/ lunes 22 de julio de 2019

Discurso y crímenes de odio

La actual campaña de difamación contra el apóstol de Jesucristo Naasón Joaquín García sigue imparable. El juicio todavía no comienza, y varios periodistas le están tratando ya como delincuente. Este trato es el que le dan los comunicadores que han accedido al lugar en que se han desarrollado las audiencias, así como los medios de comunicación que se dedican a reproducir las notas que aquellos escriben.

El objetivo de esta campaña es claro: poner en duda la solvencia moral del presidente internacional de la Iglesia La Luz del Mundo, la cual goza del reconocimiento de más de 5 millones de personas en 58 naciones de los cinco continentes.

El principal problema es el discurso de odio que día a día gana terreno en redes sociales, en donde se lanzan condenas e insultos con calificativos denigrantes contra la persona del apóstol de Jesucristo, sabiendo incluso que la reciente audiencia en la Corte Superior de Los Ángeles fue para tratar el tema de la fianza, no para resolver el tema de su culpabilidad o inocencia.

El discurso de odio se alza irracional pidiendo la supresión de la Iglesia La Luz del Mundo, aun sabiendo que este tipo de demandas son contrarias a lo que establece el artículo 24 constitucional, que garantiza la libertad de religión, y en donde se establece, además, que “el Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna”.

A muchos de los promotores del discurso de odio les indigna que los fieles de esta Iglesia sigan defendiendo la honorabilidad de su máximo líder religioso, pues lo que pretenden es justamente eso: que los miembros de la comunidad se decepcionen de él y de la Iglesia bajo su dirección, algo que no ha ocurrido debido a que su pueblo conoce perfectamente bien su honestidad y trayectoria.

Estas desenfrenadas manifestaciones de odio hacia la Iglesia La Luz del Mundo nos deben llevar a una revisión exhaustiva de la historia, para tener presente cómo en otros tiempos, del discurso de odio se llegó a transitar a los crímenes de odio. A los judíos, por ejemplo, se les llegó a acusar a través de libelos de males que ellos jamás cometieron, logrando atraer en contra de ese pueblo la animadversión de la gente.

En 1144, en Norwich, Inglaterra, se publicó el siguiente libelo: “Los judíos de Norwich compraron un niño cristiano antes de Pascua y lo torturaron con todas las torturas con que nuestro Señor Jesucristo fue torturado, y el Viernes Santo lo colgaron de una cruz por odio a nuestro Señor y después lo enterraron”. El anterior relato calumnioso aparece en el libro Páginas de odio. Historia del antisemitismo, escrito por Yehuda Krell, quien plasma en un pie de página el siguiente dato: “Las crónicas registran que el 6 de febrero de 1190, casi todos los judíos fueron asesinados en Norwich, a excepción de unos pocos”.

Krell presenta más calumnias que afectaron a los judíos. Una de ellas contra Isaac bar Elazar, señalado de haber crucificado a un niño católico llamado Christian, en el festejo de la Pascua judía, y de haber arrojado el cadáver al río Loira. "Al concluir el juicio contra la comunidad, se le ofreció a los judíos la elección del bautismo: la mayoría no aceptó y esto provocó la reacción de la población que quemó a treinta y cuatro hombres y diecisiete mujeres judíos en la hoguera".

A través de los siglos, el odio hacia los judíos se fue acumulando paulatinamente, tanto que, con Hitler a la cabeza, logró el exterminio de entre 5 y 6 millones de judíos, a los que debemos agregar los que antes y después del holocausto nazi fueron masacrados. Puede observarse que lo que comenzó como un discurso de odio, terminó en crímenes de odio que por ningún motivo debemos permitir que se repitan.

En más sobre este tipo de campañas, cargadas de odio, calumnias e injurias, todos sabemos que innumerables personas y grupos han sido víctimas de ellas a través de los tiempos. Sabemos también que los autores intelectuales de las mismas buscan perjudicar a quienes afectan sus intereses en distintos ámbitos del quehacer cotidiano.

Lo más vergonzoso es la actuación de varios medios de comunicación, que se prestan para ser utilizados como plataformas de desinformación, así como para estigmatizar a personas y grupos cuyo éxito y crecimiento pone en peligro los intereses y monopolios de las principales religiones, que de un tiempo a la fecha han experimentado una grave disminución en su número de fieles.

Por último, debo agregarla decepcionante actuación de algunas autoridades que, faltando a su deber de impartir justicia con respeto a los derechos humanos, se suman a las campañas ya mencionadas, golpeando despiadadamente el buen nombre de los líderes religiosos que amenazan los intereses y privilegios de las religiones que algunos funcionarios profesan.

