/ viernes 29 de enero de 2021

Con la democracia pasa algo curioso: la deseamos, no creemos; pero idolatramos las elecciones

Hay muchas coincidencias en que la democracia en todo momento está en riesgo, ahí está lo que acaba de pasar en Estados Unidos. El rechazo permanente al otro, conduce a que el espacio político se fraccione y la democracia se degrade. Por lo que debe haber garantías contra el poder autoritario. La ley de la mayoría, de acuerdo, pero con el respeto a las minorías, con el reconocimiento del otro. De lo que se trata es aprender a vivir junto con nuestras diferencias, a construir un mundo que sea cada vez más abierto, pero que posea también la mayor diversidad posible. Dicen los estudiosos de la democracia que ésta, se define como el conjunto de las garantías institucionales que permitan combinar la unidad de la razón instrumental, con la diversidad de las memorias, y el intercambio con la libertad. Uno de los mayores riesgos de la democracia es la desconfianza. Hoy los partidos en el poder tienen un desgaste mucho mayor y gobernar es cada vez más difícil.

Con la democracia ocurre algo curioso: todo el mundo la desea, pero no hay nadie que crea en ella. Los partidos políticos son los que acaparan, con diferencia, el mayor grado de desconfianza. El síndrome de fatiga democrática, está causado por la debilidad de la democracia representativa, pero ni el antiparlamentarismo ni el neoparlamentarismo conseguirán darle la vuelta a esta situación. Lo paradójico es que despreciamos a los elegidos, pero idolatramos las elecciones. El fundamentalismo electoral es la creencia inamovible de que la democracia sin elecciones es impensable; consiste en creer que las elecciones son la condición necesaria y fundamental para poder hablar de democracia. A partir de los años ochenta y noventa del siglo pasado, se fue modificando profundamente el espacio público: la sociedad civil abandonó entonces su labor estructuradora y cedió el relevo al mercado libre.

Los medios comerciales de masas se revelaron como los generadores más importantes de consenso social. Esto ha sido muy grave. Y a finales del siglo XX surge un nuevo elemento: las redes sociales. Las redes sociales son medios de comunicación comerciales con una dinámica propia, distorsionan la participación social y son manipulables. Por otra parte, las elecciones se idearon para hacer posible la democracia, pero en las circunstancias actuales, parecen ser un obstáculo para ella. Las elecciones se han convertido en algo enfermizo.

Con la reducción de la democracia, a una democracia representativa y la limitación de ésta, a unas elecciones, se ha puesto en una situación muy difícil un sistema muy valioso. El invento de Gutenberg permitió el paso de la Edad Media al Renacimiento. Ahora, con el apogeo de las redes sociales, es como si cualquiera tuviera una imprenta.

El ciudadano ha dejado de ser lector para convertirse en redactor jefe, es un reportero permanente desde donde se encuentre y esto provoca un potente desplazamiento de poder. Dictaduras supuestamente estables están perdiendo el control sobre las masas, que se organizan a través de las redes sociales. En su esencia, la democracia representativa es un modelo vertical, mientras que en el siglo XXI es cada vez más horizontal. El catedrático de Gestión de la transición Jan Rotmans afirmó recientemente: “Estamos pasando de la centralidad a la descentralización; de lo vertical a lo horizontal; de una relación que iba de arriba hacia abajo, a una relación que va de abajo hacia arriba. Hemos dedicado más de cien años a crear esta sociedad centralizada, orientada de arriba abajo y vertical. El modo de pensar se ha vuelto de revés. Por lo tanto, es preciso que desaprendamos y volvamos a aprender. La mayor barrera está en nuestra cabeza”.

La participación ciudadana no consiste solo en manifestarse, hacer huelgas, firmar peticiones, dar likes y otras formas de movilización admisibles en el espacio público, también debe estar bien afianzada institucionalmente. Sin un cambio, el sistema actual tiene los días contados. Basta con ver el aumento del menosprecio por los políticos.

La cuestión es cuándo. ¿Comenzará por fin esta renovación tan urgente ahora, o antes van a tener que agotarse los valores democráticos, producirse revueltas graves y violencia, e incluso debe caer el sistema parlamentario?

