas como iguales ante la ley.

El problema es que, hoy como en el pasado, la violencia contra los grupos religiosos minoritarios, por su forma de ser, de pensar y de creer, se observa en México como algo de poca gravedad, tanto así que algunas autoridades de gobierno minimizan o ignoran las denuncias de las minorías religiosas, a las que no les queda otra alternativa que sufrir silenciosamente, o huir de sus comunidades a otros lugares donde a veces encuentran expresiones de intolerancia religiosa de mayor gravedad.

Afortunadamente existe la CNDH, que en el caso específico de la Iglesia La Luz del Mundo ha pedido que la medidas cautelares se hagan lo más pronto posible. Considero que este tipo de medidas va a contribuir de manera significativa a disminuir los irracionales casos de intolerancia y discriminación religiosa.

Ojalá que el resto de las autoridades e instituciones públicas apoyen en esta lucha a los organismos y personas que realizan esfuerzos notorios para disminuir este lamentable mal.

Tengo claro que lo ideal sería la supresión definitiva de toda expresión de intolerancia religiosa; sin embargo, los esfuerzos se deben centrar primeramente en debilitar las indeseables prácticas de intolerancia religiosa, para posteriormente buscar la erradicación de este ancestral y penoso mal. Para conseguirlo es imperioso que la sociedad esté atenta y no se deje envolver por los medios sensacionalistas, amantes de causar sufrimiento a las minorías que han sido estigmatizadas por textos periodísticos anti éticos, que buscan vender en vez de informar a una sociedad que sigue siendo afectada por la desinformación.

En mis diversos espacios de opinión he señalado una y otra vez que el único valor que puede suprimir la intolerancia religiosa es el respeto.

Lamentablemente, muchos de los que combaten la discriminación por motivos religiosos han construido un discurso que pondera la tolerancia, olvidando que la solución a este tipo de males está en el respeto absoluto, el único valor que puede ayudarnos a construir una sociedad libre de discriminación y capaz de convivir armónicamente sin conflictos de ningún tipo.