/ lunes 15 de junio de 2020

Intolerancia en redes sociales

Me preocupa demasiado el discurso de odio que se vierte en redes sociales, pero más aún que las acciones para frenar este lamentable mal sean insuficientes. Sé de personas y organismos que realizan importantes esfuerzos para concienciar a las personas sobre la importancia de bajar los decibeles de la violencia verbal que impregna las plataformas digitales, pero es necesario hacer mucho más.

Estoy convencido de que no soy la única persona preocupada por ese tipo de mensajes que circulan en Facebook, Twitter y YouTube, donde infinidad de usuarios, amparados en el anonimato que da un perfil falso en Internet, reproducen como verdad –aunque con más saña– lo que escriben algunos periodistas que soslayan a propósito los estándares éticos al momento de recabar información, procesarla y publicarla.

Lo dije en julio de 2019, y lo repito en esta columna: el discurso de odio gana terreno cada día en redes sociales, a través de las cuales se lanzan condenas e insultos con calificativos burlescos e intolerantes contra personas e instituciones que merecen respeto, independientemente de que crean o piensen diferente a nosotros.

Este tipo de mensajes pueden ocasionar daños graves e irreversibles. Son tan fuertes y dañinos que en algunos casos han conducido a algunas víctimas al suicidio. Hace unas semanas, los medios de comunicación del mundo informaron sobre el suicidio de Hana Kimura, que fue blanco de fuertes ataques en redes luego de su participación en el programa Terrace House Tokyo.

A los autores del discurso violento en línea les importa muy poco el daño que causa su desinformación. Tampoco les importa que su imparable acoso verbal y escrito contribuya a polarizar de manera preocupante a la opinión pública.

Y cuando hablo de discurso de odio no me refiero a las opiniones que difieren de las nuestras, ya que las libertades de expresión y de opinión están garantizadas en México por los artículos y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, así como por el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Podemos decir, entonces, que la división de opiniones y el derecho a disentir tienen fundamento en los ordenamientos jurídicos antes mencionados, lo mismo en nuestra nación que en las demás democracias del mundo.

Dejémoslo claro: la libertad de opinión y de expresión es un derecho; el discurso de odio que promueve la discriminación es una práctica contraria al principio de no discriminación, plasmado en el artículo 1º de nuestra Carta Magna.

Para un mejor entendimiento sobre el tema me permito compartirles la definición que el Comité de Ministros del Consejo de Europa nos proporciona sobre el discurso de odio: “Toda forma de expresión que difunda, incite, promueva o justifique el odio racial, la xenofobia, el antisemitismo u otras formas de odio basadas en la intolerancia”.

Por su gravedad, en países como España, el gobierno lleva a cabo un monitoreo de las redes sociales, no para coartar la libertad de expresión, sino “con el fin de comprobar algunos discursos que pueden ser peligrosos o delictivos”, señaló el pasado mes de abril el ministro español del Interior, Fernando Grande-Marlaska.

Este monitoreo debería de darse en todos los países, sobre todo en aquellos donde el discurso de odio avanza de manera peligrosa e incontenible, independientemente de las acciones que lleva a cabo Facebook, la red social más grande del mundo, que ha desarrollado una Inteligencia Artificial (IA), “capaz de aprender de los humanos y poder frenar sus discursos de odio”.

La red social creada por Mark Zuckerberg en 2004 presentó el pasado mes de mayo su informe de transparencia en el que dio a conocer el “borrado de 15,3 millones de publicaciones relacionadas con el odio. Una cifra que crece hasta los 16,9 millones de post si se suman las cifras de la hermana pequeña Instagram”.

El problema con este discurso es que difunde a través de varios medios un mensaje que incita a la discriminación en perjuicio de algunas minorías étnicas y religiosas, a las que el intolerante responsabiliza de varios de los males que nos afectan como sociedad.

Lamentablemente, este discurso se ha extendido también a los enfermos de coronavirus y personal del sector salud que desarrolla actividades médicas esenciales. Los señalamientos y agresiones han sido consignados por diversos medios de comunicación, e hizo que el doctor Hugo López-Gatell se refiriera a dicho tema el pasado 3 de abril, señalando que “el odio y con ello la fobia, la discriminación y el estigma están cimentados en una combinación muy tóxica de ignorancia y miedo”.

Si no queremos que se repitan tragedias dolorosas como las que tuvieron lugar en la Alemania nazi, aprendamos a respetar a todas las personas, a las que creen y piensan como nosotros, pero también a las que tienen ideologías y convicciones diferentes a las nuestras.

