/ domingo 14 de julio de 2019

El anonimato detrás de las informaciones

El periodista tiene el deber de consultar diversas fuentes para elaborar una nota informativa, que no es otra cosa que el relato de un hecho extraordinario, actual y novedoso. Me refiero, indudablemente, al periodista serio, no al que desdeña los principios generales de la ética de la profesión y que prefiere ocuparse en lo espectacular y sensacionalista, restándole importancia al trabajo de investigación, el cual satisface el derecho del público a estar debidamente informado.

La nota periodística, a diferencia de los demás géneros informativos como son el reportaje y la entrevista, es el género base del periodismo. Debe redactarse con absoluta seriedad, con la mayor veracidad y rigor profesional, excluyendo adjetivos y frases que califiquen o descalifiquen a las personas e instituciones acerca de las cuales el periodista escribe. Al elaborarla, el profesional de la comunicación tiene el deber de analizar la información recopilada, para emitir posteriormente un informe equilibrado, excluyendo sus ideas y opiniones.

Lamentablemente, entre los periodistas de varios países existe una marcada tendencia a ser poco concretos y a editorializar la información de manera exagerada, con la consecuente deshumanización y estereotipación de personajes e instituciones, la cual se produce normalmente a costa de alguien y a favor de alguien.

Las fuentes de información son personas o instituciones que suministran datos a los periodistas interesados en llegar al fondo de un asunto. Por lo sucedido en varias investigaciones periodísticas desafortunadas, es obligado que el periodista verifique si la fuente consultada dice la verdad o si miente deliberadamente acerca de un tema.

El buen periodista ve, oye, pregunta, investiga. No se queda nunca con el dicho de una sola fuente; lo pone en duda e inquiere con fuentes alternativas, sin temor de quedar mal con la fuente que intenta hacer una revelación. Sobre esto último, el columnista Ken Auletta, del diario neoyorkino Daily News, señala atinadamente: “en periodismo la lealtad es hacia la verdad, no necesariamente respecto a la fuente”.

En el afán de descubrir la verdad que le permita informar en vez de desinformar al público, “el periodista verifica, confronta y confirma la información que obtiene de distintas fuentes, para eliminar el peligro del engaño, del agua sucia”, señala el periodista colombiano Javier Darío Restrepo, experto en ética periodística.

La confrontación de al menos dos versiones diferentes sobre un mismo suceso es deber de todo buen periodista. Este rigor informativo, que debería ser parte del quehacer diario de todos los medios de comunicación, permite al periodista detectar ausencias, equívocos e imprecisiones, así como ofrecer al público información confiable, completa y verídica.

El periodista que realiza su trabajo de manera profesional tiene el deber de ir más allá de la investigación superficial, que en la mayoría de las investigaciones es la tarea más fácil, es decir, la que menos complicaciones presenta. Si el interés de un informador es descubrir la verdad sobre determinado asunto, deberá comenzar con un análisis escrupuloso de las revelaciones de sus fuentes, procurando descubrir si alguna de ellas falta a la verdad y con qué propósito lo hace.

Esto último no lo hizo el periodista Isaías Alvarado de Univisión cuando entrevista a una mujer de Baja California, quien afirma ser “testigo de la presunta selección de adolescentes para servir al dirigente de la congregación y sus ministros”. La fuente de Alvarado pide al medio no publicar su nombre real, y el periodista olvida –no sé si a propósito– que el anonimato detrás de las informaciones “es motivo para dudar de la veracidad de los mensajes”.

La fuente de Univisión manifiesta que el líder de la Iglesia La Luz del Mundo la miraba con morbo, y el informador, faltando a la ética periodística, lo asienta como tal en su nota, en vez de confrontar la declaración de “Belén” con lo que otras señoritas de esta asociación religiosa pudieron haberle dicho si las hubiera buscado para una entrevista.

Es inaceptable que este comunicador dé crédito a las palabras de una mujer que juzga la moral de una persona por miradas que bien pudieron ser inventadas por ella. Esto lo hubiera podido descubrir Alvarado si hubiera consultado a fuentes de La Luz del Mundo, algo que le hubiera permitido llevar a cabo la confrontación de fuentes que recomienda el ejercicio periodístico.

Confrontar dos posiciones sobre un mismo tema permite al periodista obtener una información más clara sobre un caso, y no casarse con la versión que proporciona una fuente. Al respecto, Yolanda Ruiz, directora de contenidos de RCN Radio, ha dicho con sobrada razón: “no todo lo que dice una fuente es la verdad revelada”.

Si la pretensión es descubrir la verdad, el periodista debe ser selectivo con sus fuentes y poner en duda todas y cada una de sus declaraciones. Su deber es preguntar y volver a preguntar para constatar la credibilidad de sus fuentes o el infundio de sus presuntas “informaciones”.

