/ viernes 18 de junio de 2021

El laberinto burocrático, al final, resulta ser un laberinto sin salida

Creo que todos en algún momento de nuestra vida, al realizar alguna gestión en las diferentes instancias administrativas, ya sea de los distintos niveles de Gobierno y en las propias oficinas educativas, incluso hasta en oficinas privadas, como es el caso de los bancos, y peor si lo tienes que hacer en línea, nos hemos enfrentado con las prácticas e inercias burocráticas, que son unos verdaderos obstáculos por sortear para realizar los trámites que requerimos. Hace días me mandaron un mensaje de un banco, para que regularizara mi expediente lo antes posible, dizque por “requerimiento regulatorio”. Es una verdadera monserga hacer estas actualizaciones.

Al estar llamando a un 01800 e iniciar la espera para que un ejecutivo te tome la llamada y te diga que no es con él, por tanto te pasará con otra persona, y pues, volver a esperar, y si tienes suerte te empezará a atender, si no a volver a llamar, me acordé de un libro que leí hace tiempo “Silencio Administrativo. La Pobreza en el Laberinto Burocrático” de Sara Mesa.

En su texto nos dice convencida, que el laberinto burocrático no es un ente abstracto. Es una maquinaria compuesta por personas con nombres y apellidos, regulada por normas y costumbres que imponen personas con nombres y apellidos. Y agrega, estas personas nunca deberían olvidar que los expedientes con los que trabajan, esas solicitudes llenas de datos y documentación, tienen que ver también con personas que no siempre pueden defender sus derechos.

La historia que cuenta Sara en “Silencio Administrativo”, es el viacrucis de una mujer discapacitada y necesitada que, al solicitar ayuda, se enfrenta contra la dura realidad del silencio, en su narrativa exhibe que la administración gubernamental y algunos medios de comunicación, contribuyen indirectamente a la existencia de la aporofobia, al crear una imagen distorsionada y magnificada de las ayudas y partidas públicas destinadas a erradicar la pobreza, al tiempo que silencian o maquillan sus graves limitaciones y deficiencias.

El objetivo que persigue Sara, es describir una realidad a través de una experiencia concreta, que se centra en la situación actual y no en la deseable. Es pues, una crónica personal que relata un viaje, hacia el mundo de la extrema pobreza y del perverso laberinto burocrático por el que se hace pasar a los más necesitados. Pero del que no están exentos los demás sectores sociales.

Sara se impacta de que, según la Red de Apoyo a la Integración Sociolaboral, se calcula que en España 31 mil personas no tienen hogar, el mayor estado de vulnerabilidad y desprotección posible. Por su parte, el informe “¿En qué sociedad vivimos?”, de Cáritas española, eleva el número a 40 mil personas sin techo. En nuestro país estas cifras se han disparado desproporcionadamente, si las revisa Sara se infartaría.

Otra cosa que señala, es que es impactante que esas cifras tan preocupantes en España, no estén en el primer plano de debate político y mediático, cuando además, los índices de pobreza continúan creciendo y los sistemas de rentas mínimas, puestos en marcha por las distintas comunidades autónomas, se han revelado ineficaces para erradicarla. Y nos comparte que cada vez está más convencida, de que la única solución para erradicar la pobreza, es la implantación de una renta básica universal.

Para ella, el silencio administrativo es como si uno llama a una puerta esperando que le abran. Pero no abren. Uno espera al menos que alguien responda al otro lado. Que alguien diga “espere, por favor”, “un momento”, o incluso “vuelva mañana” o “vuelva dentro de un mes”. Pero tampoco nadie dice nada. ¿Hay alguien tras la puerta? ¿Quizá uno está llamando donde no tiene que llamar? Uno tiene miedo de dar la vuelta e irse a probar suerte en otro lado. Tiene miedo de que, justo al marcharse, la puerta se abra y entonces, al no estar allí, la posibilidad de ser atendido se pierda para siempre.

