/ domingo 25 de agosto de 2019

Contra los actos de odio basados en la religión

El pasado 22 de agosto, como resultado de la larga lucha por la consolidación de la libertad de creencias, y en contra de la persistente intolerancia religiosa, se celebró por primera ocasión el Día internacional de conmemoración de las víctimas de actos de violencia basados en la religión o las creencias.

Ese día de celebración fue establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas mediante la resolución A/RES/73/L.85, en la que deplora con energía “todos los actos de violencia contra las personas por su religión o creencia”.

El propósito de la resolución es que todos los gobiernos del mundo realicen acciones de apoyo en favor de las personas y grupos que sufren persecución por causa de su fe en cualquier parte del orbe.

Recientemente escribí algo que deseo repetir en mi columna de este día: “con tantos siglos de lucha en pro de la libertad de religión, a estas alturas no tendríamos por qué estar hablando de persecuciones religiosas ni de acciones orientadas a erradicar este fenómeno del mundo actual, en el que por desgracia abundan personas y grupos intolerantes que piensan que cualquier cosa es válida si contribuye a la erradicación de las minorías religiosas, sobre todo aquellas que han demostrado tener éxito en el campo de la evangelización”.

Nadie puede negar los resultados de esta noble e incesante lucha, pero tampoco podemos cerrar los ojos a la dolorosa realidad que aqueja a la humanidad en materia de discriminación e intolerancia religiosa, fenómenos que, por desgracia, siguen moviendo y atizando sin misericordia el fuego de la persecución.

El irracional ataque de los intolerantes, que en la era de la digitalización ha establecido su discurso de odio en Internet y redes sociales, está enfocado sobre todo contra los grupos de éxito, que son los que ponen en riesgo los intereses y privilegios de las mayorías religiosas dominantes, las cuales anhelan el retorno de los tiempos en que las leyes sólo permitían las religiones de estado.

Por ello considero dignas del mayor elogio las acciones que ha implementado Naciones Unidas, un organismo que busca suprimir el discurso de odio que practican las personas que han encontrado en las plataformas tecnológicas el escenario que les permite desarrollar su violencia verbal.

La ONU trabaja en esa dirección porque sabe perfectamente bien que, para lograr la erradicación de la intolerancia y discriminación religiosa, se requiere la participación y el involucramiento de las autoridades, así como de todos los sectores sociales de todos y cada uno de los países del mundo.

Lo digo así porque el problema en cuestión no es privativo de una sola nación, sino de todas las naciones de la tierra, dónde las mayorías religiosas continúan con su pretensión medieval, consistente en suprimir a como dé lugar a las minorías religiosas, sobre todo si el crecimiento de éstas representa una amenaza para sus intereses.

En la resolución citada en el segundo párrafo de la presente columna, la Asamblea General “condena enérgicamente la violencia y los actos de terrorismo dirigidos a individuos, incluidas las personas pertenecientes a minorías religiosas, sobre la base o en nombre de una religión o creencia”.

Además de la anterior condena, la Asamblea General hace un llamado “a todos los Estados Miembros, las organizaciones del sistema de las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales y regionales, así como la sociedad civil, incluidas las organizaciones no gubernamentales. los particulares y el sector privado, a que celebren el Día Internacional de manera apropiada”.

Esta importante resolución, tras poner de relieve “que la libertad de religión o creencias, la libertad de opinión y expresión, el derecho de reunión pacífica y el derecho a la libertad de asociación son interdependientes, están relacionados entre sí y se refuerzan mutuamente”, reconoce también “que el trabajo conjunto para potenciar la aplicación de los regímenes jurídicos vigentes que protegen a las personas de la discriminación y los delitos de odio, el incremento de las iniciativas entre religiones, confesiones y culturas y la expansión de la educación en materia de derechos humanos son los primeros pasos importantes para combatir los incidentes de intolerancia, discriminación y violencia contra las personas en razón de la religión o las creencias”.

Al proclamar este día de celebración, la Asamblea General recordó a los Estados que su responsabilidad primordial es: “promover y proteger los derechos humanos, incluidos aquellos pertenecientes a las minorías religiosas y su derecho a ejercer su religión o creencia libremente”.

Vaya desde este espacio mi sincero reconocimiento a la ONU por sus acciones en favor de las libertades, aunque debe tenerse presente que el avance del discurso de odio y de la intolerancia religiosa exige mayores acciones por parte de todos los gobiernos del mundo, algunos de los cuales se han estacionado en el terreno del lamento, sin hacer lo que se debe hacer para contribuir a la destrucción de este fenómeno.

