/ domingo 26 de mayo de 2019

Intolerancia religiosa hoy

La intolerancia religiosa de hoy, como la del pasado, arremete, acusa sin pruebas, criminaliza, profiere calificativos insultantes e irrespetuosos, sin detenerse a pensar el daño que ocasiona a los integrantes de las minorías, muchos de los cuales son niños que en las escuelas públicas y privadas se convierten en blanco de burlas y maltrato por parte de sus compañeros y maestros.

Este mal ancestral, que tuvo su clímax en la tenebrosa Edad Media, con la “santa inquisición” y su cacería de brujas, así como con las cruzadas que ordenaron los pontífices romanos de la época, busca sólo un pretexto para ensañarse con los grupos religiosos que considera indignos de existir por representar una amenaza para el crecimiento y estabilidad de su eterna defendida.

Este flagelo está ansioso de sangre, como la que derramó en el medievo y durante las llamadas guerras santas, cargadas de violencia, odio y muerte. La intolerancia no está conforme con lo que hizo en aquellos siglos de oscurantismo, ni durante la vigencia de la inquisición italiana, conocida también como el Santo Oficio, que a partir de su fundación en 1478 convirtió al protestantismo en blanco de toda persecución inquisitorial.

No fue suficiente para su intransigencia lo que hizo durante la vigencia de otra inquisición, la española, en agravio de los sefardíes, los “judíos que vivieron en la Corona de Castilla y la Corona de Aragón hasta su expulsión en 1492”; ni en contra de los judíos que simulaban convertirse al catolicismo para salvar sus vidas, a los que despectiva e injuriosamente se les llamó “marranos”. Me refiero, claro está, a la versión de la inquisición que se extendió también a México para impedir que en nuestro país se estableciera el judaísmo y el protestantismo, considerados por el catolicismo como “dos de las herejías más típicas perseguidas por la Inquisición española”, refieren los autores de la obra La Inquisición de Lima: 1697-1820.

Para la fanática y obcecada intolerancia no fue suficiente el ataque dirigido a los intelectuales y libres pensadores del renacimiento italiano, ni la condena de innumerables libros de gran valor literario, escritos por aquéllos, a los que la sede papal incluyó en el catálogo conocido como el Index Librorum Prohibitorum, que incluía los libros “peligrosos para la fe”, cuya lectura, posesión y conservación estaba prohibida para los fieles del catolicismo.

No quedó satisfecha con la sentencia y ejecución de Giordano Bruno, ni con la condena post mortem a Copérnico a comienzos del siglo XVII, ni con el proceso inquisitorial seguido a Galileo Galilei, el astrónomo que fue juzgado por la Inquisición y obligado a abjurar de que el sol era el centro del sistema solar.

Tampoco le bastó el baño de sangre que ocasionó en la Guerra de Reforma, donde intentaba poner a salvo los intereses de la institución a la que ha servido siempre, atacando las leyes emitidas por Benito Juárez y los liberales de la reforma, quienes le dieron a México, entre otras cosas, Estado laico, separación del Estado y las Iglesias, educación laica y libertad de culto.

Para ella no han sido suficientes las sangrientas persecuciones en agravio de los grupos religiosos que se establecieron en México luego de que se promulgó la libertad de cultos; tampoco la enorme cantidad de expulsados en Chiapas por motivos religiosos, por casi 50 años. No se sació del dolor provocado en los tres años de guerra cristera (1926-1929) a miles y miles de mexicanos, porque, de haberle bastado, no habría vuelto a la carga en la segunda cristiada, acaecida durante la presidencia del General Lázaro Cárdenas del Río.

Hoy, la intolerancia religiosa intenta frenar el crecimiento de los grupos que se han dedicado a trabajar en pro de la formación de personas sin vicios ni adicciones, respetuosas de la vida, de las autoridades, de las leyes, de las instituciones, de las libertades fundamentales y de los lábaros patrios.

Me refiero al espíritu de fanatismo e intolerancia que mueve con violencia a las personas que ocupan sus espacios editoriales y las redes sociales para burlarse y ridiculizar sin ninguna ética a las personas y grupos cuyo único pecado es profesar una religión distinta a la mayoritaria.