Nadie hablará de las solicitudes que no llegaron a presentarse por falta de información o de asistencia, o por atascos burocráticos como el que nos narra Sara Mesa. Por otra parte sostiene que de nada sirven las soluciones parciales. Sin apoyo social, nadie puede cambiar su vida de la noche a la mañana. La misma sociedad que excluye a los más pobres no está dispuesta a aceptarlos porque sí.

jshv0851@gmail.com

Creo que todos en algún momento de nuestra vida, al realizar alguna gestión en las diferentes instancias administrativas, ya sea de los distintos niveles de Gobierno y en las propias oficinas educativas, incluso hasta en oficinas privadas, como es el caso de los bancos, y peor si lo tienes que hacer en línea, nos hemos enfrentado con las prácticas e inercias burocráticas, que son unos verdaderos obstáculos por sortear para realizar los trámites que requerimos. Hace días me mandaron un mensaje de un banco, para que regularizara mi expediente lo antes posible, dizque por “requerimiento regulatorio”. Es una verdadera monserga hacer estas actualizaciones.

Al estar llamando a un 01800 e iniciar la espera para que un ejecutivo te tome la llamada y te diga que no es con él, por tanto te pasará con otra persona, y pues, volver a esperar, y si tienes suerte te empezará a atender, si no a volver a llamar, me acordé de un libro que leí hace tiempo “Silencio Administrativo. La Pobreza en el Laberinto Burocrático” de Sara Mesa.

En su texto nos dice convencida, que el laberinto burocrático no es un ente abstracto. Es una maquinaria compuesta por personas con nombres y apellidos, regulada por normas y costumbres que imponen personas con nombres y apellidos. Y agrega, estas personas nunca deberían olvidar que los expedientes con los que trabajan, esas solicitudes llenas de datos y documentación, tienen que ver también con personas que no siempre pueden defender sus derechos.

La historia que cuenta Sara en “Silencio Administrativo”, es el viacrucis de una mujer discapacitada y necesitada que, al solicitar ayuda, se enfrenta contra la dura realidad del silencio, en su narrativa exhibe que la administración gubernamental y algunos medios de comunicación, contribuyen indirectamente a la existencia de la aporofobia, al crear una imagen distorsionada y magnificada de las ayudas y partidas públicas destinadas a erradicar la pobreza, al tiempo que silencian o maquillan sus graves limitaciones y deficiencias.

El objetivo que persigue Sara, es describir una realidad a través de una experiencia concreta, que se centra en la situación actual y no en la deseable. Es pues, una crónica personal que relata un viaje, hacia el mundo de la extrema pobreza y del perverso laberinto burocrático por el que se hace pasar a los más necesitados. Pero del que no están exentos los demás sectores sociales.

Sara se impacta de que, según la Red de Apoyo a la Integración Sociolaboral, se calcula que en España 31 mil personas no tienen hogar, el mayor estado de vulnerabilidad y desprotección posible. Por su parte, el informe “¿En qué sociedad vivimos?”, de Cáritas española, eleva el número a 40 mil personas sin techo. En nuestro país estas cifras se han disparado desproporcionadamente, si las revisa Sara se infartaría.

Otra cosa que señala, es que es impactante que esas cifras tan preocupantes en España, no estén en el primer plano de debate político y mediático, cuando además, los índices de pobreza continúan creciendo y los sistemas de rentas mínimas, puestos en marcha por las distintas comunidades autónomas, se han revelado ineficaces para erradicarla. Y nos comparte que cada vez está más convencida, de que la única solución para erradicar la pobreza, es la implantación de una renta básica universal.

Para ella, el silencio administrativo es como si uno llama a una puerta esperando que le abran. Pero no abren. Uno espera al menos que alguien responda al otro lado. Que alguien diga “espere, por favor”, “un momento”, o incluso “vuelva mañana” o “vuelva dentro de un mes”. Pero tampoco nadie dice nada. ¿Hay alguien tras la puerta? ¿Quizá uno está llamando donde no tiene que llamar? Uno tiene miedo de dar la vuelta e irse a probar suerte en otro lado. Tiene miedo de que, justo al marcharse, la puerta se abra y entonces, al no estar allí, la posibilidad de ser atendido se pierda para siempre.

Nadie hablará de las solicitudes que no llegaron a presentarse por falta de información o de asistencia, o por atascos burocráticos como el que nos narra Sara Mesa. Por otra parte sostiene que de nada sirven las soluciones parciales. Sin apoyo social, nadie puede cambiar su vida de la noche a la mañana. La misma sociedad que excluye a los más pobres no está dispuesta a aceptarlos porque sí.

jshv0851@gmail.com