/ viernes 26 de junio de 2020

Carlomagno, rey de la Edad Media

Carlomagno fue el soberano de mayor sagacidad en la Edad Media, pues su reinado fue enorme en aquel entonces, comprendiendo lo que hoy es Francia, Bélgica, Luxemburgo, Países Bajos (Holanda), gran parte de Alemania y algo de los Balcanes.

Nació en Neustria, también conocida como Neustracia, reino franco de la época merovingia, en el año 742 de nuestra era; hijo mayor de Pipino el Breve, a quien sucedió en 768; compartió el reino con Carlomán, que era su hermano, hasta la muerte de éste en 771. Fue el segundo de los Reyes Carolingios , llamados así por descender de Carlos Martel, padre de Pipino el Breve.

Se cuenta que Carlos Martel era el mayordomo real en el palacio de los reyes merovingios, quienes a causa de su descuido se desentendieron del gobierno, a tal extremo que el hijo del administrador consiguió hacerse elegir como soberano.

El ideal de Carlomagno fue instaurar un imperio romano-germánico, semejante al Romano de Occidente, unificado por la religión cristiana. Para ello luchó contra los pueblos vecinos, sometiéndolos y convirtiéndolos a la religión del Papa. Comenzó sus ataques en 772 contra los sajones y diez años después logró organizarlos como provincia franca y a sus habitantes obligarlos a abrazar la fe cristiana, si bien hubo rebeldía de parte del líder Widukind, pero fue vencido en 804, sometiendo entonces el territorio sajón de Nordalbingia, al este del río Elba.

Al inicio de su reinado prestó ayuda al papa Adriano I, para rechazar las invasiones lombardas a territorios papales y a su vez ratificó la cesión de algunos estados que Pipino hizo en favor del papado, obteniendo con ello la confianza del pontífice y la influencia sobre éste, al grado de recibir el título de Patricio de los Romanos, además de la posesión del reino de los lombardos.

Combatió también a los árabes en el oriente de España a partir de 778, infligiéndoles algunas derrotas y persiguiéndolos hasta Zaragoza, manteniendo libre de ellos a Navarra y todo el norte de la península ibérica. Sin embargo, su ejército fue derrotado por vascos y gascones, mientras que en el norte llevó a cabo la conquista de Bavaria, entre los años 791 y 795, como también logró la sumisión de los países ávaros y eslavos, incluyendo Bohemia y Moravia, así como la antigua Checoeslovaquia, que hoy es Croacia, Boznia y Herzegovina.

En el año 800 Carlomagno desbarató una insurrección de romanos contra el papa León III, y en recompensa se le entregó la corona de hierro de los reyes longobardos, que según una tradición está hecha con los clavos que sujetaron a Cristo en la cruz, recibiendo, además, el título de Emperador de Occidente. Para ese entonces sus dominios se extendían prácticamente a toda Europa, a excepción de las islas británicas, sede del hoy Reino Unido. Más tarde su imperio tomaría el título de Sacro Imperio Romano.

Para administrar su vasto reino, Carlomagno tomó varias medidas de gobierno, tales como reformar la justicia y dictar códigos, dividiendo todo el territorio en provincias y condes a la cabeza de cada una de ellas, cuya gestión de éstos era fiscalizada por un grupo de funcionarios especiales, identificados como los “missi dominici” (enviados del soberano). Cada año reunía a los personajes más importantes del imperio, especialmente a obispos y condes para oír sus quejas y darles consejo.

Su reinado tuvo un efecto civilizador sobre los pueblos que conquistó y para ello fomentó las letras (sin que él supiera escribir, lo que hoy se nos antoja increíble), promovió la elaboración de códices, elevó el desarrollo de la cultura en sus estados, e instauró escuelas en cada parroquia. Su gran personalidad y su fortaleza física eran sorprendentes, aún en sus años avanzados; medía 1.80 metros de estatura y se dice que sólo descansaba lo estrictamente indispensable; solía pedir que le leyeran libros y documentos de todo género; trató de aprender a escribir, sin conseguirlo.

Tuvo una atención especial para los intereses de la Iglesia, dotando de gran esplendor los obispados y monasterios, manteniendo una estrecha liga con el poder eclesiástico porque este servía de soporte a su propio poder, adjudicándose a sí mismo el título de “Soldado de la Iglesia”, y en tiempos cercanos a su muerte empezó a constituirse un culto en que se le veneraba como a un santo, pero la Iglesia nunca llegó a confirmarle ese carácter.

Hacia el final de su vida, el mayor anhelo que tuvo fue conservar la paz en su vasto imperio. Sus conquistas prepararon las condiciones para la existencia del estado alemán y la división de Italia.

A su muerte, en 814, lo sucedieron sus tres hijos, Lotario, Carlos y Luis, quienes no supieron conservar el imperio, que acabó por sucumbir.