Twitter: @armayacastro

Me preocupa demasiado el discurso de odio que se vierte en redes sociales, pero más aún que las acciones para frenar este lamentable mal sean insuficientes. Sé de personas y organismos que realizan importantes esfuerzos para concienciar a las personas sobre la importancia de bajar los decibeles de la violencia verbal que impregna las plataformas digitales, pero es necesario hacer mucho más.

Estoy convencido de que no soy la única persona preocupada por ese tipo de mensajes que circulan en Facebook, Twitter y YouTube, donde infinidad de usuarios, amparados en el anonimato que da un perfil falso en Internet, reproducen como verdad –aunque con más saña– lo que escriben algunos periodistas que soslayan a propósito los estándares éticos al momento de recabar información, procesarla y publicarla.

Lo dije en julio de 2019, y lo repito en esta columna: el discurso de odio gana terreno cada día en redes sociales, a través de las cuales se lanzan condenas e insultos con calificativos burlescos e intolerantes contra personas e instituciones que merecen respeto, independientemente de que crean o piensen diferente a nosotros.

Este tipo de mensajes pueden ocasionar daños graves e irreversibles. Son tan fuertes y dañinos que en algunos casos han conducido a algunas víctimas al suicidio. Hace unas semanas, los medios de comunicación del mundo informaron sobre el suicidio de Hana Kimura, que fue blanco de fuertes ataques en redes luego de su participación en el programa Terrace House Tokyo.

A los autores del discurso violento en línea les importa muy poco el daño que causa su desinformación. Tampoco les importa que su imparable acoso verbal y escrito contribuya a polarizar de manera preocupante a la opinión pública.

Y cuando hablo de discurso de odio no me refiero a las opiniones que difieren de las nuestras, ya que las libertades de expresión y de opinión están garantizadas en México por los artículos y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, así como por el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Podemos decir, entonces, que la división de opiniones y el derecho a disentir tienen fundamento en los ordenamientos jurídicos antes mencionados, lo mismo en nuestra nación que en las demás democracias del mundo.

Dejémoslo claro: la libertad de opinión y de expresión es un derecho; el discurso de odio que promueve la discriminación es una práctica contraria al principio de no discriminación, plasmado en el artículo 1º de nuestra Carta Magna.

Para un mejor entendimiento sobre el tema me permito compartirles la definición que el Comité de Ministros del Consejo de Europa nos proporciona sobre el discurso de odio: “Toda forma de expresión que difunda, incite, promueva o justifique el odio racial, la xenofobia, el antisemitismo u otras formas de odio basadas en la intolerancia”.

Por su gravedad, en países como España, el gobierno lleva a cabo un monitoreo de las redes sociales, no para coartar la libertad de expresión, sino “con el fin de comprobar algunos discursos que pueden ser peligrosos o delictivos”, señaló el pasado mes de abril el ministro español del Interior, Fernando Grande-Marlaska.

Este monitoreo debería de darse en todos los países, sobre todo en aquellos donde el discurso de odio avanza de manera peligrosa e incontenible, independientemente de las acciones que lleva a cabo Facebook, la red social más grande del mundo, que ha desarrollado una Inteligencia Artificial (IA), “capaz de aprender de los humanos y poder frenar sus discursos de odio”.

La red social creada por Mark Zuckerberg en 2004 presentó el pasado mes de mayo su informe de transparencia en el que dio a conocer el “borrado de 15,3 millones de publicaciones relacionadas con el odio. Una cifra que crece hasta los 16,9 millones de post si se suman las cifras de la hermana pequeña Instagram”.

El problema con este discurso es que difunde a través de varios medios un mensaje que incita a la discriminación en perjuicio de algunas minorías étnicas y religiosas, a las que el intolerante responsabiliza de varios de los males que nos afectan como sociedad.

Lamentablemente, este discurso se ha extendido también a los enfermos de coronavirus y personal del sector salud que desarrolla actividades médicas esenciales. Los señalamientos y agresiones han sido consignados por diversos medios de comunicación, e hizo que el doctor Hugo López-Gatell se refiriera a dicho tema el pasado 3 de abril, señalando que “el odio y con ello la fobia, la discriminación y el estigma están cimentados en una combinación muy tóxica de ignorancia y miedo”.

Si no queremos que se repitan tragedias dolorosas como las que tuvieron lugar en la Alemania nazi, aprendamos a respetar a todas las personas, a las que creen y piensan como nosotros, pero también a las que tienen ideologías y convicciones diferentes a las nuestras.

Twitter: @armayacastro