/ viernes 26 de junio de 2020

Docencia en contingencia, bajo la nueva normalidad, la del capitalismo pandémico

Aunque hablamos de una nueva normalidad, lo cierto es que la realidad que enfrentamos, es una, en la que las personas están cansadas, explotadas y en la que casi están desaparecidos los matices entre público y privado. El capitalismo no está desacelerado, sino retenido, al acecho. Como dice la filósofa norteamericana Judith Butler tenemos un “capitalismo pandémico”. Y si los humanos seguimos habitando la Tierra sin ningún cuidado por la biodiversidad, sin detener el cambio climático, estamos produciendo un mundo inhabitable.

Nos han vendido un estilo de vida apresurado, donde siempre estamos esperando lo nuevo, lo estimulante, pasando por alto lo que ya existe y todavía sirve. Cabe preguntarnos ¿Puede la pandemia reconducirnos a una vida distinta? Es difícil porque la cuarentena no es un tiempo de tranquilidad. Por otro lado la pandemia rompió nuestras inercias diarias, nuestras costumbres, deterioró aún más nuestros rituales. Los rituales del trabajo se trastocaron. Antes de la pandemia íbamos al trabajo en las horas fijadas. El trabajo tradicional en cierta forma se hace en comunidad, pero el teletrabajo, al que nos obligó la pandemia, rompe los ritos. El ritual más afectado es el del duelo. Los sacramentos que facilitan la muerte no se pueden dar.

Como dice Byung-Chul Han: “Antes era también todo un ritual ver un programa de televisión un determinado día de la semana a una determinada hora, toda la familia. Hoy se puede ver un programa a cualquier hora, cada uno por su cuenta. Eso no significa directamente que tengamos cada vez más libertad. La flexibilización total de la vida también acarrea pérdidas. Los rituales no son simples restricciones de la libertad, sino que dan estructura y estabilidad a la vida. Consolidan en el cuerpo valores y órdenes simbólicos que dan cohesión a la comunidad”.

También en la enseñanza se rompieron los esquemas. Cualquiera que haya enseñado en un aula universitaria sabe bien cómo se formaban amistades y se articulaban, pequeños grupos de estudio e investigación, que luego seguían reuniéndose después de la clase. Debido a que la contingencia le ha planteado nuevas problemáticas y a la vez nuevos retos, la universidad debe filosofar sobre sí misma, desde su experiencia, condicionantes propios y circunstancias sin perder de vista que la crisis del 2008 fomentó la propagación de universidades online privadas. Lo que ha llevado a empujar hacia la mercantilización de la enseñanza superior. Hoy las universidades públicas, están amenazadas se les exige que, si no pueden generar recursos, gasten menos.

La contingencia ha apremiado a la mayor parte del profesorado a reformular sus clases, desde el encierro obligado, escenario-pandémico, que de ninguna manera es el espacio más apropiado para la reflexión.

La universidad, en esta contingencia, no puede ni quiere admitirse aislada de su contexto histórico, ni debe abandonar su responsabilidad social. Para que se mantenga como un foro de reflexión, investigación, modernización y formación crítica global, como espacio democratizador, en definitiva, es urgente alertar sobre los peligros que en estas condiciones acechan a las universidades. Por ejemplo, el profesor y filósofo Nuccio Ordine en una entrevista en medio de la contingencia, expresaba, “en las clases no solamente se transmite un contenido –esto, efectivamente, puede realizarse a través de cualquier plataforma virtual, con o sin docente– sino, sobre todo, tiene lugar la experiencia humana compartida. Es en el aula, pero también en los pasillos de las facultades, sus bibliotecas, sus seminarios y sus bares, donde se construye un espacio de reflexión y sociabilidad fundamental en la formación intelectual de cualquier estudiante y también de cualquier profesora o profesor”.

Hoy sobrevivir lo es todo. Los virólogos, tienen el monopolio absoluto de la interpretación, el coronavirus nos tiene de rodillas. Hoy ya no nos miramos. Esto aísla a las personas y acelera la desaparición de la empatía.