¡Hasta la próxima!

Carlomagno fue el soberano de mayor sagacidad en la Edad Media, pues su reinado fue enorme en aquel entonces, comprendiendo lo que hoy es Francia, Bélgica, Luxemburgo, Países Bajos (Holanda), gran parte de Alemania y algo de los Balcanes.

Nació en Neustria, también conocida como Neustracia, reino franco de la época merovingia, en el año 742 de nuestra era; hijo mayor de Pipino el Breve, a quien sucedió en 768; compartió el reino con Carlomán, que era su hermano, hasta la muerte de éste en 771. Fue el segundo de los Reyes Carolingios , llamados así por descender de Carlos Martel, padre de Pipino el Breve.

Se cuenta que Carlos Martel era el mayordomo real en el palacio de los reyes merovingios, quienes a causa de su descuido se desentendieron del gobierno, a tal extremo que el hijo del administrador consiguió hacerse elegir como soberano.

El ideal de Carlomagno fue instaurar un imperio romano-germánico, semejante al Romano de Occidente, unificado por la religión cristiana. Para ello luchó contra los pueblos vecinos, sometiéndolos y convirtiéndolos a la religión del Papa. Comenzó sus ataques en 772 contra los sajones y diez años después logró organizarlos como provincia franca y a sus habitantes obligarlos a abrazar la fe cristiana, si bien hubo rebeldía de parte del líder Widukind, pero fue vencido en 804, sometiendo entonces el territorio sajón de Nordalbingia, al este del río Elba.

Al inicio de su reinado prestó ayuda al papa Adriano I, para rechazar las invasiones lombardas a territorios papales y a su vez ratificó la cesión de algunos estados que Pipino hizo en favor del papado, obteniendo con ello la confianza del pontífice y la influencia sobre éste, al grado de recibir el título de Patricio de los Romanos, además de la posesión del reino de los lombardos.

Combatió también a los árabes en el oriente de España a partir de 778, infligiéndoles algunas derrotas y persiguiéndolos hasta Zaragoza, manteniendo libre de ellos a Navarra y todo el norte de la península ibérica. Sin embargo, su ejército fue derrotado por vascos y gascones, mientras que en el norte llevó a cabo la conquista de Bavaria, entre los años 791 y 795, como también logró la sumisión de los países ávaros y eslavos, incluyendo Bohemia y Moravia, así como la antigua Checoeslovaquia, que hoy es Croacia, Boznia y Herzegovina.

En el año 800 Carlomagno desbarató una insurrección de romanos contra el papa León III, y en recompensa se le entregó la corona de hierro de los reyes longobardos, que según una tradición está hecha con los clavos que sujetaron a Cristo en la cruz, recibiendo, además, el título de Emperador de Occidente. Para ese entonces sus dominios se extendían prácticamente a toda Europa, a excepción de las islas británicas, sede del hoy Reino Unido. Más tarde su imperio tomaría el título de Sacro Imperio Romano.

Para administrar su vasto reino, Carlomagno tomó varias medidas de gobierno, tales como reformar la justicia y dictar códigos, dividiendo todo el territorio en provincias y condes a la cabeza de cada una de ellas, cuya gestión de éstos era fiscalizada por un grupo de funcionarios especiales, identificados como los “missi dominici” (enviados del soberano). Cada año reunía a los personajes más importantes del imperio, especialmente a obispos y condes para oír sus quejas y darles consejo.

Su reinado tuvo un efecto civilizador sobre los pueblos que conquistó y para ello fomentó las letras (sin que él supiera escribir, lo que hoy se nos antoja increíble), promovió la elaboración de códices, elevó el desarrollo de la cultura en sus estados, e instauró escuelas en cada parroquia. Su gran personalidad y su fortaleza física eran sorprendentes, aún en sus años avanzados; medía 1.80 metros de estatura y se dice que sólo descansaba lo estrictamente indispensable; solía pedir que le leyeran libros y documentos de todo género; trató de aprender a escribir, sin conseguirlo.

Tuvo una atención especial para los intereses de la Iglesia, dotando de gran esplendor los obispados y monasterios, manteniendo una estrecha liga con el poder eclesiástico porque este servía de soporte a su propio poder, adjudicándose a sí mismo el título de “Soldado de la Iglesia”, y en tiempos cercanos a su muerte empezó a constituirse un culto en que se le veneraba como a un santo, pero la Iglesia nunca llegó a confirmarle ese carácter.

Hacia el final de su vida, el mayor anhelo que tuvo fue conservar la paz en su vasto imperio. Sus conquistas prepararon las condiciones para la existencia del estado alemán y la división de Italia.

A su muerte, en 814, lo sucedieron sus tres hijos, Lotario, Carlos y Luis, quienes no supieron conservar el imperio, que acabó por sucumbir.

¡Hasta la próxima!