/ miércoles 9 de enero de 2019

El gobierno de la nostalgia

Van cinco semanas del nuevo gobierno y desde el primer día, su tónica ha sido una añoranza por un México que hace ya varias décadas existió, pero esa nostalgia es no sólo del gobierno, me parece, sino que se ve también que existen sectores de la población que los comparten y encuentran empatía en esos planteamientos porque el presente es muy desolador, pero además, hace ya también varios años que se dio la idea del progreso y un mejor porvenir, que al ir avanzando el tiempo, esos objetivos no sólo se iban retirando sin llegar a alcanzarlos, sino que los problemas se iban agudizando hasta llegar a un punto de hartazgo social que en mucho explica justo el triunfo de el actual grupo en el poder y particularmente de quien encabeza el Ejecutivo federal.

Pensar que en este México y este mundo del siglo XXI se puede implantar un modelo de desarrollo como el del “milagro mexicano” es realmente un tema que debe de verse con preocupación ya que las condiciones tecnológicas de la producción, internet, el mercado global y sus reglas, la productividad, formas variadas de energía, etcétera, etcétera, son radicalmente diferentes, es más, existen países que en 1970, cuando el modelo comenzó a entrar en crisis, ni existían y menos formas de mercados regionales como lo hay hoy, así como el desarrollo de la democracia, sólo por mencionar estos elementos del mundo actual. Algo que no debemos perder de vista que en esta búsqueda por el retrovisor del México de ayer hay, es el Estado, es un elemento central, y este obvio también ha cambiado y algo muy importante, la relación con la sociedad es radicalmente diferente ya que esta es ahora más vigorosa, plural, organizada, informada, participativa, más libre pues.

No es cierto que “todo tiempo pasado fue mejor”, como todo hay cosas buenas y malas pero la sociedad en su dinámica no puede pararse y continúa fijándose día con días nuevos y mejores objetivos conforme a las nuevas realidades locales (nacionales) y del mundo.

¿Qué nos debe de llevar a pensar, como al parecer lo considera el presidente, que un nuevo “ogro filantrópico”, como lo denominó Octavio Paz, realmente será mejor que el anterior? el cambio estructural que los últimos años nos hemos dado pasa también por una mejora en la democracia y en una nueva arquitectura de ese Leviatán, como Thomas Hobbes lo definió, con organismos autónomos del Poder Ejecutivo que hoy se ven amenazados, pero también poderes autónomos como el Legislativo y el Judicial para el equilibrio del poder, y que ahora juega no solo en forma contraria a la historia reciente, sino que busca al final de cuentas un regreso al presidencialismo omnipresente, en una ruta definitivamente antidemocrática y a veces rayando en la provocación inconstitucional.

Las semanas que han transcurrido del actual gobierno han sido también de un lenguaje rijoso que no solo no abonan a dejar atrás los enconos del proceso electoral sino que hay momentos que parecen recrudecerse en los “mejores” días de los enfrentamientos en la campaña y quien lo provoca desafortunadamente es el presidente, que habría que recordar que conforme a nuestra Constitución no sólo es jefe del gobierno sino también jefe del Estado mexicano y una primera tarea de ello es que debe de encarnar la unidad nacional, cosa que está muy lejos de hacerlo porque es justo él y nada más que él, quien polariza con sus dichos a la sociedad.

Pero mientras se dice buscar restablecer ese México ya ido, los problemas por los que esa opción ganó, continúan inestabilidad cambiaria, desempleo, inflación, violencia e inseguridad, una expectativa mediocre de crecimiento, corrupción, impunidad, etcétera, etcétera, y ahora se añade la falta de gasolina en varias entidades del país, y en vez de enfrentarlos se niegan o se les busca dar la vuelta. Gobernar nunca nadie ha dicho que es fácil, pero mientras se mantenga una política displicente, los problemas no solo no se resolverán por arte de magia sino que se irán agudizando y es muy probable incluso nuevos surjan.

Así es que más vale que se recapacite y se ubiquen los nuevos actores del poder en esta realidad tanto nacional como internacional porque hay que recordarles que “no hay sexenio que dure más de seis años”.

