/ domingo 20 de octubre de 2019

Culiacán, un caso que polariza las opiniones

El libro Anatomía de perversidades, escrito por Jorge Carpizo McGregor, relata un acontecimiento que tuvo lugar el 13 de diciembre de 1993, un año y meses después de que las relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano fueran reanudadas, en septiembre de 1992.

Comenta el ex procurador general de la República que alrededor de las 23:00 horas de ese día, fue llamado a una reunión con el presidente Carlos Salinas de Gortari y el nuncio apostólico Girolamo Prigione, cuya presencia tenía el propósito de interceder para que el entonces presidente de México recibiera a uno de los hermanos Arellano Félix, interesado en dar su versión sobre el asesinato del cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo, y asegurarle que ellos (Ramón y Benjamín) eran inocentes.

Cuando Salinas pide el consejo de Carpizo, éste le contesta: “No, señor presidente, usted no puede hacerlo, usted no puede recibirlo”. Acto seguido, el representante del Papa en México preguntó qué debía decir a ese hermano de los Arellano Félix que aguardaba en la nunciatura.

"Que se entregue", respondió Carpizo con firmeza. Enseguida, Prigione solicitó al presidente Salinas preservar la integridad de la sede diplomática.

Cuenta Carpizo que en ese momento pensó armar un operativo para aprehender al Arellano Félix que estaba en la nunciatura, pero que se detuvo por temor a las consecuencias de improvisar un operativo que, aparte de causar un conflicto diplomático, conllevaba terribles riesgos operativos y estratégicos. Fue así como se decidió no proceder a su captura.

El anterior relato nos permite saber que lo ocurrido hace unos días en Culiacán, Sinaloa, ya ha pasado en anteriores sexenios. La única diferencia es que el caso antes relatado tuvo lugar antes de la existencia de las redes sociales y su poder viral. De haber existido estas plataformas digitales, la PGR, la Presidencia de la República y la Iglesia Católica hubieran sido blanco de ataques y señalamientos de diferente tipos.

Hablemos ahora del caso de Oviedo Guzmán López, cuya captura legal en Culiacán, el pasado 17 de octubre, y la decisión de dejarlo posteriormente libre, han polarizado las posiciones en medios y redes sociales en dos bandos irreconciliables.

En mi opinión, en ambas partes hay intereses políticos y bastante exageración, lo que impide que la sociedad pueda comprender en su justa dimensión qué fue lo que sucedió ese día.

Entre los críticos de la medida encontramos a denigrantes sin piedad, que califican al Estado mexicano como “débil, sin brújula y errático frente al crimen organizado”; pero también apologistas que aplauden la decisión que tomaron los integrantes del gabinete de seguridad, la cual fue respaldada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien señaló en Oaxaca el pasado viernes: “Yo estuve de acuerdo con eso”; y añadió: “no se trata de masacres, eso ya se terminó. No puede valer más la captura de un delincuente que las vidas de las personas. Ellos tomaron esta decisión y yo la respaldé.”

Para los partidarios de la decisión fue más que correcto soltar a Guzmán López, una decisión que puso fin a una jornada de violencia en la que ocho personas perdieron la vida, y que incluyó bloqueos de vialidades y balaceras intensas en distintos puntos de Culiacán, la capital de Sinaloa y ciudad más grande de esa entidad federativa.

Un sector de la prensa y los adversarios políticos del presidente califican como “una vergüenza” la liberación del hijo de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, mejor conocido como el “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más célebre del presente siglo, y quien el pasado mes de julio fue condenado a cadena perpetua y 30 años adicionales por una corte de Estados Unidos, un fallo acerca del cual el Presidente de México opinó en su momento: “Una condena de esta en la cárcel de por vida, conmueve”.

Los críticos del presidente se preguntan si decisiones de esta envergadura son lo mejor para pacificar a México, un país que en los últimos días ha registrado ataques sangrientos contra las fuerzas de seguridad por parte de algunos cárteles de la droga, algo que, en honor de la verdad, ha ocurrido también en anteriores administraciones, no sólo en la llamada Cuarta Transformación.

A pesar de que la polémica decisión ha dado mucho de que hablar en los últimos días, Alfonso Durazo, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana del Gobierno de México, ha sido claro al señalar que no habrá pacto ni negociación alguna con el crimen organizado. También anunció que reforzarán los operativos de seguridad en el estado de Sinaloa.

La libertad de expresión en México garantiza la libre manifestación de pensamiento, ideas y opiniones, y que sobre el caso Culiacán siga corriendo mucha tinta, con opiniones a favor y en contra de la decisión; lo importante es que actuemos siempre con respeto, responsabilidad y de manera propositiva, difundiendo mensajes que coadyuven al logro de la paz social, tan necesaria para el progreso de México.