@SalvadorHV

jshv0851@gmail.com

Hay muchas coincidencias en que la democracia en todo momento está en riesgo, ahí está lo que acaba de pasar en Estados Unidos. El rechazo permanente al otro, conduce a que el espacio político se fraccione y la democracia se degrade. Por lo que debe haber garantías contra el poder autoritario. La ley de la mayoría, de acuerdo, pero con el respeto a las minorías, con el reconocimiento del otro. De lo que se trata es aprender a vivir junto con nuestras diferencias, a construir un mundo que sea cada vez más abierto, pero que posea también la mayor diversidad posible. Dicen los estudiosos de la democracia que ésta, se define como el conjunto de las garantías institucionales que permitan combinar la unidad de la razón instrumental, con la diversidad de las memorias, y el intercambio con la libertad. Uno de los mayores riesgos de la democracia es la desconfianza. Hoy los partidos en el poder tienen un desgaste mucho mayor y gobernar es cada vez más difícil.

Con la democracia ocurre algo curioso: todo el mundo la desea, pero no hay nadie que crea en ella. Los partidos políticos son los que acaparan, con diferencia, el mayor grado de desconfianza. El síndrome de fatiga democrática, está causado por la debilidad de la democracia representativa, pero ni el antiparlamentarismo ni el neoparlamentarismo conseguirán darle la vuelta a esta situación. Lo paradójico es que despreciamos a los elegidos, pero idolatramos las elecciones. El fundamentalismo electoral es la creencia inamovible de que la democracia sin elecciones es impensable; consiste en creer que las elecciones son la condición necesaria y fundamental para poder hablar de democracia. A partir de los años ochenta y noventa del siglo pasado, se fue modificando profundamente el espacio público: la sociedad civil abandonó entonces su labor estructuradora y cedió el relevo al mercado libre.

Los medios comerciales de masas se revelaron como los generadores más importantes de consenso social. Esto ha sido muy grave. Y a finales del siglo XX surge un nuevo elemento: las redes sociales. Las redes sociales son medios de comunicación comerciales con una dinámica propia, distorsionan la participación social y son manipulables. Por otra parte, las elecciones se idearon para hacer posible la democracia, pero en las circunstancias actuales, parecen ser un obstáculo para ella. Las elecciones se han convertido en algo enfermizo.

Con la reducción de la democracia, a una democracia representativa y la limitación de ésta, a unas elecciones, se ha puesto en una situación muy difícil un sistema muy valioso. El invento de Gutenberg permitió el paso de la Edad Media al Renacimiento. Ahora, con el apogeo de las redes sociales, es como si cualquiera tuviera una imprenta.

El ciudadano ha dejado de ser lector para convertirse en redactor jefe, es un reportero permanente desde donde se encuentre y esto provoca un potente desplazamiento de poder. Dictaduras supuestamente estables están perdiendo el control sobre las masas, que se organizan a través de las redes sociales. En su esencia, la democracia representativa es un modelo vertical, mientras que en el siglo XXI es cada vez más horizontal. El catedrático de Gestión de la transición Jan Rotmans afirmó recientemente: “Estamos pasando de la centralidad a la descentralización; de lo vertical a lo horizontal; de una relación que iba de arriba hacia abajo, a una relación que va de abajo hacia arriba. Hemos dedicado más de cien años a crear esta sociedad centralizada, orientada de arriba abajo y vertical. El modo de pensar se ha vuelto de revés. Por lo tanto, es preciso que desaprendamos y volvamos a aprender. La mayor barrera está en nuestra cabeza”.

La participación ciudadana no consiste solo en manifestarse, hacer huelgas, firmar peticiones, dar likes y otras formas de movilización admisibles en el espacio público, también debe estar bien afianzada institucionalmente. Sin un cambio, el sistema actual tiene los días contados. Basta con ver el aumento del menosprecio por los políticos.

La cuestión es cuándo. ¿Comenzará por fin esta renovación tan urgente ahora, o antes van a tener que agotarse los valores democráticos, producirse revueltas graves y violencia, e incluso debe caer el sistema parlamentario?

@SalvadorHV

jshv0851@gmail.com