Ante esta contingencia sanitaria las instituciones de educación superior no solo deben estar enfocadas a sobrevivir en esta nueva normalidad. Las instituciones de educación superior en todo el mundo deben trabajar juntas para acelerar la innovación. Todas nuestras instituciones educativas deben ser adaptables, flexibles y ajustables.

jshv0851@gmail.com

Aunque hablamos de una nueva normalidad, lo cierto es que la realidad que enfrentamos, es una, en la que las personas están cansadas, explotadas y en la que casi están desaparecidos los matices entre público y privado. El capitalismo no está desacelerado, sino retenido, al acecho. Como dice la filósofa norteamericana Judith Butler tenemos un “capitalismo pandémico”. Y si los humanos seguimos habitando la Tierra sin ningún cuidado por la biodiversidad, sin detener el cambio climático, estamos produciendo un mundo inhabitable.

Nos han vendido un estilo de vida apresurado, donde siempre estamos esperando lo nuevo, lo estimulante, pasando por alto lo que ya existe y todavía sirve. Cabe preguntarnos ¿Puede la pandemia reconducirnos a una vida distinta? Es difícil porque la cuarentena no es un tiempo de tranquilidad. Por otro lado la pandemia rompió nuestras inercias diarias, nuestras costumbres, deterioró aún más nuestros rituales. Los rituales del trabajo se trastocaron. Antes de la pandemia íbamos al trabajo en las horas fijadas. El trabajo tradicional en cierta forma se hace en comunidad, pero el teletrabajo, al que nos obligó la pandemia, rompe los ritos. El ritual más afectado es el del duelo. Los sacramentos que facilitan la muerte no se pueden dar.

Como dice Byung-Chul Han: “Antes era también todo un ritual ver un programa de televisión un determinado día de la semana a una determinada hora, toda la familia. Hoy se puede ver un programa a cualquier hora, cada uno por su cuenta. Eso no significa directamente que tengamos cada vez más libertad. La flexibilización total de la vida también acarrea pérdidas. Los rituales no son simples restricciones de la libertad, sino que dan estructura y estabilidad a la vida. Consolidan en el cuerpo valores y órdenes simbólicos que dan cohesión a la comunidad”.

También en la enseñanza se rompieron los esquemas. Cualquiera que haya enseñado en un aula universitaria sabe bien cómo se formaban amistades y se articulaban, pequeños grupos de estudio e investigación, que luego seguían reuniéndose después de la clase. Debido a que la contingencia le ha planteado nuevas problemáticas y a la vez nuevos retos, la universidad debe filosofar sobre sí misma, desde su experiencia, condicionantes propios y circunstancias sin perder de vista que la crisis del 2008 fomentó la propagación de universidades online privadas. Lo que ha llevado a empujar hacia la mercantilización de la enseñanza superior. Hoy las universidades públicas, están amenazadas se les exige que, si no pueden generar recursos, gasten menos.

La contingencia ha apremiado a la mayor parte del profesorado a reformular sus clases, desde el encierro obligado, escenario-pandémico, que de ninguna manera es el espacio más apropiado para la reflexión.

La universidad, en esta contingencia, no puede ni quiere admitirse aislada de su contexto histórico, ni debe abandonar su responsabilidad social. Para que se mantenga como un foro de reflexión, investigación, modernización y formación crítica global, como espacio democratizador, en definitiva, es urgente alertar sobre los peligros que en estas condiciones acechan a las universidades. Por ejemplo, el profesor y filósofo Nuccio Ordine en una entrevista en medio de la contingencia, expresaba, “en las clases no solamente se transmite un contenido –esto, efectivamente, puede realizarse a través de cualquier plataforma virtual, con o sin docente– sino, sobre todo, tiene lugar la experiencia humana compartida. Es en el aula, pero también en los pasillos de las facultades, sus bibliotecas, sus seminarios y sus bares, donde se construye un espacio de reflexión y sociabilidad fundamental en la formación intelectual de cualquier estudiante y también de cualquier profesora o profesor”.

Hoy sobrevivir lo es todo. Los virólogos, tienen el monopolio absoluto de la interpretación, el coronavirus nos tiene de rodillas. Hoy ya no nos miramos. Esto aísla a las personas y acelera la desaparición de la empatía.

Ante esta contingencia sanitaria las instituciones de educación superior no solo deben estar enfocadas a sobrevivir en esta nueva normalidad. Las instituciones de educación superior en todo el mundo deben trabajar juntas para acelerar la innovación. Todas nuestras instituciones educativas deben ser adaptables, flexibles y ajustables.

jshv0851@gmail.com