La actual campaña de difamación contra el apóstol de Jesucristo Naasón Joaquín García sigue imparable. El juicio todavía no comienza, y varios periodistas le están tratando ya como delincuente. Este trato es el que le dan los comunicadores que han accedido al lugar en que se han desarrollado las audiencias, así como los medios de comunicación que se dedican a reproducir las notas que aquellos escriben.

El objetivo de esta campaña es claro: poner en duda la solvencia moral del presidente internacional de la Iglesia La Luz del Mundo, la cual goza del reconocimiento de más de 5 millones de personas en 58 naciones de los cinco continentes.

El principal problema es el discurso de odio que día a día gana terreno en redes sociales, en donde se lanzan condenas e insultos con calificativos denigrantes contra la persona del apóstol de Jesucristo, sabiendo incluso que la reciente audiencia en la Corte Superior de Los Ángeles fue para tratar el tema de la fianza, no para resolver el tema de su culpabilidad o inocencia.

El discurso de odio se alza irracional pidiendo la supresión de la Iglesia La Luz del Mundo, aun sabiendo que este tipo de demandas son contrarias a lo que establece el artículo 24 constitucional, que garantiza la libertad de religión, y en donde se establece, además, que “el Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna”.

A muchos de los promotores del discurso de odio les indigna que los fieles de esta Iglesia sigan defendiendo la honorabilidad de su máximo líder religioso, pues lo que pretenden es justamente eso: que los miembros de la comunidad se decepcionen de él y de la Iglesia bajo su dirección, algo que no ha ocurrido debido a que su pueblo conoce perfectamente bien su honestidad y trayectoria.

Estas desenfrenadas manifestaciones de odio hacia la Iglesia La Luz del Mundo nos deben llevar a una revisión exhaustiva de la historia, para tener presente cómo en otros tiempos, del discurso de odio se llegó a transitar a los crímenes de odio. A los judíos, por ejemplo, se les llegó a acusar a través de libelos de males que ellos jamás cometieron, logrando atraer en contra de ese pueblo la animadversión de la gente.

En 1144, en Norwich, Inglaterra, se publicó el siguiente libelo: “Los judíos de Norwich compraron un niño cristiano antes de Pascua y lo torturaron con todas las torturas con que nuestro Señor Jesucristo fue torturado, y el Viernes Santo lo colgaron de una cruz por odio a nuestro Señor y después lo enterraron”. El anterior relato calumnioso aparece en el libro Páginas de odio. Historia del antisemitismo, escrito por Yehuda Krell, quien plasma en un pie de página el siguiente dato: “Las crónicas registran que el 6 de febrero de 1190, casi todos los judíos fueron asesinados en Norwich, a excepción de unos pocos”.

Krell presenta más calumnias que afectaron a los judíos. Una de ellas contra Isaac bar Elazar, señalado de haber crucificado a un niño católico llamado Christian, en el festejo de la Pascua judía, y de haber arrojado el cadáver al río Loira. "Al concluir el juicio contra la comunidad, se le ofreció a los judíos la elección del bautismo: la mayoría no aceptó y esto provocó la reacción de la población que quemó a treinta y cuatro hombres y diecisiete mujeres judíos en la hoguera".

A través de los siglos, el odio hacia los judíos se fue acumulando paulatinamente, tanto que, con Hitler a la cabeza, logró el exterminio de entre 5 y 6 millones de judíos, a los que debemos agregar los que antes y después del holocausto nazi fueron masacrados. Puede observarse que lo que comenzó como un discurso de odio, terminó en crímenes de odio que por ningún motivo debemos permitir que se repitan.

En más sobre este tipo de campañas, cargadas de odio, calumnias e injurias, todos sabemos que innumerables personas y grupos han sido víctimas de ellas a través de los tiempos. Sabemos también que los autores intelectuales de las mismas buscan perjudicar a quienes afectan sus intereses en distintos ámbitos del quehacer cotidiano.

Lo más vergonzoso es la actuación de varios medios de comunicación, que se prestan para ser utilizados como plataformas de desinformación, así como para estigmatizar a personas y grupos cuyo éxito y crecimiento pone en peligro los intereses y monopolios de las principales religiones, que de un tiempo a la fecha han experimentado una grave disminución en su número de fieles.

Por último, debo agregarla decepcionante actuación de algunas autoridades que, faltando a su deber de impartir justicia con respeto a los derechos humanos, se suman a las campañas ya mencionadas, golpeando despiadadamente el buen nombre de los líderes religiosos que amenazan los intereses y privilegios de las religiones que algunos funcionarios profesan.