El periodista tiene el deber de consultar diversas fuentes para elaborar una nota informativa, que no es otra cosa que el relato de un hecho extraordinario, actual y novedoso. Me refiero, indudablemente, al periodista serio, no al que desdeña los principios generales de la ética de la profesión y que prefiere ocuparse en lo espectacular y sensacionalista, restándole importancia al trabajo de investigación, el cual satisface el derecho del público a estar debidamente informado.

La nota periodística, a diferencia de los demás géneros informativos como son el reportaje y la entrevista, es el género base del periodismo. Debe redactarse con absoluta seriedad, con la mayor veracidad y rigor profesional, excluyendo adjetivos y frases que califiquen o descalifiquen a las personas e instituciones acerca de las cuales el periodista escribe. Al elaborarla, el profesional de la comunicación tiene el deber de analizar la información recopilada, para emitir posteriormente un informe equilibrado, excluyendo sus ideas y opiniones.

Lamentablemente, entre los periodistas de varios países existe una marcada tendencia a ser poco concretos y a editorializar la información de manera exagerada, con la consecuente deshumanización y estereotipación de personajes e instituciones, la cual se produce normalmente a costa de alguien y a favor de alguien.

Las fuentes de información son personas o instituciones que suministran datos a los periodistas interesados en llegar al fondo de un asunto. Por lo sucedido en varias investigaciones periodísticas desafortunadas, es obligado que el periodista verifique si la fuente consultada dice la verdad o si miente deliberadamente acerca de un tema.

El buen periodista ve, oye, pregunta, investiga. No se queda nunca con el dicho de una sola fuente; lo pone en duda e inquiere con fuentes alternativas, sin temor de quedar mal con la fuente que intenta hacer una revelación. Sobre esto último, el columnista Ken Auletta, del diario neoyorkino Daily News, señala atinadamente: “en periodismo la lealtad es hacia la verdad, no necesariamente respecto a la fuente”.

En el afán de descubrir la verdad que le permita informar en vez de desinformar al público, “el periodista verifica, confronta y confirma la información que obtiene de distintas fuentes, para eliminar el peligro del engaño, del agua sucia”, señala el periodista colombiano Javier Darío Restrepo, experto en ética periodística.

La confrontación de al menos dos versiones diferentes sobre un mismo suceso es deber de todo buen periodista. Este rigor informativo, que debería ser parte del quehacer diario de todos los medios de comunicación, permite al periodista detectar ausencias, equívocos e imprecisiones, así como ofrecer al público información confiable, completa y verídica.

El periodista que realiza su trabajo de manera profesional tiene el deber de ir más allá de la investigación superficial, que en la mayoría de las investigaciones es la tarea más fácil, es decir, la que menos complicaciones presenta. Si el interés de un informador es descubrir la verdad sobre determinado asunto, deberá comenzar con un análisis escrupuloso de las revelaciones de sus fuentes, procurando descubrir si alguna de ellas falta a la verdad y con qué propósito lo hace.

Esto último no lo hizo el periodista Isaías Alvarado de Univisión cuando entrevista a una mujer de Baja California, quien afirma ser “testigo de la presunta selección de adolescentes para servir al dirigente de la congregación y sus ministros”. La fuente de Alvarado pide al medio no publicar su nombre real, y el periodista olvida –no sé si a propósito– que el anonimato detrás de las informaciones “es motivo para dudar de la veracidad de los mensajes”.

La fuente de Univisión manifiesta que el líder de la Iglesia La Luz del Mundo la miraba con morbo, y el informador, faltando a la ética periodística, lo asienta como tal en su nota, en vez de confrontar la declaración de “Belén” con lo que otras señoritas de esta asociación religiosa pudieron haberle dicho si las hubiera buscado para una entrevista.

Es inaceptable que este comunicador dé crédito a las palabras de una mujer que juzga la moral de una persona por miradas que bien pudieron ser inventadas por ella. Esto lo hubiera podido descubrir Alvarado si hubiera consultado a fuentes de La Luz del Mundo, algo que le hubiera permitido llevar a cabo la confrontación de fuentes que recomienda el ejercicio periodístico.

Confrontar dos posiciones sobre un mismo tema permite al periodista obtener una información más clara sobre un caso, y no casarse con la versión que proporciona una fuente. Al respecto, Yolanda Ruiz, directora de contenidos de RCN Radio, ha dicho con sobrada razón: “no todo lo que dice una fuente es la verdad revelada”.

Si la pretensión es descubrir la verdad, el periodista debe ser selectivo con sus fuentes y poner en duda todas y cada una de sus declaraciones. Su deber es preguntar y volver a preguntar para constatar la credibilidad de sus fuentes o el infundio de sus presuntas “informaciones”.