/ viernes 29 de mayo de 2020

Aníbal, defensor de Cartago, y Atila, “el azote de Dios”

En esta ocasión recordaremos a dos Grandes de la Historia: Aníbal Barca, defensor de su territorio, Cartago, y por lo tanto considerado héroe en su época; y Atila, rey de los hunos, cuyas tribus salvajes invadieron una parte de Europa, ganándose el mote de “el azote de Dios”.

Vayamos conforme al tiempo de uno y otro personaje, comenzando por Aníbal, notable general cartaginés, uno de los más notables estrategas de la antigüedad, hijo de Amílcar Barca, otro valeroso guerrero.

Aníbal se inició muy joven en el ejercicio de las armas, marchó al lado de su padre en lo que hoy es España, en la conquista de nuevos territorios en favor de Cartago, cuya sede se encontraba en el norte de África.

Cuando Amílcar murió estuvo de nuevo en Hispania para combatir al lado de su cuñado, Asdrúbal, quien al morir asesinado fue el ejército quien eligió a Aníbal como su nuevo jefe en el año 219 antes de Cristo, contando en ese entonces con sólo 25 años de edad.

Sus primeras acciones como general, fue en la llamada Segunda Guerra Púnica. Aníbal avanzó con su ejército sobre Sagunto, ciudad aliada a los romanos, que los cartagineses tomaron por asalto, atravesando luego Hispania, las Galias (hoy Francia) y los Alpes; en seguida venció a los romanos entre los años 218 a 216 a. de C.

Pudo haber atacado Roma, pero contaba con escasa gente, por lo que prefirió aguardar refuerzos de Cartago, pero las tropas no llegaron, y en tanto las fuerzas de su hermano Asdrúbal eran derrotadas en 207 por el general Publio Cornelio, apodado “Escipion El Africano”, motivando que Aníbal regresara a su patria para defenderla de los romanos.

En 202, después de un hostigamiento tenaz, Escipión obligó a Aníbal a presentar batalla en Zama, donde lo vence por completo, y busca refugio en la corte de Antíoco, rey de Efeso, y luego con el rey de Bitinia, pero al enterarse de que iba a ser entregado a los romanos, decide suicidarse con un veneno que él siempre llevaba.

Atila

En el siglo V de nuestra era, Atila, rey de los hunos, cuyo origen era de raza mongólica, decide invadir la parte occidental de Europa, después de haber permanecido la región del Báltico y parte de Medio Oriente, desde tiempo atrás.

Atila, bautizado por los romanos como “el azote de Dios”, gobernó del año 434 a 453 d. de C., después de haber muerto su tío Rodas y su hermano Bieda, siendo su característica arrasar con pueblos y ciudades de manera despiadada.

Para ese entonces los hunos tenían su centro de operaciones en la ciudad de Panonia, cerca de Budapest, e incluso fueron reconocidos por el Imperio de Oriente, quienes le pagaban un tributo anual.

Atila, auxiliado por algunos de funcionarios romanos que habían huido de su patria, logró que su autoridad fuera aceptada por varios pueblos bárbaros, tales como los ostrogodos, gépidos, hérulos y rugios, y de ese modo constituyó un imperio que abarcaba desde el Cáucaso hasta el Elba.

Intimidó atacar Constantinopla, exigiendo títulos y prebendas, que le fueron negadas, y fue entonces que volvió sus ojos hacia Occidente, para reclamar a Valentiniano III, emperador romano, la mano de su hermana Honoria, a quien debía conceder como dote la Galia, si bien Atila sabía que se la negaría y tendría un pretexto para declarar la guerra.

En el año 451, los hunos, reforzados por algunas tribus bárbaras, se lanzaron sobre Tracia y Macedonia, llegando cerca de las Termópilas, y a su paso destruieron y quemaron todo lo que encontraban a su paso.

Atila continuó su camino de destrucción hacia occidente, atravesó Germania, devastó la Galia y asoló toda la región occidental, motivando la unión de varios ejércitos de Aecio y Teodoro, reforzados con burgundios, galos y francos, en 451, que si bien no derrotaron a Atila, hicieron que retrocediera hasta Hungría.

Al año siguiente, “el azote de Dios”, decidió atacar Italia, tomando en un inicio a Milán y Pavá, logrando llegar fuera de Roma. Aterrorizados, los romanos pidieron al papa León I que intercediera por la ciudad, accediendo el pontífice entrevistarse con Atila en la ciudad de Mantua, y el resultado fue la promesa de no avanzar, siempre y cuando se hiciera el pago de un tributo, pero mediando también el hecho de que las hordas estaban muy debilitadas por una epidemia, optando por regresar a Panonia, donde pasó Atila los últimos días de su vida.

A su muerte sus seguidores se dispersaron y quedaron divididos en pequeñas tribus, perdiendo la importancia que habían alcanzado. Al rey de los hunos se le atribuye la frase que dice “donde pisa mi caballo no vuelve a crecer la yerba”.