Sí, hablo de esa intolerancia que niega y reniega de los derechos de los grupos religiosos que son diferentes en doctrina y moral, a los cuales procura suprimir cada vez que se le presenta una oportunidad, olvidando que vivimos en un mundo donde las diferencias lingüísticas, culturales y religiosas deberían ser consideradas una riqueza y no un defecto.

twitter: @armayacastro

La intolerancia religiosa de hoy, como la del pasado, arremete, acusa sin pruebas, criminaliza, profiere calificativos insultantes e irrespetuosos, sin detenerse a pensar el daño que ocasiona a los integrantes de las minorías, muchos de los cuales son niños que en las escuelas públicas y privadas se convierten en blanco de burlas y maltrato por parte de sus compañeros y maestros.

Este mal ancestral, que tuvo su clímax en la tenebrosa Edad Media, con la “santa inquisición” y su cacería de brujas, así como con las cruzadas que ordenaron los pontífices romanos de la época, busca sólo un pretexto para ensañarse con los grupos religiosos que considera indignos de existir por representar una amenaza para el crecimiento y estabilidad de su eterna defendida.

Este flagelo está ansioso de sangre, como la que derramó en el medievo y durante las llamadas guerras santas, cargadas de violencia, odio y muerte. La intolerancia no está conforme con lo que hizo en aquellos siglos de oscurantismo, ni durante la vigencia de la inquisición italiana, conocida también como el Santo Oficio, que a partir de su fundación en 1478 convirtió al protestantismo en blanco de toda persecución inquisitorial.

No fue suficiente para su intransigencia lo que hizo durante la vigencia de otra inquisición, la española, en agravio de los sefardíes, los “judíos que vivieron en la Corona de Castilla y la Corona de Aragón hasta su expulsión en 1492”; ni en contra de los judíos que simulaban convertirse al catolicismo para salvar sus vidas, a los que despectiva e injuriosamente se les llamó “marranos”. Me refiero, claro está, a la versión de la inquisición que se extendió también a México para impedir que en nuestro país se estableciera el judaísmo y el protestantismo, considerados por el catolicismo como “dos de las herejías más típicas perseguidas por la Inquisición española”, refieren los autores de la obra La Inquisición de Lima: 1697-1820.

Para la fanática y obcecada intolerancia no fue suficiente el ataque dirigido a los intelectuales y libres pensadores del renacimiento italiano, ni la condena de innumerables libros de gran valor literario, escritos por aquéllos, a los que la sede papal incluyó en el catálogo conocido como el Index Librorum Prohibitorum, que incluía los libros “peligrosos para la fe”, cuya lectura, posesión y conservación estaba prohibida para los fieles del catolicismo.

No quedó satisfecha con la sentencia y ejecución de Giordano Bruno, ni con la condena post mortem a Copérnico a comienzos del siglo XVII, ni con el proceso inquisitorial seguido a Galileo Galilei, el astrónomo que fue juzgado por la Inquisición y obligado a abjurar de que el sol era el centro del sistema solar.

Tampoco le bastó el baño de sangre que ocasionó en la Guerra de Reforma, donde intentaba poner a salvo los intereses de la institución a la que ha servido siempre, atacando las leyes emitidas por Benito Juárez y los liberales de la reforma, quienes le dieron a México, entre otras cosas, Estado laico, separación del Estado y las Iglesias, educación laica y libertad de culto.

Para ella no han sido suficientes las sangrientas persecuciones en agravio de los grupos religiosos que se establecieron en México luego de que se promulgó la libertad de cultos; tampoco la enorme cantidad de expulsados en Chiapas por motivos religiosos, por casi 50 años. No se sació del dolor provocado en los tres años de guerra cristera (1926-1929) a miles y miles de mexicanos, porque, de haberle bastado, no habría vuelto a la carga en la segunda cristiada, acaecida durante la presidencia del General Lázaro Cárdenas del Río.

Hoy, la intolerancia religiosa intenta frenar el crecimiento de los grupos que se han dedicado a trabajar en pro de la formación de personas sin vicios ni adicciones, respetuosas de la vida, de las autoridades, de las leyes, de las instituciones, de las libertades fundamentales y de los lábaros patrios.

Me refiero al espíritu de fanatismo e intolerancia que mueve con violencia a las personas que ocupan sus espacios editoriales y las redes sociales para burlarse y ridiculizar sin ninguna ética a las personas y grupos cuyo único pecado es profesar una religión distinta a la mayoritaria.

Sí, hablo de esa intolerancia que niega y reniega de los derechos de los grupos religiosos que son diferentes en doctrina y moral, a los cuales procura suprimir cada vez que se le presenta una oportunidad, olvidando que vivimos en un mundo donde las diferencias lingüísticas, culturales y religiosas deberían ser consideradas una riqueza y no un defecto.

twitter: @armayacastro