/ domingo 6 de septiembre de 2020

Independencia de México

Antes del estallido de la Guerra de Independencia, que tuvo lugar el 16 de septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores Hidalgo, Guanajuato, se dieron en la Nueva España una serie de conspiraciones para lograr independizar a México de la Corona española.

Entre las más importantes figuran la de Valladolid, San Miguel el Grande y Querétaro. La primera buscaba convocar un congreso que fuera capaz de gobernar al país en nombre del rey Fernando VII. La segunda tenía como objetivo el establecimiento de un gobierno nacional, y conseguir el apoyo de Estados Unidos.

La tercera conspiración, que tuvo su sede definitiva en Querétaro, buscaba la independencia de nuestro país, y ofrecer garantías a los españoles. Como en las anteriores conspiraciones, participaron en esta última criollos y miembros del ejército, y a semejanza de las que tuvieron lugar en Valladolid y en San Miguel el Grande, los conspiradores de Querétaro fueron también descubiertos.

Tras ser descubierta la conspiración de Querétaro, por la denuncia del empleado de correos, José Mariano Galván, los conspiradores Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo se convirtieron en líderes de la muchedumbre enardecida que dio origen a la revolución encabezada por Hidalgo, la madrugada del 16 de septiembre.

La guerra de independencia se prolongó por un espacio de 11 años. En este lapso, según diversas estimaciones, murieron entre 250 mil y 500 mil personas, un número significativo de vidas si se toma en cuenta que en 1810 la Nueva España era habitada por unos 6 millones de habitantes.

Al término de esta larga y sangrienta lucha, México nace como país independiente de la corona española. Así lo reconoció y declaró el Plan de Iguala, promulgado el 24 de febrero de 1821, en la ciudad de Iguala, Guerrero.

El 27 de septiembre de ese año, el Ejército Trigarante entró triunfante a la ciudad de México y fue recibido “por un despliegue inusitado de banderas tricolores, en cuya parte central figuraba el águila mexicana”, refiere el historiador Enrique Florescano.

De acuerdo con la historia oficial, con este acontecimiento se consuma la independencia de México, aunque hay voces como la del escritor Francisco Martín Moreno que señalan que la independencia se consumó no “cuando el Ejército Trigarante desfiló exitoso en las calles de la ciudad de México en 1821, [sino] cuando Benito Juárez triunfó y expropió y nacionalizó los bienes, bancos, financieras, hipotecarias, el inmenso inmobiliario, ranchos, haciendas y todo género de propiedades, haberes y recursos de la iglesia católica”.

Respecto a este tema, el historiador Enrique Krauze explica en su libro Siglo de Caudillos, Biografía política de México, que nuestro país “se había independizado de España pero no del orden colonial, porque el lugar histórico de la Iglesia católica seguía siendo central”.

Lo cierto es que los logros de Juárez en materia de laicidad vinieron a consolidar la independencia de México al poner fin al Estado confesional, en la vigencia del cual el Estado mexicano favorecía única y exclusivamente a la religión católica, la única permitida en nuestro país, sin tolerancia de ninguna otra.

Una mirada al pasado nos permitirá ver que en el México confesional no existían las libertades que hoy tenemos; tampoco existía la educación laica que es ajena a dogmatismos religiosos y que tiene su base en el progreso de la ciencia. Lo único que existía era la educación confesional, que era parte del trato preferencial que recibía en aquellos tiempos la jerarquía católica. Existía, asimismo, un lamentable bloqueo mediante las leyes a la diversidad religiosa, la cual empezó a permitirse en nuestro país a partir de la promulgación de las Leyes de Reforma.

Por todo lo que el legado juarista representa para los mexicanos, debemos de mostrar en todo tiempo interés en la preservación del principio constitucional de laicidad. Este principio, como afirma bien Henri Peña-Ruiz, es "garante de la absoluta libertad de todo individuo en cuanto a la opción espiritual que decida seguir, así como de la estricta igualdad de trato de todas las opciones espirituales".