Van cinco semanas del nuevo gobierno y desde el primer día, su tónica ha sido una añoranza por un México que hace ya varias décadas existió, pero esa nostalgia es no sólo del gobierno, me parece, sino que se ve también que existen sectores de la población que los comparten y encuentran empatía en esos planteamientos porque el presente es muy desolador, pero además, hace ya también varios años que se dio la idea del progreso y un mejor porvenir, que al ir avanzando el tiempo, esos objetivos no sólo se iban retirando sin llegar a alcanzarlos, sino que los problemas se iban agudizando hasta llegar a un punto de hartazgo social que en mucho explica justo el triunfo de el actual grupo en el poder y particularmente de quien encabeza el Ejecutivo federal.

Pensar que en este México y este mundo del siglo XXI se puede implantar un modelo de desarrollo como el del “milagro mexicano” es realmente un tema que debe de verse con preocupación ya que las condiciones tecnológicas de la producción, internet, el mercado global y sus reglas, la productividad, formas variadas de energía, etcétera, etcétera, son radicalmente diferentes, es más, existen países que en 1970, cuando el modelo comenzó a entrar en crisis, ni existían y menos formas de mercados regionales como lo hay hoy, así como el desarrollo de la democracia, sólo por mencionar estos elementos del mundo actual. Algo que no debemos perder de vista que en esta búsqueda por el retrovisor del México de ayer hay, es el Estado, es un elemento central, y este obvio también ha cambiado y algo muy importante, la relación con la sociedad es radicalmente diferente ya que esta es ahora más vigorosa, plural, organizada, informada, participativa, más libre pues.

No es cierto que “todo tiempo pasado fue mejor”, como todo hay cosas buenas y malas pero la sociedad en su dinámica no puede pararse y continúa fijándose día con días nuevos y mejores objetivos conforme a las nuevas realidades locales (nacionales) y del mundo.

¿Qué nos debe de llevar a pensar, como al parecer lo considera el presidente, que un nuevo “ogro filantrópico”, como lo denominó Octavio Paz, realmente será mejor que el anterior? el cambio estructural que los últimos años nos hemos dado pasa también por una mejora en la democracia y en una nueva arquitectura de ese Leviatán, como Thomas Hobbes lo definió, con organismos autónomos del Poder Ejecutivo que hoy se ven amenazados, pero también poderes autónomos como el Legislativo y el Judicial para el equilibrio del poder, y que ahora juega no solo en forma contraria a la historia reciente, sino que busca al final de cuentas un regreso al presidencialismo omnipresente, en una ruta definitivamente antidemocrática y a veces rayando en la provocación inconstitucional.

Las semanas que han transcurrido del actual gobierno han sido también de un lenguaje rijoso que no solo no abonan a dejar atrás los enconos del proceso electoral sino que hay momentos que parecen recrudecerse en los “mejores” días de los enfrentamientos en la campaña y quien lo provoca desafortunadamente es el presidente, que habría que recordar que conforme a nuestra Constitución no sólo es jefe del gobierno sino también jefe del Estado mexicano y una primera tarea de ello es que debe de encarnar la unidad nacional, cosa que está muy lejos de hacerlo porque es justo él y nada más que él, quien polariza con sus dichos a la sociedad.

Pero mientras se dice buscar restablecer ese México ya ido, los problemas por los que esa opción ganó, continúan inestabilidad cambiaria, desempleo, inflación, violencia e inseguridad, una expectativa mediocre de crecimiento, corrupción, impunidad, etcétera, etcétera, y ahora se añade la falta de gasolina en varias entidades del país, y en vez de enfrentarlos se niegan o se les busca dar la vuelta. Gobernar nunca nadie ha dicho que es fácil, pero mientras se mantenga una política displicente, los problemas no solo no se resolverán por arte de magia sino que se irán agudizando y es muy probable incluso nuevos surjan.

Así es que más vale que se recapacite y se ubiquen los nuevos actores del poder en esta realidad tanto nacional como internacional porque hay que recordarles que “no hay sexenio que dure más de seis años”.

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