En esta ocasión recordaremos a dos Grandes de la Historia: Aníbal Barca, defensor de su territorio, Cartago, y por lo tanto considerado héroe en su época; y Atila, rey de los hunos, cuyas tribus salvajes invadieron una parte de Europa, ganándose el mote de “el azote de Dios”.

Vayamos conforme al tiempo de uno y otro personaje, comenzando por Aníbal, notable general cartaginés, uno de los más notables estrategas de la antigüedad, hijo de Amílcar Barca, otro valeroso guerrero.

Aníbal se inició muy joven en el ejercicio de las armas, marchó al lado de su padre en lo que hoy es España, en la conquista de nuevos territorios en favor de Cartago, cuya sede se encontraba en el norte de África.

Cuando Amílcar murió estuvo de nuevo en Hispania para combatir al lado de su cuñado, Asdrúbal, quien al morir asesinado fue el ejército quien eligió a Aníbal como su nuevo jefe en el año 219 antes de Cristo, contando en ese entonces con sólo 25 años de edad.

Sus primeras acciones como general, fue en la llamada Segunda Guerra Púnica. Aníbal avanzó con su ejército sobre Sagunto, ciudad aliada a los romanos, que los cartagineses tomaron por asalto, atravesando luego Hispania, las Galias (hoy Francia) y los Alpes; en seguida venció a los romanos entre los años 218 a 216 a. de C.

Pudo haber atacado Roma, pero contaba con escasa gente, por lo que prefirió aguardar refuerzos de Cartago, pero las tropas no llegaron, y en tanto las fuerzas de su hermano Asdrúbal eran derrotadas en 207 por el general Publio Cornelio, apodado “Escipion El Africano”, motivando que Aníbal regresara a su patria para defenderla de los romanos.

En 202, después de un hostigamiento tenaz, Escipión obligó a Aníbal a presentar batalla en Zama, donde lo vence por completo, y busca refugio en la corte de Antíoco, rey de Efeso, y luego con el rey de Bitinia, pero al enterarse de que iba a ser entregado a los romanos, decide suicidarse con un veneno que él siempre llevaba.

Atila

En el siglo V de nuestra era, Atila, rey de los hunos, cuyo origen era de raza mongólica, decide invadir la parte occidental de Europa, después de haber permanecido la región del Báltico y parte de Medio Oriente, desde tiempo atrás.

Atila, bautizado por los romanos como “el azote de Dios”, gobernó del año 434 a 453 d. de C., después de haber muerto su tío Rodas y su hermano Bieda, siendo su característica arrasar con pueblos y ciudades de manera despiadada.

Para ese entonces los hunos tenían su centro de operaciones en la ciudad de Panonia, cerca de Budapest, e incluso fueron reconocidos por el Imperio de Oriente, quienes le pagaban un tributo anual.

Atila, auxiliado por algunos de funcionarios romanos que habían huido de su patria, logró que su autoridad fuera aceptada por varios pueblos bárbaros, tales como los ostrogodos, gépidos, hérulos y rugios, y de ese modo constituyó un imperio que abarcaba desde el Cáucaso hasta el Elba.

Intimidó atacar Constantinopla, exigiendo títulos y prebendas, que le fueron negadas, y fue entonces que volvió sus ojos hacia Occidente, para reclamar a Valentiniano III, emperador romano, la mano de su hermana Honoria, a quien debía conceder como dote la Galia, si bien Atila sabía que se la negaría y tendría un pretexto para declarar la guerra.

En el año 451, los hunos, reforzados por algunas tribus bárbaras, se lanzaron sobre Tracia y Macedonia, llegando cerca de las Termópilas, y a su paso destruieron y quemaron todo lo que encontraban a su paso.

Atila continuó su camino de destrucción hacia occidente, atravesó Germania, devastó la Galia y asoló toda la región occidental, motivando la unión de varios ejércitos de Aecio y Teodoro, reforzados con burgundios, galos y francos, en 451, que si bien no derrotaron a Atila, hicieron que retrocediera hasta Hungría.

Al año siguiente, “el azote de Dios”, decidió atacar Italia, tomando en un inicio a Milán y Pavá, logrando llegar fuera de Roma. Aterrorizados, los romanos pidieron al papa León I que intercediera por la ciudad, accediendo el pontífice entrevistarse con Atila en la ciudad de Mantua, y el resultado fue la promesa de no avanzar, siempre y cuando se hiciera el pago de un tributo, pero mediando también el hecho de que las hordas estaban muy debilitadas por una epidemia, optando por regresar a Panonia, donde pasó Atila los últimos días de su vida.

A su muerte sus seguidores se dispersaron y quedaron divididos en pequeñas tribus, perdiendo la importancia que habían alcanzado. Al rey de los hunos se le atribuye la frase que dice “donde pisa mi caballo no vuelve a crecer la yerba”.