Twitter: @armayacastro

Antes del estallido de la Guerra de Independencia, que tuvo lugar el 16 de septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores Hidalgo, Guanajuato, se dieron en la Nueva España una serie de conspiraciones para lograr independizar a México de la Corona española.

Entre las más importantes figuran la de Valladolid, San Miguel el Grande y Querétaro. La primera buscaba convocar un congreso que fuera capaz de gobernar al país en nombre del rey Fernando VII. La segunda tenía como objetivo el establecimiento de un gobierno nacional, y conseguir el apoyo de Estados Unidos.

La tercera conspiración, que tuvo su sede definitiva en Querétaro, buscaba la independencia de nuestro país, y ofrecer garantías a los españoles. Como en las anteriores conspiraciones, participaron en esta última criollos y miembros del ejército, y a semejanza de las que tuvieron lugar en Valladolid y en San Miguel el Grande, los conspiradores de Querétaro fueron también descubiertos.

Tras ser descubierta la conspiración de Querétaro, por la denuncia del empleado de correos, José Mariano Galván, los conspiradores Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo se convirtieron en líderes de la muchedumbre enardecida que dio origen a la revolución encabezada por Hidalgo, la madrugada del 16 de septiembre.

La guerra de independencia se prolongó por un espacio de 11 años. En este lapso, según diversas estimaciones, murieron entre 250 mil y 500 mil personas, un número significativo de vidas si se toma en cuenta que en 1810 la Nueva España era habitada por unos 6 millones de habitantes.

Al término de esta larga y sangrienta lucha, México nace como país independiente de la corona española. Así lo reconoció y declaró el Plan de Iguala, promulgado el 24 de febrero de 1821, en la ciudad de Iguala, Guerrero.

El 27 de septiembre de ese año, el Ejército Trigarante entró triunfante a la ciudad de México y fue recibido “por un despliegue inusitado de banderas tricolores, en cuya parte central figuraba el águila mexicana”, refiere el historiador Enrique Florescano.

De acuerdo con la historia oficial, con este acontecimiento se consuma la independencia de México, aunque hay voces como la del escritor Francisco Martín Moreno que señalan que la independencia se consumó no “cuando el Ejército Trigarante desfiló exitoso en las calles de la ciudad de México en 1821, [sino] cuando Benito Juárez triunfó y expropió y nacionalizó los bienes, bancos, financieras, hipotecarias, el inmenso inmobiliario, ranchos, haciendas y todo género de propiedades, haberes y recursos de la iglesia católica”.

Respecto a este tema, el historiador Enrique Krauze explica en su libro Siglo de Caudillos, Biografía política de México, que nuestro país “se había independizado de España pero no del orden colonial, porque el lugar histórico de la Iglesia católica seguía siendo central”.

Lo cierto es que los logros de Juárez en materia de laicidad vinieron a consolidar la independencia de México al poner fin al Estado confesional, en la vigencia del cual el Estado mexicano favorecía única y exclusivamente a la religión católica, la única permitida en nuestro país, sin tolerancia de ninguna otra.

Una mirada al pasado nos permitirá ver que en el México confesional no existían las libertades que hoy tenemos; tampoco existía la educación laica que es ajena a dogmatismos religiosos y que tiene su base en el progreso de la ciencia. Lo único que existía era la educación confesional, que era parte del trato preferencial que recibía en aquellos tiempos la jerarquía católica. Existía, asimismo, un lamentable bloqueo mediante las leyes a la diversidad religiosa, la cual empezó a permitirse en nuestro país a partir de la promulgación de las Leyes de Reforma.

Por todo lo que el legado juarista representa para los mexicanos, debemos de mostrar en todo tiempo interés en la preservación del principio constitucional de laicidad. Este principio, como afirma bien Henri Peña-Ruiz, es "garante de la absoluta libertad de todo individuo en cuanto a la opción espiritual que decida seguir, así como de la estricta igualdad de trato de todas las opciones espirituales".


Twitter: @armayacastro