Twitter: @armayacastro

El libro Anatomía de perversidades, escrito por Jorge Carpizo McGregor, relata un acontecimiento que tuvo lugar el 13 de diciembre de 1993, un año y meses después de que las relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano fueran reanudadas, en septiembre de 1992.

Comenta el ex procurador general de la República que alrededor de las 23:00 horas de ese día, fue llamado a una reunión con el presidente Carlos Salinas de Gortari y el nuncio apostólico Girolamo Prigione, cuya presencia tenía el propósito de interceder para que el entonces presidente de México recibiera a uno de los hermanos Arellano Félix, interesado en dar su versión sobre el asesinato del cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo, y asegurarle que ellos (Ramón y Benjamín) eran inocentes.

Cuando Salinas pide el consejo de Carpizo, éste le contesta: “No, señor presidente, usted no puede hacerlo, usted no puede recibirlo”. Acto seguido, el representante del Papa en México preguntó qué debía decir a ese hermano de los Arellano Félix que aguardaba en la nunciatura.

"Que se entregue", respondió Carpizo con firmeza. Enseguida, Prigione solicitó al presidente Salinas preservar la integridad de la sede diplomática.

Cuenta Carpizo que en ese momento pensó armar un operativo para aprehender al Arellano Félix que estaba en la nunciatura, pero que se detuvo por temor a las consecuencias de improvisar un operativo que, aparte de causar un conflicto diplomático, conllevaba terribles riesgos operativos y estratégicos. Fue así como se decidió no proceder a su captura.

El anterior relato nos permite saber que lo ocurrido hace unos días en Culiacán, Sinaloa, ya ha pasado en anteriores sexenios. La única diferencia es que el caso antes relatado tuvo lugar antes de la existencia de las redes sociales y su poder viral. De haber existido estas plataformas digitales, la PGR, la Presidencia de la República y la Iglesia Católica hubieran sido blanco de ataques y señalamientos de diferente tipos.

Hablemos ahora del caso de Oviedo Guzmán López, cuya captura legal en Culiacán, el pasado 17 de octubre, y la decisión de dejarlo posteriormente libre, han polarizado las posiciones en medios y redes sociales en dos bandos irreconciliables.

En mi opinión, en ambas partes hay intereses políticos y bastante exageración, lo que impide que la sociedad pueda comprender en su justa dimensión qué fue lo que sucedió ese día.

Entre los críticos de la medida encontramos a denigrantes sin piedad, que califican al Estado mexicano como “débil, sin brújula y errático frente al crimen organizado”; pero también apologistas que aplauden la decisión que tomaron los integrantes del gabinete de seguridad, la cual fue respaldada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien señaló en Oaxaca el pasado viernes: “Yo estuve de acuerdo con eso”; y añadió: “no se trata de masacres, eso ya se terminó. No puede valer más la captura de un delincuente que las vidas de las personas. Ellos tomaron esta decisión y yo la respaldé.”

Para los partidarios de la decisión fue más que correcto soltar a Guzmán López, una decisión que puso fin a una jornada de violencia en la que ocho personas perdieron la vida, y que incluyó bloqueos de vialidades y balaceras intensas en distintos puntos de Culiacán, la capital de Sinaloa y ciudad más grande de esa entidad federativa.

Un sector de la prensa y los adversarios políticos del presidente califican como “una vergüenza” la liberación del hijo de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, mejor conocido como el “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más célebre del presente siglo, y quien el pasado mes de julio fue condenado a cadena perpetua y 30 años adicionales por una corte de Estados Unidos, un fallo acerca del cual el Presidente de México opinó en su momento: “Una condena de esta en la cárcel de por vida, conmueve”.

Los críticos del presidente se preguntan si decisiones de esta envergadura son lo mejor para pacificar a México, un país que en los últimos días ha registrado ataques sangrientos contra las fuerzas de seguridad por parte de algunos cárteles de la droga, algo que, en honor de la verdad, ha ocurrido también en anteriores administraciones, no sólo en la llamada Cuarta Transformación.

A pesar de que la polémica decisión ha dado mucho de que hablar en los últimos días, Alfonso Durazo, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana del Gobierno de México, ha sido claro al señalar que no habrá pacto ni negociación alguna con el crimen organizado. También anunció que reforzarán los operativos de seguridad en el estado de Sinaloa.

La libertad de expresión en México garantiza la libre manifestación de pensamiento, ideas y opiniones, y que sobre el caso Culiacán siga corriendo mucha tinta, con opiniones a favor y en contra de la decisión; lo importante es que actuemos siempre con respeto, responsabilidad y de manera propositiva, difundiendo mensajes que coadyuven al logro de la paz social, tan necesaria para el progreso de México.

Twitter: @armayacastro