@armayacastro

El pasado 22 de agosto, como resultado de la larga lucha por la consolidación de la libertad de creencias, y en contra de la persistente intolerancia religiosa, se celebró por primera ocasión el Día internacional de conmemoración de las víctimas de actos de violencia basados en la religión o las creencias.

Ese día de celebración fue establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas mediante la resolución A/RES/73/L.85, en la que deplora con energía “todos los actos de violencia contra las personas por su religión o creencia”.

El propósito de la resolución es que todos los gobiernos del mundo realicen acciones de apoyo en favor de las personas y grupos que sufren persecución por causa de su fe en cualquier parte del orbe.

Recientemente escribí algo que deseo repetir en mi columna de este día: “con tantos siglos de lucha en pro de la libertad de religión, a estas alturas no tendríamos por qué estar hablando de persecuciones religiosas ni de acciones orientadas a erradicar este fenómeno del mundo actual, en el que por desgracia abundan personas y grupos intolerantes que piensan que cualquier cosa es válida si contribuye a la erradicación de las minorías religiosas, sobre todo aquellas que han demostrado tener éxito en el campo de la evangelización”.

Nadie puede negar los resultados de esta noble e incesante lucha, pero tampoco podemos cerrar los ojos a la dolorosa realidad que aqueja a la humanidad en materia de discriminación e intolerancia religiosa, fenómenos que, por desgracia, siguen moviendo y atizando sin misericordia el fuego de la persecución.

El irracional ataque de los intolerantes, que en la era de la digitalización ha establecido su discurso de odio en Internet y redes sociales, está enfocado sobre todo contra los grupos de éxito, que son los que ponen en riesgo los intereses y privilegios de las mayorías religiosas dominantes, las cuales anhelan el retorno de los tiempos en que las leyes sólo permitían las religiones de estado.

Por ello considero dignas del mayor elogio las acciones que ha implementado Naciones Unidas, un organismo que busca suprimir el discurso de odio que practican las personas que han encontrado en las plataformas tecnológicas el escenario que les permite desarrollar su violencia verbal.

La ONU trabaja en esa dirección porque sabe perfectamente bien que, para lograr la erradicación de la intolerancia y discriminación religiosa, se requiere la participación y el involucramiento de las autoridades, así como de todos los sectores sociales de todos y cada uno de los países del mundo.

Lo digo así porque el problema en cuestión no es privativo de una sola nación, sino de todas las naciones de la tierra, dónde las mayorías religiosas continúan con su pretensión medieval, consistente en suprimir a como dé lugar a las minorías religiosas, sobre todo si el crecimiento de éstas representa una amenaza para sus intereses.

En la resolución citada en el segundo párrafo de la presente columna, la Asamblea General “condena enérgicamente la violencia y los actos de terrorismo dirigidos a individuos, incluidas las personas pertenecientes a minorías religiosas, sobre la base o en nombre de una religión o creencia”.

Además de la anterior condena, la Asamblea General hace un llamado “a todos los Estados Miembros, las organizaciones del sistema de las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales y regionales, así como la sociedad civil, incluidas las organizaciones no gubernamentales. los particulares y el sector privado, a que celebren el Día Internacional de manera apropiada”.

Esta importante resolución, tras poner de relieve “que la libertad de religión o creencias, la libertad de opinión y expresión, el derecho de reunión pacífica y el derecho a la libertad de asociación son interdependientes, están relacionados entre sí y se refuerzan mutuamente”, reconoce también “que el trabajo conjunto para potenciar la aplicación de los regímenes jurídicos vigentes que protegen a las personas de la discriminación y los delitos de odio, el incremento de las iniciativas entre religiones, confesiones y culturas y la expansión de la educación en materia de derechos humanos son los primeros pasos importantes para combatir los incidentes de intolerancia, discriminación y violencia contra las personas en razón de la religión o las creencias”.

Al proclamar este día de celebración, la Asamblea General recordó a los Estados que su responsabilidad primordial es: “promover y proteger los derechos humanos, incluidos aquellos pertenecientes a las minorías religiosas y su derecho a ejercer su religión o creencia libremente”.

Vaya desde este espacio mi sincero reconocimiento a la ONU por sus acciones en favor de las libertades, aunque debe tenerse presente que el avance del discurso de odio y de la intolerancia religiosa exige mayores acciones por parte de todos los gobiernos del mundo, algunos de los cuales se han estacionado en el terreno del lamento, sin hacer lo que se debe hacer para contribuir a la destrucción de este fenómeno.

@armayacastro